Todo comenzó allá por los años sesenta. Con Ignacio, mi camarada ideológico, café mediante disertábamos sobre una teoría que explicaba el poder que tiene la indiferencia en las relaciones humanas. Nos maravillábamos de la supremacía estratégica que cobra aquel que logra establecerse en una postura indiferente. Nos sorprendíamos al descubrir cómo el carácter apático se eleva y domina por sobre aquel otro que expresa sinceramente sus preocupaciones y necesidades más íntimas. En fin, hablábamos sobre la manera en que sucumbíamos ante la indiferencia de las mujeres.
Fue entonces cuando se nos ocurrió llevar esta poderosa idea al plano político. Si la postura apática lograba un poder tan absoluto en las relaciones de dos ¡Qué no podría lograr cuando se aplicaba a las masas!
De este modo decidimos crear el MSI, el “Movimiento Sin Importancia”.
Los comienzos del MSI fueron difíciles. Apenas gestada la idea quisimos ser consecuentes y demostrarnos poco entusiasmo. Coincidimos en que la primera medida debía ser la de establecer un saludo que nos identificara. Algo claro, certero y simple; que no dejara lugar a dudas sobre el sentido de nuestro movimiento. Debía competir con los dedos en “V”, con el puño en alto, con la venia. Entonces decidimos que nuestro saludo consistiría en un leve levantamiento simultáneo de ambos hombros.
Rápidamente se adhirió gente a la que nunca preguntamos nada, como tampoco ellos a nosotros; y al poco tiempo surgieron dentro del MSI otras agrupaciones, como los moderados del frente “Y a mi qué” y el grupo “Ma’si, morite”, que se convirtió en el ala más dura y extrema del partido. Hoy todavía se recuerdan los grandes períodos de inactividad del grupo “Ma’si morite”, que fueron todos. Si bien el MSI era bastante heterogéneo todos coincidíamos en que nuestra lucha era desinteresada.
Por su naturaleza, la agrupación MSI nunca logró solidez. Pasaron los años y vimos que no habíamos hecho ni una sola reunión del partido, así que Ignacio y yo coincidimos en que estábamos preparados para ir por el poder político en grande.
Intentamos por varios caminos. El primero fue sugerido por la agrupación “Ma’si, morite”. La idea era algo extrema: Planeamos un desembarco en las costas de nuestra isla, para así realizar una demostración de fuerza.
Al llegar a la costa bajé del bote encabezando el grupo y nos encontramos ante la mirada amenazante de un gran pelotón del ejército que se había dispuesto a repelernos. Tomamos posición en la playa. Éramos una treintena de hombres dispuestos a todo. Extendimos algunas lonas sobre la arena, tomamos un poco de sol, nos refrescamos en el agua del mar y, al cabo de dos horas, subimos al bote y nos retiramos por donde habíamos llegado. Era nuestro primer y más rotundo éxito: nadie imaginó ningún interés de parte nuestra. Pero con Ignacio empezamos a sospechar de la eficacia de nuestra estrategia.
Luego alguien sugirió que, si bien no le importaba lo que hiciéramos, podíamos probar un camino más moderado: Las elecciones públicas.
Debo admitir que tuvimos algunos problemas. Por empezar nos costó encontrar a alguien que quisiera ser candidato, así que optamos por un sorteo. El ganador fue Giuseppe Menefrega, un inmigrante italiano naturalizado que no hablaba mucho castellano. Al asumir la candidatura su discurso fue breve pero contundente: Mientras se distraía observando una fuente de empanadas recién servidas en conmemoración del evento, dijo en un tono bajo y atanado: “Si no queda otra”.
Al cabo de unos meses llegaron las elecciones nacionales, pero no nos presentamos. A esa altura, de tanto fingir indiferencia realmente ya no nos interesaba.
Luego de eso puse un tallercito en el que me dedico a reparar electrodomésticos. Ignacio se fue con un circo; cada tanto me escribe pero no volvimos a hablar sobre política. De Guiseppe tampoco supe nada más después de aquel memorable discurso.
Todavía no entiendo qué fue lo que falló, porque la idea era buena.
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