Avanti, bersaglieri, che la vittoria é nostra!
martes, 6 de mayo de 2014
Valhalla
Vivimos en una sociedad que se encuentra invadida por el pensamiento mágico. Para convertir el deseo en un logro es necesario poner en marcha la voluntad, pero el pensamiento mágico nos lo impide a través de la creencia de fantasías omnipotentes; en creer en que somos dotados naturales o que simplemente no estaba así determinado. Nos abandonamos en una posición cómoda donde se supone que algo superior decide por nosotros. Hacemos una apología de la improvisación y si sale, sale. Si debía pasar debe ocurrir sin más, y si no ocurre es porque no era posible. No contemplamos el esfuerzo como un posible determinante. Suplimos ese esfuerzo por un facilismo que muchas veces nos conduce al mismo fracaso, y pensamos que ese fracaso obviamente no se debe a nosotros sino a alguna especie de suerte o voluntad superior. Peor aún, creemos que el esfuerzo es para los mediocres, que no nacieron predestinados; o para un puñado de locos que no se resigna a aceptar cuando no se es bendecido. Esta es una de las peores trampas del determinismo, aunque el determinismo también tiene otras interpretaciones más interesantes.
También hay otros (son un poco menos) que creen que la voluntad todo lo puede; que todo puede lograrse si uno persiste en sus sueños con total determinación; que con desear con suficiente intensidad las cosas suceden. Entonces se esfuerzan porque creen en un éxito seguro con todo su ser, porque esa fe hará que las cosas sucedan. Esto también resulta ser, en definitiva, otra forma del pensamiento mágico.
Pero los hay otros, escasos, que creen en su propio Valhalla. Que se esfuerzan y persisten por nobleza de espíritu. Cuyo esfuerzo no es motivado por la seguridad del éxito sino por la lucha misma, la dignidad y la determinación. No temen equivocarse, y saben que la única opción es dar lo mejor de sí e invertir su esfuerzo en lo que creen. Pueden ganar o perder, pero aún en la derrota no buscan culpables ni se dedican a llenar un cuenco de rencor, sino que aprenden y reciben así la bendición de dulces Valkirias que los ponen nuevamente en pié, para continuar aún más poderosos. Saben que no es tan importante el resultado como la forma en que viven. Son inmortales surcados por miles de cicatrices; que esperan ansiosos el próximo momento de volver al campo de batalla para ganar o morir de pié, lo que ocurra primero. A estos vikingos, mi respeto.
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