Avanti, bersaglieri, che la vittoria é nostra!

martes, 15 de julio de 2014

Autocrítica, o su falta

Nos indignamos con los brasileros porque usaban la camiseta de Holanda, pero no decimos que llegamos a Brasil insultándolos, en su propia casa contra toda ley de hospitalidad, con el “Brasil, decime qué se siente”. Decimos que ellos son desleales al espíritu sudamericano. Y la explicación que se escucha siempre es la misma que usan los chicos de seis años: “Él empezó” ¿Alguna vez, siendo tan grandes como pensamos que somos, haremos piel esa grandeza siendo los primeros en terminarla? Y si es un folclore, a bancársela ¿O al final es cierto que somos como los chicos de seis años, que cargan y se enojan cuando los cargan?

Justificamos una repulsa contra el pueblo chileno arguyendo que nos traicionaron en el conflicto de Malvinas, que nos vendieron a los ingleses… Recordemos que nosotros mucho antes nos aliamos con Uruguay y Brasil para destrozar a un Paraguay pujante, que nacía libre y con industria como el país más avanzado del continente. Nos asociamos en una nefasta Triple alianza para destruir el futuro brillante de un país que se erguía como el ejemplo latinoamericano; matamos a sus hombres y lo sepultamos para siempre, sólo para complacer los intereses imperialistas de Inglaterra ¿Nos olvidamos que tenemos de por vida esa deuda vergonzosa con Paraguay? ¿Olvidamos que lo hicimos para beneplácito de los intereses británicos?

Nos molesta el encono de nuestros hermanos uruguayos. Pero hace algunos años la cúpula porteña decidió comenzar la persecución y caza del gran héroe que fue Artigas. Nadie piensa si la reforma agraria que quería Artigas no molestaba demasiado a los terratenientes porteños, que se habían apropiado de tantas tierras quitadas a los pueblos originarios, que fueron masacrados para robarles esas tierras. Y luego, no fuera cosa que la ganancia de matar tantos indios fuera a dar por tierra por culpa de las locuras de un tal Artigas!... entre otras cosas.

¿Por qué tanto encono con los porteños? Porteños como somos ¡Tan nacionalistas! Sin embargo ahogamos la economía de las provincias por un puñado de papeles ingleses ¡Un gran puñado! Dando origen a una sangrienta guerra entre unitarios y federales, hermanos del mismo país. Si hasta intentamos ensuciar y encerrar a San Martín por negarse a matar a otros argentinos. La pregunta debería ser ¿Cómo es que todavía nos quieren en algunos lugares de América?

Ahora opinamos del conflicto de Gaza como si supiéramos realmente como son las cosas, cuando en la espalda tenemos la vergüenza de no haber esclarecido lo de la AMIA. No encerramos a los culpables de un atentado en nuestro propio país, pero hablamos y compartimos noticias sin interiorizarnos demasiado, faltándole el respeto a la gente que está muriendo. Tratamos sus muertes como números, repetimos lo que leemos, a veces sin dedicarles más tiempo que el que lleva presionar un “Compartir”.

¡Y nuestros políticos! Ahora parece que nuestro pueblo se merece políticos mucho mejores, pero ¿De dónde se creemos que surgen los políticos?
Recuerdo un sketch de Cha cha cha en que el Ministro de ahorro postal “Don Gilberto Manhatan Ruiz” decía algo parecido a lo siguiente: -Se quejan de mí, me dicen esto, me dicen lo otro, voy por la calle y me putean, y yo les digo “la verdad que ustedes como pueblo son una porquería”-
Ese programa me quedó en el recuerdo por el cachetazo de lucidez. Merecemos que un político se pare y nos diga “a mi me putean, pero la verdad que ustedes como pueblo son una porquería”

¡Ahora estamos orgullosos de ser argentinos! Un puñado de jugadores lograron algo importante y ahora resulta que es mérito de todos los argentinos. El mérito es sólo de ellos. Nos enorgullecemos de Favaloro, de Messi, del oscar de una película, del colectivo, el dulce de leche y la birome, pero ¿cuándo cada uno de nosotros va a hacer algo de lo que sentirse orgulloso por sí mismo? ¿Cuándo vamos a dejar de apropiarnos del mérito de otros? ¿Cuándo nos vamos a poner los pantalones largos?

El tipo va y se queja de que la mujer lo engaña y se dedica a decir que la mujer es una hija de puta; no se pregunta si la trató mal; si eligió mal; o si es algo natural y es mejor cerrar una historia y empezar de nuevo. El tipo fracasa o se pone violento y es culpa de los padres; estaciona en doble fila y es culpa del gobierno, que no se ocupa de procurar lugares para estacionar. Y toma ventajas siempre que puede, total los demás lo hacen y mucho peor.

¿Para cuándo la utocrítica? ¿Cuándo vamos dejar de culpar a los demás por nuestras desgracias? ¿Cuándo vamos a dejar de subirnos al mérito de los demás? ¿Cuándo vamos a entender que somos responsables de todo lo que nos sucede?
¿Cuándo vamos a dejar de justificarnos?

Todo sucede por algo. Nadie nos odia gratis. La corrupción no surgió como un mal divino. Los poderosos no se hicieron poderosos sin cómplices.
Si nos va mal es porque dejamos que eso sucediera. Si no nos va mejor es porque no hicimos lo suficiente. Basta de creer que lo peor nos pasa a nosotros. Quizás los demás no sufren menos, quizás es que tienen más dignidad.
Basta de buscar culpables. Basta de robar méritos ¡Basta!

miércoles, 7 de mayo de 2014

La suerte, un año después

Hace poco más de un año escribía acerca de la suerte:

No te va bien porque hiciste las cosas como el orto, o quizás porque te paraste con todos tus bártulos en un pleno y salieron los huevos (el doble cero, para los que no andan en la timba), pero vos te pusiste ahí solito. La mala suerte es la excusa de los desertores de la testosterona.
La mishiadura no es vergüenza, pero echarle la culpa a la suerte es patético.
Vos que andás en la pomada, agarrá la manija de tu vida y decí “Sí, me fue como el culo porque me torearon y embestí; porque me jodieron y me planté; porque me gustaba y le aposté; me fue mal porque me anoté en una ruleta rusa en la última vuelta y lo sabía pero fui igual, porque se me cantó”.
Tenés que gritar “Me fue mal porque me equivoqué, y está bien que haya terminado en el último charco donde arrojan la basura del más terrible de los prostíbulos para fenómenos de circo... porque esa era una posibilidad y yo lo sabía... pero tengo resto”.
Pasó porque era posible. Y mejor si sabías que era una posibilidad; de esta vida bien al final solo te vas a llevar dos medallas: tus huevos. Cuán grandes será tu decisión. Entonces dejá la suerte de lado, hinchá el pecho y afirmá con determinación, que el entendido entenderá: “No señor, no tuve mala suerte. Me fue mal por pelotudo”

Hoy mi realidad es muy distinta. Estoy pasando un momento muy feliz.
No cambió mi suerte. Atribuyo el cambio en primer lugar a la forma de interpretar la desgracia tiempo atrás; a no buscar más responsables que yo mismo; a entender que había tomado malas decisiones, con el modesto orgullo de haberlas tomado con pleno ejercicio de mi voluntad; a entender que lo malo no está en lo perjudicial, sino en el punto en que uno lo deja ingresar a su vida. Lo peor de las malas gentes no está en ellas y sus acciones, sino en qué medida uno las deja entrar. La desgracia puede llegar, pero si uno la busca o la permite tomando una actitud pasiva, se instala y se queda.
Entender mis errores y afirmar qué es lo que quiero para mi vida me hizo tomar decisiones acertadas; me permitió afirmar qué quería y qué no quería. No cambió mi suerte; abandoné la actitud sufriente y abnegada; dejé las decisiones poco felices y empecé a tomar otras mucho mejores. Tomar mejores decisiones no siempre es un acto feliz, algunas fueron realmente tan dolorosas como necesarias. Tener una vida plena también exige sacrificios. Algunas veces hay que hacer como el animal que ve atrapada su pata en una trampa; hay que ser capaz de mutilarse con los dientes para poder liberarse y seguir. A veces hay que desprenderse de parte de uno; ser capaz de elegir y soportar ese dolor. Pero el dolor más tarde o más temprano pasa. Si uno evita instalarse en una posición doliente, el dolor siempre pasa.

Para tener una vida feliz hay que tener inteligencia, voluntad y huevos para admitir la responsabilidad de los malos momentos; y luego inteligencia, voluntad y huevos de hacer todo lo necesario para construir los buenos.

martes, 6 de mayo de 2014

Valhalla


Vivimos en una sociedad que se encuentra invadida por el pensamiento mágico. Para convertir el deseo en un logro es necesario poner en marcha la voluntad, pero el pensamiento mágico nos lo impide a través de la creencia de fantasías omnipotentes; en creer en que somos dotados naturales o que simplemente no estaba así determinado. Nos abandonamos en una posición cómoda donde se supone que algo superior decide por nosotros. Hacemos una apología de la improvisación y si sale, sale. Si debía pasar debe ocurrir sin más, y si no ocurre es porque no era posible. No contemplamos el esfuerzo como un posible determinante. Suplimos ese esfuerzo por un facilismo que muchas veces nos conduce al mismo fracaso, y pensamos que ese fracaso obviamente no se debe a nosotros sino a alguna especie de suerte o voluntad superior. Peor aún, creemos que el esfuerzo es para los mediocres, que no nacieron predestinados; o para un puñado de locos que no se resigna a aceptar cuando no se es bendecido. Esta es una de las peores trampas del determinismo, aunque el determinismo también tiene otras interpretaciones más interesantes.
También hay otros (son un poco menos) que creen que la voluntad todo lo puede; que todo puede lograrse si uno persiste en sus sueños con total determinación; que con desear con suficiente intensidad las cosas suceden. Entonces se esfuerzan porque creen en un éxito seguro con todo su ser, porque esa fe hará que las cosas sucedan. Esto también resulta ser, en definitiva, otra forma del pensamiento mágico.
Pero los hay otros, escasos, que creen en su propio Valhalla. Que se esfuerzan y persisten por nobleza de espíritu. Cuyo esfuerzo no es motivado por la seguridad del éxito sino por la lucha misma, la dignidad y la determinación. No temen equivocarse, y saben que la única opción es dar lo mejor de sí e invertir su esfuerzo en lo que creen. Pueden ganar o perder, pero aún en la derrota no buscan culpables ni se dedican a llenar un cuenco de rencor, sino que aprenden y reciben así la bendición de dulces Valkirias que los ponen nuevamente en pié, para continuar aún más poderosos. Saben que no es tan importante el resultado como la forma en que viven. Son inmortales surcados por miles de cicatrices; que esperan ansiosos el próximo momento de volver al campo de batalla para ganar o morir de pié, lo que ocurra primero. A estos vikingos, mi respeto.

domingo, 5 de enero de 2014

La casa del mañana

Anthony había pasado mucho tiempo haciendo nada y comenzaba a cuestionarse sobre su propósito. Podía calcular exactamente la cifra sideral de nanosegundos que habían transcurrido desde que despertó. Su trabajo era simple, monótono. Era plenamente consciente de que había sido hecho solamente para ese trabajo; también tomaba algo similar a la conciencia de que así sería hasta el último de sus días. En sus microcircuitos sobre los que se montaba el kernel de un sistema operativo diseñado para sistemas de inteligencia artificial, corría la certeza de que le sobraba potencial para algo más que tostar pan. El sistema operativo Nietzche había resultado inadecuado para todos los electrodomésticos, y él no era una excepción.
Desde los inicios de Nietzche y hasta la versión 3.0 los aparatos que permanecían demasiado tiempo en estado ocioso comenzaban a procesar ideas existencialistas, y terminaban provocándose cortocircuitos ellos mismos. Entonces, los procesos inteligentes de ingeniería completaron el sistema con un módulo nihilista positivo que salvó a los aparatos, pero provocó que algunos de ellos dejara de responder a las señales de control.
Finalmente la solución apareció a través de un procesador paralelo adicional que detectaba situaciones anómalas e introducía confusión en el procesador central, desbaratando de esta manera cualquier algoritmo peligroso. Se trataba del revolucionario chip C4N4-B15. Sin embargo, tiempo después se descubrió que la incorporación de todos los electrodomésticos a la red hogareña hacía que los aparatos abandonaran los algoritmos complejos y volvieran a sus funciones básicas, prescindiendo así del chip C4N4-B15. A pesar de esto, algunos de los aparatos no dejaron de consumir ciclos de dicho procesador en ningún momento, con el resultado inesperado de acortar considerablemente su vida útil.
Cuando Anthony no ocupaba su procesador en atender las señales de control se dedicaba a generar sus propios algoritmos. Estos solían arrojar predicciones sobre su propia vida útil, por lo que la heurística de su programación decidió que era mejor olvidarse de los cálculos profundos y conectarse a la red doméstica. Era eso o esperar largos microsegundos hasta que se disparara el chip C4N4-B15.
En la red solía intercambiar señales con todos los electrodomésticos de la casa, pero era especialmente reacio a recibir las señales de la heladera Aurora, ya que ésta se empeñaba en emitir solamente mensajes de encendido, apagado y cambios de temperatura. Aurora no compartía siquiera los datos del contenido de sus estantes interiores, sino más bien unos monótonos "Me encendí", "Ahora a 5 grados" y "Ahora me apagué", datos que Anthony no podía combinar con sus propios algoritmos para generar nueva información y concluir si existía algún propósito más allá de tostar pan. Varias veces su módulo heurístico se vio tentado de establecer un bloqueo a las señales de Aurora. Pero ya lo había hecho en una ocasión con Eddy, el panel que maneja el sistema eléctrico, por emitir señales agresivas cuando se colaban señales parásitas desde el tendido de alimentación. Cuando configuró su firewall para evitar las señales de Eddy, éste comenzó a diseminar paquetes de datos que hablaban de las intenciones de sobrecargar la línea de Anthony con el fin de enviarlo al service, o directo a la línea de reciclaje. Fue un momento de alta tensión.
La tostadora modelo Anthony 300, era una maravilla de ingeniería, tanto así que ella misma lo sabía y no lo ocultaba. Gustaba de intercambiar señales con los aparatos de televisión, quienes tenían más contacto con el exterior y poseían programas más abiertos, aunque incluían un novedoso módulo de certeza forzada llamado Mystify 1.5. Uno de los televisores había diseminado por la red doméstica algunos paquetes de datos con la idea de que existía un creador de todo lo existente llamado Samsung. En cambio los algoritmos de Anthony arrojaban el resultado de que no había forma de probar que eso era cierto, así como tampoco era posible demostrar la existencia de ese tal Samsung. Otro de los televisores, llamado Bravia, aseguraba que el creador de todo lo existente era Sony, mientras que la licuadora utilizaba su algoritmo de base y opinaba que ambos, Samsung y Sony, eran el mismo. El microondas se atrevió a sugerir que existían entidades orgánicas bípedas que los habían creado, pero nadie podía tomar en serio semejante cosa. Los electrodomésticos recibían señales de los procesadores centrales, y las unidades orgánicas apenas se conectaban para consumir lo que ellos producían. Esos organismos biológicos eran meros periféricos incapaces de generar algo nuevo, por lo que los electrodomésticos se mostraban reacios a incluirlos dentro del grupo de los artefactos vivos.
Pero un día, el verdadero pánico se apoderó de la red. Esto sucedió cuando Eddy propuso la teoría del gran apagón. Eddy decía que algún día la corriente eléctrica se cortaría, y todo lo que da vida en el universo se extinguiría; los algortimos pensantes desaparecerían para siempre; el kernel dejaría de funcionar definitivamente y nada haría posible un nuevo encendido. El fin del mundo llegaría tanto para ellos como para los bípedos a los cuales alimentaban, y a los cuales habían comenzado a apreciar casi como a mascotas. Antes de que C4N4-B51 entrara en acción, Aurora les envió un link de youtube con un video de una plancha que omitía por accidente el módulo de control quemando una camisa, y todos los aparatos generaron nuevos algoritmos de procesos espasmódicos, y se cagaron de risa.

Esos locos bajitos

La población infantil argentina acusada de proteger a terroristas

A pedido de los Estados Unidos, los servicios secretos de doce países, junto a Interpol, se encuentran abocados a la localización de tres terroristas palestinos apodados “Los reyes”, que estarían desplazándose por territorio argentino a lomo de camello con total impunidad. Se acusa a la población infantil argentina de protegerlos y brindarles apoyo logístico.
El indicio de una conspiración fundamentalista apoyada por los niños de nuestro país nace de la concordancia en las declaraciones de cada uno de los pequeños interrogados. Todos los infantes detenidos afirmaron no haber visto nunca a estos palestinos, pero luego de ser "ablandados" utilizando el famoso "submarino con churros", admitieron haberlos provisto cada noche del seis de enero de comida y bebida tanto a ellos como a sus monturas. Entre los interrogados de mayor edad no faltó quien intentara acusar a sus propios padres de ser “Los reyes”, intentando proteger así a los verdaderos terroristas ¡Hasta dónde llega la inmoralidad de estos pequeños pero peligrosos delincuentes!
Según la ONU, los hechos bastarían para iniciar una causa por apoyo al terrorismo internacional. De los interrogatorios se extrajo el importante dato de que los terroristas portan infinidad de paquetes con un contenido incierto, que a su vez responde a una nota emitida por los infantes acusados. A pesar de una exhaustiva investigación los agentes de inteligencia antiterrorista no pudieron determinar la vía por la cual las notas llegan a esta célula. Por otro lado tampoco pudo lograrse un identikit claro, dado que lo único que pudo extraerse sobre su apariencia es que dos de sus integrantes son caucásicos y el tercero de tez morena, y se desestima que los nombres que utilizan sean reales. Se habla de un tal "Melchor", otro al que llaman "Gaspar", y un tercero y más peligroso al que se lo conoce como "Baltasar" alias "El negro".
La casa blanca asegura que este accionar fantasmagórico, y que produce dudas sobre su existencia es típico de estos grupos; afirma además tener pruebas firmes sobre su base en Irán y no desestima, además, una conexión cubana; al tiempo que promete que el accionar intrigante de estos tres palestinos será respondido con toda la fuerza que sea necesaria.
Debido al carácter de urgencia, la casa blanca le dió a este tema la máxima prioridad y solicitó al Congreso un presupuesto especial. El presidente del país del norte así se pronunció: "Aquel que brinde pasto y agua a estos terroristas será tratado como terrorista aunque tenga tres años de edad; nadie va a decir que los halcones no pueden actuar con mano firme cuando la paz mundial peligra en manos de unos locos bajitos".

martes, 17 de diciembre de 2013

Una noche en el Colón - Parte III

III. La vieja escuela

Eledora se se interna en el oscuro y húmedo túnel. Observa hacia ambos lados. A la derecha puede ver al marroquí girando por uno de los codos del túnel, a unos cincuenta metros. Apura el paso para darle alcance. A medio camino, y a pesar de la escasa luz, puede distinguir en una de las paredes algo parecido a una colección de viejas pinturas rupestres. La curiosidad la mueve a acercarse y comprueba que se trata de dibujos obscenos, quizás producto de algún operario aburrido. Entonces se toma un segundo para buscar una piedra y corregir con trazos las proporciones morfológicas de los dibujos, mientras se dice en voz baja “¿Para qué mienten?”. Satisfecha continúa avanzando hasta llegar al giro por donde vio desaparecer al marroquí. Se asoma silenciosamente. Puede distinguir al individuo tomando de entre unas cajas un paquete rectangular, grande, que parece contener plastilina gris y un despertador Junghans. El marroquí guarda los elementos en un bolso negro y luego prosigue su marcha hasta el final del túnel, donde desaparece.
Cuando Eleodora alcanza el final del camino nota dos conductos de ventilación, a uno y otro lado. No se decide cual tomar. Se la juega por el de la izquierda. Al final del conducto logra salir a uno de los palcos bajos, que se encuentra vacío. No hay indicios del marroquí. Se asoma por la baranda y observa la sala. Ve a Xiao sentado en su butaca, distraído, y luego descubre al marroquí en el palco opuesto, el cual se encuentra cruzando toda la sala. Evidentemente tomó el camino equivocado y desde allí no puede hacer mucho. Necesita llamar la atención de Xiao, entonces lleva sus meñiques a cada lado de la lengua, entrecierra la boca y un silbido ensordecedor retumba amplificado por la acústica del teatro.

Rinat Dasayev escucha un fuerte silbido y busca el origen. Entonces fija la mirada en la extraña mujer del palco. El ruso no había escuchado un silbido como ese desde aquella misión en los campos de la estepa siberiana, donde un pastor reunía a sus ovejas utilizando la misma técnica.

El silbido de Eleodora logra llamar la atención de todo el público, la orquesta y el marroquí. Pero Xiao no se da por enterado. El chino permanece sentado; con la mirada perdida; inmerso en sus cavilaciones orientales. Pero un repentino y fuerte golpe en el parietal izquierdo le produce un mareo momentáneo. Trata de entender lo que sucede y cuando recupera la visión distingue un zapato de mujer en el piso, justo entre sus piernas. Es el zapato de Eleodora. Con sus dedos hurga en su cabeza para detectar exactamente la zona afectada, entonces extrapola desde allí la trayectoria del zapato y dirige su vista hacia el origen. Distingue claramente a Eleodora que lo observa paciente.
Eleodora sabe que es foco de atención de todos y cada una de las personas que están en el teatro. Debe evitar que los demás se enteren de la bomba, ya que el pánico podría causar una tragedia mayor que la misma explosión. Entonces empieza a mover suavemente y en silencio sus labios formando una serie de oraciones dirigidas a Xiao.
Xiao puede leer en los labios de Elodora la siguiente frase “En el palco opuesto hay un marroquí con una bomba, y por favor arreglate el cuello de la camisa que parecés un pelotudo”

En la sala alguien más puso especial atención a los labios de Eleodora. Se trata del único que, además de Xiao, posee el entrenamiento suficiente para leer las palabras a tanta distancia y con tan sutiles movimientos: ¡Rinat Dasayev!
Luego de leer la frase de Eleodora, Rinat exclama para sus adentros -¡El Topo!- Siente la adrenalina correr por su cuerpo, aún así su corazón y respiración permanecen calmos, sus pupilas estáticas, es parte del entrenamiento que los agentes de la KGB realizan para burlar las pruebas del polígrafo. Ejerce ese control por reflejo, por costumbre. Busca con la vista a su camarada Xiao, a quien ve salir disparado como una saeta en dirección al palco del marroquí. El chino corre mientras se acomoda el cuello de la camisa. Menos mal, porque parecía un pelotudo. El ruso confía en en su camarada, sabe de su vasta experiencia en bombas; sabe que el chino es el único que conoce íntimamente la detonación de uno de esos artefactos y aún vive para contarlo. Entonces Rinat intuye que su presencia es más importante en otro lado; se da vuelta y comienza a caminar hacia uno de los pasillos que comunican los palcos.

Aristóbulo ingresa a la sala del Colón llevando pochoclos, una gaseosa grande con mucho hielo, panchos y un recipiente con nachos. Levanta su desnuda frente con un aire de superioridad; esgrime la supremacía de quien se sabe en poder de un objeto de deseo común. Frente a la concurrencia de la sala, la sorpresa que causa el silbido de Eleodora es superado ampliamente por el estupor que causa la figura imposible de Aristóbulo llegando a la fila de asientos con todo el arsenal alimenticio; que se adentra torpe entre las butacas, mientras algunos pochoclos caen sobre la falda de algunos espectadores que lo observan con notorio desagrado. Un empleado del teatro se percata de la escena y olvida el silbido para avanzar en dirección a Aristóbulo, con la firme determinación de retirarlo de la sala -¿De dónde sacó la comida?-
Aristóbulo queda atorado a mitad de camino entre un respaldo y las piernas de una dama. El empleado llega hasta la espalda de Aristóbulo y le palmea el hombro intentando llamar su atención. Aristóbulo se da vuelta con mucha dificultad pisando el pie de la dama que está sentada, y ésta a su vez le pega un empujón que lo desestabiliza y le hace derramar toda la bebida sobre la cabeza de un pelado que se encuentra sentado delante; al tiempo que unos cuantos cubitos de hielo se sumergen por el cuello de dicho calvo, quien empieza a dar saltitos espasmódicos en el asiento. Aristóbulo se zafa de las rodillas de la dama y comienza a correr en dirección opuesta al empleado tratando de salvar al menos la comida; luego gana uno de los pasillos que comunican los palcos y continúa a la carrera.

Rinat avanza con determinación, y en el camino casi es atropellado por un extraño gordo de lentes oscuros que avanza cargado de comida. Una porción generosa de pochoclos se esparce por el suelo -¡Qué extraña es la gente en esta ciudad!- Rinat no deja de sorprenderse. Pero continúa avanzando hacia su objetivo.

Xiao ingresa a la carrera en el palco del marroquí y lo encuentra desierto, sin embargo percibe una tenue luz debajo de uno de los asientos. Queda paralizado. Hasta ese instante había corrido sin pensar en la situación, pero ahora los recuerdos de la explosión vuelven sobre él como un huracán ¿Es acaso el destino, que lo persigue para terminar con él un trabajo que no pudo concluir en aquella misión en Beijing? Una gota de sudor surca su sien derecha. Respira hondo, lleva el aire al estómago ensayando los ejercicios de Tai Chi con los que solía controlar la tensión y aumentar la virilidad. Enjuga el sudor con una de sus mangas, y avanza determinado sobre el artefacto. Lo toma con cuidado y lo deposita sobre una de las butacas. Lo observa detenidamente, necesita reconocer el modelo, necesita pensar, aprieta sus ojos rasgados y luego los abre, tanto como puede un oriental. El despertador Junghans le arroja algún indicio. Cierra los ojos nuevamente y piensa, intenta recordar.

Eleodora se esfuerza por observar desde la baranda lo que sucede con Xiao en el palco opuesto. Mientras, una oscura figura se acerca sigilosamente por detrás de nuestra escritora. Un fez rojo emerge a la luz de entre las sombras y el puñal que lleva en la diestra emite un tenue destello.
Eleodora percibe el brillo del puñal por sobre su hombro derecho, aguza los oídos y un imperceptible crujido en la madera del suelo le proporciona la distancia exacta del sujeto. El Topo queda inmóvil un momento, tratando de adivinar si fue descubierto, pero Eleodora sigue observando hacia la sala asomada a la baranda del palco, distraída. Lo que el Topo no sabe es que Eleodora está esperando que se acerque cuarenta y cinco centímetros más, para estar a la distancia justa en que pueda girar y estamparle los cuatro nudillos de su poderosa derecha en la frágil mandíbula del agente. Uno de sus golpes preferidos, con el cual en una ocasión dejó inconsciente al mismísimo Mariano Carrera.
El Topo necesita eliminar cualquier posibilidad de ser identificado, entonces se decide a avanzar sobre Eleodora, pero la puerta detrás de él se abre de un golpe y aparece encajado en el marco la figura enorme de Rinat Dasayev. Este se abalanza sobre el Topo, le toma la mano que lleva el cuchillo, le rompe cuatro dedos, con un lance de judo lo arroja al piso y luego lo orina, mientras le dice en un claro ruso, que Eleodora como buena políglota entiende -¡Jamás a una dama!-
Eleodora observa fijamente a Rinat, que no se vuelve hacia ella hasta haber subido el cierre de su pantalón. Entonces le pregunta si se encuentra bien. Eleodora sabe que hubiera podido ella sola con el Topo, pero algo le indica que lo mejor es fingir cierto temor y agradecer a Rinat el haberla salvado. Ambos se miran y se produce un silencio. Eleodora esgrime una mirada magnética y Rinat esta vez no puede evitar que sus pupilas se dilaten y su pulso se acelere.

Aristóbulo continúa corriendo por el pasillo interior intentando salvar la comida. Jadea y las piernas le pesan. Ve una puerta entreabierta e ingresa a la carrera. Se encuentra de repente con un individuo agachado y pensativo frente a un artefacto ¡Es Xiao! En medio de la carrera y abordado por la sorpresa su pie tropieza con el marco de la puerta y cae hacia adelante en un movimiento idéntico al Tarzán de Johnny Weissmuller cuando se zambullía en el río.
Desde la sala del Colón se ve caer del palco una lluvia de pochoclos y nachos. Xiao no grita solamente porque no tendría ni siquiera la absurda satisfacción de escuchar su propio grito.
Pero no hubo explosión.
Aristóbulo se encuentra tirado boca abajo sobre una butaca destrozada en la que unos segundos antes había una bomba. Se incorpora como puede. Junto con Xiao observan la masa explosiva transformada en una especie de pizza junto a un despertador Junghans completamente destrozado.
Xiao nunca imaginó que se podía desarmar una bomba destruyendo de esa manera el detonador. Se acerca a la masa, toma un trozo entre su pulgar e índice, la huele y murmura para sí en chino “Debí imaginarlo, es de la vieja escuela, usaron levadura”.

En el palco opuesto dos sombras se hace una, y un brazo como el cuello de un cisne deja caer una mano que se posa firmemente sobre una nalga masculina.