III. La vieja escuela
Eledora se se interna en el oscuro y húmedo túnel. Observa hacia ambos lados. A la derecha puede ver al marroquí girando por uno de los codos del túnel, a unos cincuenta metros. Apura el paso para darle alcance. A medio camino, y a pesar de la escasa luz, puede distinguir en una de las paredes algo parecido a una colección de viejas pinturas rupestres. La curiosidad la mueve a acercarse y comprueba que se trata de dibujos obscenos, quizás producto de algún operario aburrido. Entonces se toma un segundo para buscar una piedra y corregir con trazos las proporciones morfológicas de los dibujos, mientras se dice en voz baja “¿Para qué mienten?”. Satisfecha continúa avanzando hasta llegar al giro por donde vio desaparecer al marroquí. Se asoma silenciosamente. Puede distinguir al individuo tomando de entre unas cajas un paquete rectangular, grande, que parece contener plastilina gris y un despertador Junghans. El marroquí guarda los elementos en un bolso negro y luego prosigue su marcha hasta el final del túnel, donde desaparece.
Cuando Eleodora alcanza el final del camino nota dos conductos de ventilación, a uno y otro lado. No se decide cual tomar. Se la juega por el de la izquierda. Al final del conducto logra salir a uno de los palcos bajos, que se encuentra vacío. No hay indicios del marroquí. Se asoma por la baranda y observa la sala. Ve a Xiao sentado en su butaca, distraído, y luego descubre al marroquí en el palco opuesto, el cual se encuentra cruzando toda la sala. Evidentemente tomó el camino equivocado y desde allí no puede hacer mucho. Necesita llamar la atención de Xiao, entonces lleva sus meñiques a cada lado de la lengua, entrecierra la boca y un silbido ensordecedor retumba amplificado por la acústica del teatro.
Rinat Dasayev escucha un fuerte silbido y busca el origen. Entonces fija la mirada en la extraña mujer del palco. El ruso no había escuchado un silbido como ese desde aquella misión en los campos de la estepa siberiana, donde un pastor reunía a sus ovejas utilizando la misma técnica.
El silbido de Eleodora logra llamar la atención de todo el público, la orquesta y el marroquí. Pero Xiao no se da por enterado. El chino permanece sentado; con la mirada perdida; inmerso en sus cavilaciones orientales. Pero un repentino y fuerte golpe en el parietal izquierdo le produce un mareo momentáneo. Trata de entender lo que sucede y cuando recupera la visión distingue un zapato de mujer en el piso, justo entre sus piernas. Es el zapato de Eleodora. Con sus dedos hurga en su cabeza para detectar exactamente la zona afectada, entonces extrapola desde allí la trayectoria del zapato y dirige su vista hacia el origen. Distingue claramente a Eleodora que lo observa paciente.
Eleodora sabe que es foco de atención de todos y cada una de las personas que están en el teatro. Debe evitar que los demás se enteren de la bomba, ya que el pánico podría causar una tragedia mayor que la misma explosión. Entonces empieza a mover suavemente y en silencio sus labios formando una serie de oraciones dirigidas a Xiao.
Xiao puede leer en los labios de Elodora la siguiente frase “En el palco opuesto hay un marroquí con una bomba, y por favor arreglate el cuello de la camisa que parecés un pelotudo”
En la sala alguien más puso especial atención a los labios de Eleodora. Se trata del único que, además de Xiao, posee el entrenamiento suficiente para leer las palabras a tanta distancia y con tan sutiles movimientos: ¡Rinat Dasayev!
Luego de leer la frase de Eleodora, Rinat exclama para sus adentros -¡El Topo!- Siente la adrenalina correr por su cuerpo, aún así su corazón y respiración permanecen calmos, sus pupilas estáticas, es parte del entrenamiento que los agentes de la KGB realizan para burlar las pruebas del polígrafo. Ejerce ese control por reflejo, por costumbre. Busca con la vista a su camarada Xiao, a quien ve salir disparado como una saeta en dirección al palco del marroquí. El chino corre mientras se acomoda el cuello de la camisa. Menos mal, porque parecía un pelotudo. El ruso confía en en su camarada, sabe de su vasta experiencia en bombas; sabe que el chino es el único que conoce íntimamente la detonación de uno de esos artefactos y aún vive para contarlo. Entonces Rinat intuye que su presencia es más importante en otro lado; se da vuelta y comienza a caminar hacia uno de los pasillos que comunican los palcos.
Aristóbulo ingresa a la sala del Colón llevando pochoclos, una gaseosa grande con mucho hielo, panchos y un recipiente con nachos. Levanta su desnuda frente con un aire de superioridad; esgrime la supremacía de quien se sabe en poder de un objeto de deseo común. Frente a la concurrencia de la sala, la sorpresa que causa el silbido de Eleodora es superado ampliamente por el estupor que causa la figura imposible de Aristóbulo llegando a la fila de asientos con todo el arsenal alimenticio; que se adentra torpe entre las butacas, mientras algunos pochoclos caen sobre la falda de algunos espectadores que lo observan con notorio desagrado. Un empleado del teatro se percata de la escena y olvida el silbido para avanzar en dirección a Aristóbulo, con la firme determinación de retirarlo de la sala -¿De dónde sacó la comida?-
Aristóbulo queda atorado a mitad de camino entre un respaldo y las piernas de una dama. El empleado llega hasta la espalda de Aristóbulo y le palmea el hombro intentando llamar su atención. Aristóbulo se da vuelta con mucha dificultad pisando el pie de la dama que está sentada, y ésta a su vez le pega un empujón que lo desestabiliza y le hace derramar toda la bebida sobre la cabeza de un pelado que se encuentra sentado delante; al tiempo que unos cuantos cubitos de hielo se sumergen por el cuello de dicho calvo, quien empieza a dar saltitos espasmódicos en el asiento. Aristóbulo se zafa de las rodillas de la dama y comienza a correr en dirección opuesta al empleado tratando de salvar al menos la comida; luego gana uno de los pasillos que comunican los palcos y continúa a la carrera.
Rinat avanza con determinación, y en el camino casi es atropellado por un extraño gordo de lentes oscuros que avanza cargado de comida. Una porción generosa de pochoclos se esparce por el suelo -¡Qué extraña es la gente en esta ciudad!- Rinat no deja de sorprenderse. Pero continúa avanzando hacia su objetivo.
Xiao ingresa a la carrera en el palco del marroquí y lo encuentra desierto, sin embargo percibe una tenue luz debajo de uno de los asientos. Queda paralizado. Hasta ese instante había corrido sin pensar en la situación, pero ahora los recuerdos de la explosión vuelven sobre él como un huracán ¿Es acaso el destino, que lo persigue para terminar con él un trabajo que no pudo concluir en aquella misión en Beijing? Una gota de sudor surca su sien derecha. Respira hondo, lleva el aire al estómago ensayando los ejercicios de Tai Chi con los que solía controlar la tensión y aumentar la virilidad. Enjuga el sudor con una de sus mangas, y avanza determinado sobre el artefacto. Lo toma con cuidado y lo deposita sobre una de las butacas. Lo observa detenidamente, necesita reconocer el modelo, necesita pensar, aprieta sus ojos rasgados y luego los abre, tanto como puede un oriental. El despertador Junghans le arroja algún indicio. Cierra los ojos nuevamente y piensa, intenta recordar.
Eleodora se esfuerza por observar desde la baranda lo que sucede con Xiao en el palco opuesto. Mientras, una oscura figura se acerca sigilosamente por detrás de nuestra escritora. Un fez rojo emerge a la luz de entre las sombras y el puñal que lleva en la diestra emite un tenue destello.
Eleodora percibe el brillo del puñal por sobre su hombro derecho, aguza los oídos y un imperceptible crujido en la madera del suelo le proporciona la distancia exacta del sujeto. El Topo queda inmóvil un momento, tratando de adivinar si fue descubierto, pero Eleodora sigue observando hacia la sala asomada a la baranda del palco, distraída. Lo que el Topo no sabe es que Eleodora está esperando que se acerque cuarenta y cinco centímetros más, para estar a la distancia justa en que pueda girar y estamparle los cuatro nudillos de su poderosa derecha en la frágil mandíbula del agente. Uno de sus golpes preferidos, con el cual en una ocasión dejó inconsciente al mismísimo Mariano Carrera.
El Topo necesita eliminar cualquier posibilidad de ser identificado, entonces se decide a avanzar sobre Eleodora, pero la puerta detrás de él se abre de un golpe y aparece encajado en el marco la figura enorme de Rinat Dasayev. Este se abalanza sobre el Topo, le toma la mano que lleva el cuchillo, le rompe cuatro dedos, con un lance de judo lo arroja al piso y luego lo orina, mientras le dice en un claro ruso, que Eleodora como buena políglota entiende -¡Jamás a una dama!-
Eleodora observa fijamente a Rinat, que no se vuelve hacia ella hasta haber subido el cierre de su pantalón. Entonces le pregunta si se encuentra bien. Eleodora sabe que hubiera podido ella sola con el Topo, pero algo le indica que lo mejor es fingir cierto temor y agradecer a Rinat el haberla salvado. Ambos se miran y se produce un silencio. Eleodora esgrime una mirada magnética y Rinat esta vez no puede evitar que sus pupilas se dilaten y su pulso se acelere.
Aristóbulo continúa corriendo por el pasillo interior intentando salvar la comida. Jadea y las piernas le pesan. Ve una puerta entreabierta e ingresa a la carrera. Se encuentra de repente con un individuo agachado y pensativo frente a un artefacto ¡Es Xiao! En medio de la carrera y abordado por la sorpresa su pie tropieza con el marco de la puerta y cae hacia adelante en un movimiento idéntico al Tarzán de Johnny Weissmuller cuando se zambullía en el río.
Desde la sala del Colón se ve caer del palco una lluvia de pochoclos y nachos. Xiao no grita solamente porque no tendría ni siquiera la absurda satisfacción de escuchar su propio grito.
Pero no hubo explosión.
Aristóbulo se encuentra tirado boca abajo sobre una butaca destrozada en la que unos segundos antes había una bomba. Se incorpora como puede. Junto con Xiao observan la masa explosiva transformada en una especie de pizza junto a un despertador Junghans completamente destrozado.
Xiao nunca imaginó que se podía desarmar una bomba destruyendo de esa manera el detonador. Se acerca a la masa, toma un trozo entre su pulgar e índice, la huele y murmura para sí en chino “Debí imaginarlo, es de la vieja escuela, usaron levadura”.
En el palco opuesto dos sombras se hace una, y un brazo como el cuello de un cisne deja caer una mano que se posa firmemente sobre una nalga masculina.
¡Abandonó la historia en la mejor parte, el pueblo pide los detalles de ese encuentro de sombras!
ResponderEliminarMe gusta el giro que está dando Eleodora, aprende a ser mujer, no? ¡Y que mujer!
Se empieza a vislumbrar algo en los personajes masculinos... como un caleidoscopio; los reflejos de una misma persona que revolotean en cada faceta al rededor de Eleodora...Me alegro que le haya vuelto la inspiración. Saludos, ANV