Avanti, bersaglieri, che la vittoria é nostra!

domingo, 15 de diciembre de 2013

Una noche en el Colón - Parte II

El grupo se dispersa

En la puerta del teatro uno de los botones asiste a los concurrentes a medida que van ingresando. Se trata de Elpidio López, un moreno bonachón con rasgos indígenas, de corta estatura pero tan robusto como cordial. Al ver llegar a Eleodora la saluda efusivamente, y luego extiende la bienvenida a sus acompañantes.
La amistad entre Eleodora y Elpidio se remonta a unos cinco años atrás, un día en que nuestra escritora se encontraba recorriendo Parque Chas en busca del único mercado de Buenos Aires en el que aún puede conseguirse Ferro-China Bisleri, una de sus bebidas preferidas.
Eleodora se hallaba perdida en los vericuetos de Parque Chas, donde los mapas, brújulas y teléfonos con GPS se vuelven completamente inútiles y donde abundan esos bromistas que gustan de dar malas indicaciones por el simple placer de la malevolencia. Parque Chas es una suerte de triángulo de las Bermudas, donde se dice que un portal a otra dimensión retiene en el limbo a una multitud de aventureros que se adentraron en sus calles y nunca regresaron. Aquellos que dejaron solas a sus mujeres son duramente acusados de abandono del hogar y se los suele imaginar inmersos en una vida libertina bajo una nueva identidad. Aunque creo firmemente que fueron tragados por el mismo Parque Chas, y se encuentran perdidos en algún fantasmagórico corredor sin tiempo.
Eleodora había aceptado el desafío de internarse en el barrio y enfrentar la aventura prescindiendo de toda ayuda y orientación. Y fue tanto lo que caminó que luego de varias horas se encontró recorriendo las calles de Barrio Obrero, en el interior del partido de Lanús. Nunca notó haber cruzado Puente Alsina, por lo que supone que algún agujero de gusano fue abierto en alguno de los extraños e imposibles ángulos que forman las esquinas, y que dicha apertura del espacio-tiempo la dejó directamente allí. Mientras perseveraba en su intento de orientarse vio a un fornido muchacho transpirando debajo de una pesada bolsa de cemento portland. Se trataba de Elpidio. Descargaba él solo un camión que llevaba al menos treinta bolsas más. Eleodora se ofreció a ayudarlo y lo que al principio fue incredulidad de parte de Elpidio se transformó en sorpresa cuando pudo comprobar con qué facilidad Eledora manipulaba las bolsas sobre su espalda. Eleodora maniobraba el peso del cemento como si se tratase de un gato pequeño. En su humildad y para no desmerecer a Elpidio, decidió no demostrar de qué manera solía equilibrar hasta tres bolsas sobre sus trapecios, mientras ejecutaba un fragmento de baile y zapateo de “Cantando bajo la lluvia”.
En retribución por su ayuda, Elpidio la guió hasta un local cerca de la estación Lanús donde podía conseguir cualquier tipo de bebida. Allí Eleodora se surtió de Ferro-china, y también de Hesperidina y Pineral. Ese fue el comienzo de una grata amistad.

Elpidio mira a Aristóbulo y le comenta que no van a permitirle ingresar tal como está vestido. Piensa unos segundos y dice conocer muy bien al vestuarista del teatro; quien quizás pueda conseguirle un atuendo más apropiado.
Sin embargo Aristóbulo parece distraído y lejano a la conversación. No deja de observar a un pequeño moreno y regordete, de lentes con marco redondo y oscuro, que acaba de ingresar.
-Un marroquí- se le escapa en voz alta. Eleodora lo mira con curiosidad. Aristóbulo sigue absorto en un mar de deducciones que va corroborando mentalmente a partir de una detenida observación. Se acerca algo preocupado a Eleodora y le dice al oído
-Eleo, seguite de cera a ese marroquí, se me hace que no viene a escuchar el concierto, no estoy seguro pero creo que va para quilombo
-¿Cómo sabés que es marroquí?
-Por el fez rojo en su cabeza
Eleodora duda. Aristóbulo tiene una habilidad sorprendente para las deducciones, pero suele fallar con demasiada frecuencia. Aún así lo toma muy en serio, además le debe varias apariciones salvadoras.
Aristóbulo se aleja con Elpidio en dirección del depósito, donde un anciano octogenario le busca un frac. Después de rebuscar por varios minutos, el anciano da con la prenda apropiada: Un frac elegante que fue usado en alguna ocasión nada más ni nada menos que por Pavarotti.
Eleodora no pierde de vista al marroquí, y le indica a Xiao que ingrese en busca de los lugares que tienen asignados. Xiao no la escucha, pero puede leer la orden en los labios, y sin mediar palabra se interna diligente en la sala.

Mientras Xiao avanzaba por uno de los pasillos, un oscuro personaje fija la vista en el chino. Se trata de Rinat Dasayev, un ex agente de la KGB. Rinat reconoce al instante el andar tan particular de Xiao, en el cual adivina imperceptibles resabios de la marcha característica que el servicio secreto chino ejecutaba en sus desfiles (el servicio secreto chino dejó de marchar en desfiles hace ya varios años, desde que cayeron en la cuenta de que la participación en estos eventos iba en detrimento del anonimato de sus agentes). Rinat se fija ahora en los dedos de Xiao y nota una decoloración característica producto de los explosivos a base de polvo de hornear; no necesita más para confirmar que Xiao es un camarada del servicio secreto. Rinat repasa en rápidamente en su mente cerca de tres mil fotografías de agentes aliados que memorizó durante el servicio y reconoce claramente la de Xiao. Memorizar imágenes es una práctica habitual en los agentes, pero con los orientales la dificultad crece considerablemente ya que distinguirlos no es tarea fácil. Sin embargo la agudeza de Rinat es implacable; una perspicacia reconocida dentro de las mismas filas de la KGB, donde despertaba gran admiración; una sagacidad envidiada por sus compañeros y superiores y temida por sus adversarios; una habilidad extraordinaria a la que sin embargo se le escapa un único detalle: que Xiao es completamente sordo.
Rinat sigue a Xiao por el pasillo, se le acerca por detrás y le susurra -Camarada, no se de vuelta- Xiao continúa sin notar absolutamente nada -No tengo tiempo para explicarle, notará por mi acento a qué servicio pertenezco; necesito su ayuda; esta noche habrá un atentado; buscamos al “Topo”; le pido que esté atento; ya le daré más información-
Xiao nota a alguien demasiado cerca sobre su espalda y un aliento tibio cerca de su oreja. Se siente acosado sexualmente, gira la cabeza levemente y nota a un hombre caucásico y de pelo castaño oscuro, ya mayor. Aunque no es de su gusto se siente halagado, sin embargo se apura a tomar distancia y llegar a su asiento. Rinat queda conforme y confiado en la ayuda de Xiao.

Rinat Dasayev fue forzado a jubilarse tempranamente en la KGB. Era un apasionado del fútbol y excelente arquero. La KGB aprovechó sus habilidades deportivas para infiltrarlo en la selección soviética que participó en el mundial de fútbol de Mëxico’86, donde tuvo un gran desempeño como portero titular. Su misión era establecer contacto con un agente que oficiaba como utilero de la selección belga, del cual debía recibir importantes datos sobre bases secretas de la OTAN en el centro de Europa, casas de empeño en Oriente medio y cantantes tiroleses.
Luego del partido de cuartos de final, en el cual La Unión soviética perdió frente a Bélgica por cuatro tantos contra tres, Rinat se encontró con el belga en uno de los pasillos que unen ambos vestuarios. Cuando Rinat Dasayev le extendió la mano a modo de saludo, el utilero inscribió en su cara una sonrisa socarrona y le marcó el número cuatro extendiendo los dedos de su mano derecha y ocultando el pulgar, haciendo alusión a los cuatro goles que había sufrido el ruso en su propia valla. Como si fuera poco, con la mano izquierda en forma de puño con el hueco del pulgar hacia el estómago, realizó un vaivén hacia adelante y atrás que hacía entender que los rusos habían sido objeto de una vejación sexual. Entonces Dasayev le tomó la mano derecha, le fracturó los cuatro dedos, luego le aplicó un lance de judo arrojándolo al piso, y por último lo orinó. Rinat se retiró indignado y sin la información convenida. La historia de la guerra fría quizás hubiera tomado un rumbo distinto si no hubiera mediado la pasión del ruso por el fútbol, y quizás los cantantes tiroleses hubieran escarmentado tras una justa persecución.
Luego del incidente Rinat fue dado de baja convirtiéndose en el jubilado más joven de toda la unión soviética. Para entonces tenía apenas veintinueve años. Pero decidió continuar trabajando por su cuenta y dedicó el resto de su vida a perseguir al “Topo”, un agente marroquí que durante la guerra fría trabajaba para la CIA. Nadie jamás había visto al Topo y algunos lo tomaban como una leyenda. La única confirmación real de su existencia fue dada por el inspector Squirrel, de la CIA, que oficiaba de contacto entre el Topo y la agencia. Se dice que el Topo marroquí y el inspector Squirrel trabajaron juntos en una gran cantidad de misiones, llegando a un nivel de eficacia temible dentro del mundo del espionaje. Finalizada la guerra fría, caído el muro de Berlín y tras el inicio de la primera emisión de Los Simpsons, el Topo abandonó todo contacto con la agencia y comenzó a trabajar por su cuenta como agente mercenario. Squirrel nunca accedió a brindar información de su antiguo contacto y nunca se supo qué aspecto tenía el Topo ni para quién podría estar trabajando, probablemente fuera para el mejor postor.

Aristóbulo deja el depósito haciendo gala de su frac. En el camino se cruza con algunas señoritas a las que les sonríe, mientras se escupe una mano para luego peinar sus escasos y largos cabellos. Xiao espera paciente en su butaca, y Eleodora se interna por un oscuro pasillo tras el marroquí. En una de las vueltas parece perderlo, pero nota que se escabulló por un hueco de ventilación en la pared. Eleodora, sin dudar, ingresa también en ese hueco, recorre apenas un par de metros a gatas y sale a un pasillo más grande en forma de cueva, mugroso y con agua hasta los tobillos.

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