Avanti, bersaglieri, che la vittoria é nostra!

lunes, 21 de octubre de 2013

Eleodora héroe de la comunidad china

Estos días apareció en la tele la noticia del asalto frustrado a un supermercado chino. Según los periodistas un par de valientes agentes redujeron a un asaltante armado sin provocar heridos. Para mí pasó como una noticia más, hasta que me enteré lo que en realidad sucedió.

Eleodora se encontraba en el supermercado chino reponiendo parte de su arsenal alcohólico. Luego del episodio del Carlos Luna de terracota se hizo muy conocida en la comunidad, donde comenzó a ser muy bien recibida. Tanto fue así, que el dueño del supermercado consigue las poco comunes botellas de Hesperidina especialmente para ella.
Eleodora había llenado con botellas dos canastos y llevaba uno en cada mano. Prefiere los canastos a los carritos porque le permiten mantener en forma sus hombros, esenciales para acarrear bolsas de cemento portland.
Eleodora se acercó a la caja y estaba por apoyar los canastos en la mesa donde se encuentra el lector de códigos de barra, cuando un individuo la quitó de enmedio de un empujón, se adelantó y se ubicó delante de ella frente al cajero, dándole la espalda.
Eleodora le gritó indignada -Yo estaba primera ¿Qué te colás, pelotudo?-
El tipo se dio la vuelta. Se trataba de un hombre caucásico, rubio, de poco más de un metro noventa y con una contextura física similar a un ropero. Sus ojos se encontraban casi reducidos y ocultos tras dos pómulos de concreto y una frente acorazada, y su mandíbula sobresalía como la de un bulldog. Llevaba un cigarrillo sobre la comisura derecha, los labios casi inexistentes y una pistola Ballester Molina del cincuenta y tres bien aferrada a su diestra, con la cual ahora apuntaba a Eleodora.
Eleodora no se amedrentó y le volvió a gritar en la cara -¿Escuchaste boludazo? Yo estaba primera- El rubio pareció abrir un poco los ojos, como sorprendido, pero reaccionó levemente con un -Esto es un asalto-
Eleodora entonces replicó usando una voz grave y tonta, con acento arrastrado, acentuando un tono idiota al llevar las comisuras hacia abajo y los labios hacia adelante, con evidente intención de estar imitándolo -Esto es un asalto, esto es un asalto- Y luego continuó con su propia voz -Ya sé, estúpido, eso te da cierto poder para que el chino te de la guita, pero no te da derecho a colarte; dejame pasar, pelotudazo-
En el rubio operaba un desconcierto tal, que lo mantenía paralizado, con el índice firme sobre el gatillo de la pistola, pero inmóvil.
Como si de un duelo se tratase, Eleodora desenfundó su mirada más fiera; tras lo cual el chino, que estaba detrás del rubio, tuvo que cerrar los ojos al no poder soportar esa visión. Detrás del chino, una botella de Campari se rajó a la mitad y cuatro cajas de caldo de verdura cayeron al piso.
El rubio soltó dos lagrimones debido al ardor en los ojos, provocado por la mirada de Eleodora. Pero era duro, muy duro. Entonces aspiró profundo a través del cigarrillo, cuya punta se encendió como una antorcha, levantó el arma y la apuntó directo a la cara de Eleodora.

De repente se oyó un barullo confuso que provenía de la puerta. Alguien había entrado rauda y atropelladamente, atravesando las tiras de plástico multicolor que colgaban de la entrada formando una cortina.
Era Aristóbulo, que de algún modo se había percatado del peligro que acechaba a su prima.
Entró a la carrera traspasando la cortina, pero un manojo de tiras se habían enredado en sus brazos convirtiéndose en nudos a la altura de sus axilas. Debido al apuro y el sobrepeso no pudo controlar su entrada; no logró detenerse y pasó de largo perdiéndose entre las góndolas y arrancando de cuajo la cortina, la cual se llevó completa y a la rastra por el piso.

El rubio quedó, una vez más, inmóvil, sorprendido, petrificado.

De repente, el chino, el rubio y Eleodora vieron emerger de la última góndola a Aristobulo, gordo, con bigotes a lo Pancho Villa, lentes grandes y oscuros, cadena de oro al cuello, camisa de colores, pantalón corto y medias de toalla metidas en dos ojotas.
Se acercó al rubio ensayando un paso altanero y elegante, el cual fue malogrado por la cortina de plástico que aún arrastraba colgando de sus hombros. Aristóbulo, rápidamente, descubrió desde su espalda su mano derecha portando un desodorante que había tomado de una de las góndolas, con un golpe de palma de la mano izquierda le quitó la tapa, a la manera de los pistoleros del viejo oeste, y lo apuntó a la cara del ladrón. Cuando intentó vaporizar el contenido sobre los ojos del rubio ¡Que sorpresa se llevaron todos! Se trataba de un desodorante a bolilla.

El rubio parecía una estatua viviente. Era tanto lo que no podía procesar en su cabeza que se hallaba en una especie de cortocircuito neuronal, y no reaccionaba.
Ahí fue cuando Eleodora aprovechó la oportunidad, se colgó de los hombros del gigante por la espalda, pateó con ambos talones la parte trasera de las rodillas del rubio y éste se desplomó al piso. Mientras el tipo caía, Eleodora le quitó de la mano la pistola Ballester-Molina y la guardó en su cintura a la altura de la espalda.
En ese preciso instante llegaron los dos policías que terminaron de reducir al ladrón, el cual todavía no reaccionaba. El rubio miraba fijo sin poder creer lo que había sucedido y por momentos parecía querer despertar de una pesadilla.
Eleodora volvió a su casa contenta, ya que el chino se negó a cobrarle la Hesperidina.
Cuando llegó puso en el tocadiscos Mano a Mano, por Julio Sosa; se sirvió un trago; y cuando se sentó y apoyó la espalda en el respaldo de la silla para relajarse, sintió un bulto y se dió cuenta que todavía llevaba en la cintura la Ballester-Molina del cincuenta y tres.

jueves, 17 de octubre de 2013

La lujuria

La lujuria se considera pecado capital desde el siglo IV por el monje Evagrio Póntico, a pesar de que su existencia (la de la lujuria) es muy anterior incluso a la escritura. Si hoy en día la falta de televisor se relaciona inmediatamente con una actividad lujuriosa que compite con la de los conejos, podríamos imaginar el lugar que tendría la lascivia en una época prehistórica, es decir, en la que no existía ni siquiera la lectura.
Quizás Evagrio “el agrio” decidió declarar la lujuria pecado capital para fomentar el alfabetismo. En una época en que pocos sabían leer, la sociedad se dividía entre los que leían y los que … no leían.

No hay que confundir “pecado capital” con “pecado mortal”. Un pecado se denomina “capital” en el sentido de ser el origen de otros pecados. Y tampoco hay que confundir esto del origen con “pecado original”, que no está relacionado con la lujuria sino con el conocimiento del bien y el mal, la famosa manzanita.
Ahora, Adán y Eva estando en un paraíso con una temperatura moderada, al aire libre, solos y en bolas, con el pastito cortado y todo eso ¡Se condenaron para toda la cosecha por el conocimiento del bien y del mal!
Resulta decepcionante, al menos para mí, que el pecado original no haya sido la lujuria… ¡Daba!
Bien hubiera garpado nacer ya condenados por culpa de dos que se dieron con todo. Por el conocimiento los banco, pero por una buena revolcada los hubiese bancado dos veces.
Por otro lado, parece que estos dos eligieron el conocimiento y fueron condenados, pero aquellos que prefieren la lujuria también. Sinceramente, a alguna religiones no hay actividad que les venga bien.

Cuando comencé a buscar qué se entiende por lujuria me encontré con distintas acepciones. La primera que encontré fue “deseo sexual desordenado e incontrolable”. Lo de “desordenado” es un detalle discutible ya que no hay nada más ordenado que una orgía, donde organizarse resulta de suma importancia.
También me encontré con otros usos que aplican sobre conductas mucho menos felices (no sé si una orgía es algo feliz, pero mi imaginación así lo sugiere con total determinación).

Entonces seguí buscando y llegué hasta una idea bastante interesante: "Dante Alighieri consideraba que lujuria era el amor hacia cualquier persona, lo que pondría a Dios en segundo lugar".
No es de extrañar que este concepto provenga de un alma profundamente cristiana, pero tampoco extraña que venga de un poeta, ya que incorpora una potencia idílica colosal.

Entonces, para el Dante, la lujuria sería pecado capital, nada más ni nada menos, que por desplazar a Dios de la cima del amor del hombre.

De hecho, el primer mandamiento es “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Pero así como un solitario vello púbico tracciona más que un par de animales de tiro, el amor por un ser terrenal es capaz de dejar a dios abandonado en un mundo supralunar cerrado en temporada baja.

Este dios despechado no es relegado necesariamente por egoísmo, porque el amor desmedido puede ir un paso más relegando incluso el amor a sí mismo, en un sentimiento despojado completamente de egoísmo.
¡Vamos! ¿Cuánto pecado puede haber en esto?

En fin, quien haya alguna vez amado de la manera que digo, bien sabrá que no hay fuego eterno que haga temblar la determinación de un amante así. No hay promesa de eterna felicidad que venga a sobornar a un ser apasionado para que abandone su sentimiento. Quien posee una pasión así, bien sabe que hay algo más preciado que la felicidad de pasearse sobre nubes de algodón con una sonrisita modosa por toda la eternidad, aún si esa pasión responde a una realidad mezquina que desgarra el alma.

Entonces no me queda otra que declararme pecador de una tremenda lujuria; un pecador pertinaz e incapaz de arrepentimiento, aunque el goce fugaz que se fue tras el desencuentro me lleve al injusto infierno del otro mundo; y aunque también me condene a cocinarme a fuego lento en lo que de este mundo quede.

martes, 8 de octubre de 2013

Prejuicios

Se suele pensar que las personas que no se muestran perseverantes en el lamento dan muestra de una gran frialdad que les facilita las cosas; que pueden afrontar pérdidas, sostener situaciones o realizar grandes cambios porque no les pesa o duele lo suficiente.
Puede que en algún caso así sea, pero también los hay en los cuales el factor determinante es una voluntad fuerte.
Del mismo modo se suele pensar que la falta de reacción ante una agresión y la respuesta sincera y directa es muestra de indiferencia; o que resulta de la indiferencia el respetar que alguien se aleje, cuando muchas veces no es más que una gran voluntad haciendo lo que debe hacerse y guardándose de una actitud egoísta llena de afectación y reproches.
Creo firmemente que cada uno siente tanto dolor como es capaz de soportar, y la gente de gran voluntad es capaz de soportar dolor en dosis muy altas.
Tampoco es justo envidiar la fortuna en una persona que puede sonreír. Quizás no se trata ni más ni menos que de una gran voluntad levantándose sobre un dolor inimaginable; y probablemente, si uno estuviera en ese ansiado lugar, estaría nuevamente lamentando la mala fortuna del destino.
Hace muchos años presencié una partida de ajedrez donde las blancas aventajaban a las negras de manera evidente. Entonces, quien comandaba el lado negro comenzó a lamentarse en tal insoportable grado, que el jugador que llevaba las blancas le propuso dar vuelta el tablero y continuar con los lados invertidos. Quien manejaba las negras pasó a manejar las blancas y viceversa. Al poco rato, eran las negras quienes tomaron ventaja, con lo que nuevamente comenzaron las quejas. Los cambios de lado se sucedieron varias veces, siempre con el mismo resultado.
Esta pequeña historia guarda un sentido accesorio pero no menos importante: Quien no esté dispuesto a perder jugando al ajedrez, que no juegue.