Estos días apareció en la tele la noticia del asalto frustrado a un supermercado chino. Según los periodistas un par de valientes agentes redujeron a un asaltante armado sin provocar heridos. Para mí pasó como una noticia más, hasta que me enteré lo que en realidad sucedió.
Eleodora se encontraba en el supermercado chino reponiendo parte de su arsenal alcohólico. Luego del episodio del Carlos Luna de terracota se hizo muy conocida en la comunidad, donde comenzó a ser muy bien recibida. Tanto fue así, que el dueño del supermercado consigue las poco comunes botellas de Hesperidina especialmente para ella.
Eleodora había llenado con botellas dos canastos y llevaba uno en cada mano. Prefiere los canastos a los carritos porque le permiten mantener en forma sus hombros, esenciales para acarrear bolsas de cemento portland.
Eleodora se acercó a la caja y estaba por apoyar los canastos en la mesa donde se encuentra el lector de códigos de barra, cuando un individuo la quitó de enmedio de un empujón, se adelantó y se ubicó delante de ella frente al cajero, dándole la espalda.
Eleodora le gritó indignada -Yo estaba primera ¿Qué te colás, pelotudo?-
El tipo se dio la vuelta. Se trataba de un hombre caucásico, rubio, de poco más de un metro noventa y con una contextura física similar a un ropero. Sus ojos se encontraban casi reducidos y ocultos tras dos pómulos de concreto y una frente acorazada, y su mandíbula sobresalía como la de un bulldog. Llevaba un cigarrillo sobre la comisura derecha, los labios casi inexistentes y una pistola Ballester Molina del cincuenta y tres bien aferrada a su diestra, con la cual ahora apuntaba a Eleodora.
Eleodora no se amedrentó y le volvió a gritar en la cara -¿Escuchaste boludazo? Yo estaba primera- El rubio pareció abrir un poco los ojos, como sorprendido, pero reaccionó levemente con un -Esto es un asalto-
Eleodora entonces replicó usando una voz grave y tonta, con acento arrastrado, acentuando un tono idiota al llevar las comisuras hacia abajo y los labios hacia adelante, con evidente intención de estar imitándolo -Esto es un asalto, esto es un asalto- Y luego continuó con su propia voz -Ya sé, estúpido, eso te da cierto poder para que el chino te de la guita, pero no te da derecho a colarte; dejame pasar, pelotudazo-
En el rubio operaba un desconcierto tal, que lo mantenía paralizado, con el índice firme sobre el gatillo de la pistola, pero inmóvil.
Como si de un duelo se tratase, Eleodora desenfundó su mirada más fiera; tras lo cual el chino, que estaba detrás del rubio, tuvo que cerrar los ojos al no poder soportar esa visión. Detrás del chino, una botella de Campari se rajó a la mitad y cuatro cajas de caldo de verdura cayeron al piso.
El rubio soltó dos lagrimones debido al ardor en los ojos, provocado por la mirada de Eleodora. Pero era duro, muy duro. Entonces aspiró profundo a través del cigarrillo, cuya punta se encendió como una antorcha, levantó el arma y la apuntó directo a la cara de Eleodora.
De repente se oyó un barullo confuso que provenía de la puerta. Alguien había entrado rauda y atropelladamente, atravesando las tiras de plástico multicolor que colgaban de la entrada formando una cortina.
Era Aristóbulo, que de algún modo se había percatado del peligro que acechaba a su prima.
Entró a la carrera traspasando la cortina, pero un manojo de tiras se habían enredado en sus brazos convirtiéndose en nudos a la altura de sus axilas. Debido al apuro y el sobrepeso no pudo controlar su entrada; no logró detenerse y pasó de largo perdiéndose entre las góndolas y arrancando de cuajo la cortina, la cual se llevó completa y a la rastra por el piso.
El rubio quedó, una vez más, inmóvil, sorprendido, petrificado.
De repente, el chino, el rubio y Eleodora vieron emerger de la última góndola a Aristobulo, gordo, con bigotes a lo Pancho Villa, lentes grandes y oscuros, cadena de oro al cuello, camisa de colores, pantalón corto y medias de toalla metidas en dos ojotas.
Se acercó al rubio ensayando un paso altanero y elegante, el cual fue malogrado por la cortina de plástico que aún arrastraba colgando de sus hombros. Aristóbulo, rápidamente, descubrió desde su espalda su mano derecha portando un desodorante que había tomado de una de las góndolas, con un golpe de palma de la mano izquierda le quitó la tapa, a la manera de los pistoleros del viejo oeste, y lo apuntó a la cara del ladrón. Cuando intentó vaporizar el contenido sobre los ojos del rubio ¡Que sorpresa se llevaron todos! Se trataba de un desodorante a bolilla.
El rubio parecía una estatua viviente. Era tanto lo que no podía procesar en su cabeza que se hallaba en una especie de cortocircuito neuronal, y no reaccionaba.
Ahí fue cuando Eleodora aprovechó la oportunidad, se colgó de los hombros del gigante por la espalda, pateó con ambos talones la parte trasera de las rodillas del rubio y éste se desplomó al piso. Mientras el tipo caía, Eleodora le quitó de la mano la pistola Ballester-Molina y la guardó en su cintura a la altura de la espalda.
En ese preciso instante llegaron los dos policías que terminaron de reducir al ladrón, el cual todavía no reaccionaba. El rubio miraba fijo sin poder creer lo que había sucedido y por momentos parecía querer despertar de una pesadilla.
Eleodora volvió a su casa contenta, ya que el chino se negó a cobrarle la Hesperidina.
Cuando llegó puso en el tocadiscos Mano a Mano, por Julio Sosa; se sirvió un trago; y cuando se sentó y apoyó la espalda en el respaldo de la silla para relajarse, sintió un bulto y se dió cuenta que todavía llevaba en la cintura la Ballester-Molina del cincuenta y tres.
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