Avanti, bersaglieri, che la vittoria é nostra!

martes, 17 de diciembre de 2013

Una noche en el Colón - Parte III

III. La vieja escuela

Eledora se se interna en el oscuro y húmedo túnel. Observa hacia ambos lados. A la derecha puede ver al marroquí girando por uno de los codos del túnel, a unos cincuenta metros. Apura el paso para darle alcance. A medio camino, y a pesar de la escasa luz, puede distinguir en una de las paredes algo parecido a una colección de viejas pinturas rupestres. La curiosidad la mueve a acercarse y comprueba que se trata de dibujos obscenos, quizás producto de algún operario aburrido. Entonces se toma un segundo para buscar una piedra y corregir con trazos las proporciones morfológicas de los dibujos, mientras se dice en voz baja “¿Para qué mienten?”. Satisfecha continúa avanzando hasta llegar al giro por donde vio desaparecer al marroquí. Se asoma silenciosamente. Puede distinguir al individuo tomando de entre unas cajas un paquete rectangular, grande, que parece contener plastilina gris y un despertador Junghans. El marroquí guarda los elementos en un bolso negro y luego prosigue su marcha hasta el final del túnel, donde desaparece.
Cuando Eleodora alcanza el final del camino nota dos conductos de ventilación, a uno y otro lado. No se decide cual tomar. Se la juega por el de la izquierda. Al final del conducto logra salir a uno de los palcos bajos, que se encuentra vacío. No hay indicios del marroquí. Se asoma por la baranda y observa la sala. Ve a Xiao sentado en su butaca, distraído, y luego descubre al marroquí en el palco opuesto, el cual se encuentra cruzando toda la sala. Evidentemente tomó el camino equivocado y desde allí no puede hacer mucho. Necesita llamar la atención de Xiao, entonces lleva sus meñiques a cada lado de la lengua, entrecierra la boca y un silbido ensordecedor retumba amplificado por la acústica del teatro.

Rinat Dasayev escucha un fuerte silbido y busca el origen. Entonces fija la mirada en la extraña mujer del palco. El ruso no había escuchado un silbido como ese desde aquella misión en los campos de la estepa siberiana, donde un pastor reunía a sus ovejas utilizando la misma técnica.

El silbido de Eleodora logra llamar la atención de todo el público, la orquesta y el marroquí. Pero Xiao no se da por enterado. El chino permanece sentado; con la mirada perdida; inmerso en sus cavilaciones orientales. Pero un repentino y fuerte golpe en el parietal izquierdo le produce un mareo momentáneo. Trata de entender lo que sucede y cuando recupera la visión distingue un zapato de mujer en el piso, justo entre sus piernas. Es el zapato de Eleodora. Con sus dedos hurga en su cabeza para detectar exactamente la zona afectada, entonces extrapola desde allí la trayectoria del zapato y dirige su vista hacia el origen. Distingue claramente a Eleodora que lo observa paciente.
Eleodora sabe que es foco de atención de todos y cada una de las personas que están en el teatro. Debe evitar que los demás se enteren de la bomba, ya que el pánico podría causar una tragedia mayor que la misma explosión. Entonces empieza a mover suavemente y en silencio sus labios formando una serie de oraciones dirigidas a Xiao.
Xiao puede leer en los labios de Elodora la siguiente frase “En el palco opuesto hay un marroquí con una bomba, y por favor arreglate el cuello de la camisa que parecés un pelotudo”

En la sala alguien más puso especial atención a los labios de Eleodora. Se trata del único que, además de Xiao, posee el entrenamiento suficiente para leer las palabras a tanta distancia y con tan sutiles movimientos: ¡Rinat Dasayev!
Luego de leer la frase de Eleodora, Rinat exclama para sus adentros -¡El Topo!- Siente la adrenalina correr por su cuerpo, aún así su corazón y respiración permanecen calmos, sus pupilas estáticas, es parte del entrenamiento que los agentes de la KGB realizan para burlar las pruebas del polígrafo. Ejerce ese control por reflejo, por costumbre. Busca con la vista a su camarada Xiao, a quien ve salir disparado como una saeta en dirección al palco del marroquí. El chino corre mientras se acomoda el cuello de la camisa. Menos mal, porque parecía un pelotudo. El ruso confía en en su camarada, sabe de su vasta experiencia en bombas; sabe que el chino es el único que conoce íntimamente la detonación de uno de esos artefactos y aún vive para contarlo. Entonces Rinat intuye que su presencia es más importante en otro lado; se da vuelta y comienza a caminar hacia uno de los pasillos que comunican los palcos.

Aristóbulo ingresa a la sala del Colón llevando pochoclos, una gaseosa grande con mucho hielo, panchos y un recipiente con nachos. Levanta su desnuda frente con un aire de superioridad; esgrime la supremacía de quien se sabe en poder de un objeto de deseo común. Frente a la concurrencia de la sala, la sorpresa que causa el silbido de Eleodora es superado ampliamente por el estupor que causa la figura imposible de Aristóbulo llegando a la fila de asientos con todo el arsenal alimenticio; que se adentra torpe entre las butacas, mientras algunos pochoclos caen sobre la falda de algunos espectadores que lo observan con notorio desagrado. Un empleado del teatro se percata de la escena y olvida el silbido para avanzar en dirección a Aristóbulo, con la firme determinación de retirarlo de la sala -¿De dónde sacó la comida?-
Aristóbulo queda atorado a mitad de camino entre un respaldo y las piernas de una dama. El empleado llega hasta la espalda de Aristóbulo y le palmea el hombro intentando llamar su atención. Aristóbulo se da vuelta con mucha dificultad pisando el pie de la dama que está sentada, y ésta a su vez le pega un empujón que lo desestabiliza y le hace derramar toda la bebida sobre la cabeza de un pelado que se encuentra sentado delante; al tiempo que unos cuantos cubitos de hielo se sumergen por el cuello de dicho calvo, quien empieza a dar saltitos espasmódicos en el asiento. Aristóbulo se zafa de las rodillas de la dama y comienza a correr en dirección opuesta al empleado tratando de salvar al menos la comida; luego gana uno de los pasillos que comunican los palcos y continúa a la carrera.

Rinat avanza con determinación, y en el camino casi es atropellado por un extraño gordo de lentes oscuros que avanza cargado de comida. Una porción generosa de pochoclos se esparce por el suelo -¡Qué extraña es la gente en esta ciudad!- Rinat no deja de sorprenderse. Pero continúa avanzando hacia su objetivo.

Xiao ingresa a la carrera en el palco del marroquí y lo encuentra desierto, sin embargo percibe una tenue luz debajo de uno de los asientos. Queda paralizado. Hasta ese instante había corrido sin pensar en la situación, pero ahora los recuerdos de la explosión vuelven sobre él como un huracán ¿Es acaso el destino, que lo persigue para terminar con él un trabajo que no pudo concluir en aquella misión en Beijing? Una gota de sudor surca su sien derecha. Respira hondo, lleva el aire al estómago ensayando los ejercicios de Tai Chi con los que solía controlar la tensión y aumentar la virilidad. Enjuga el sudor con una de sus mangas, y avanza determinado sobre el artefacto. Lo toma con cuidado y lo deposita sobre una de las butacas. Lo observa detenidamente, necesita reconocer el modelo, necesita pensar, aprieta sus ojos rasgados y luego los abre, tanto como puede un oriental. El despertador Junghans le arroja algún indicio. Cierra los ojos nuevamente y piensa, intenta recordar.

Eleodora se esfuerza por observar desde la baranda lo que sucede con Xiao en el palco opuesto. Mientras, una oscura figura se acerca sigilosamente por detrás de nuestra escritora. Un fez rojo emerge a la luz de entre las sombras y el puñal que lleva en la diestra emite un tenue destello.
Eleodora percibe el brillo del puñal por sobre su hombro derecho, aguza los oídos y un imperceptible crujido en la madera del suelo le proporciona la distancia exacta del sujeto. El Topo queda inmóvil un momento, tratando de adivinar si fue descubierto, pero Eleodora sigue observando hacia la sala asomada a la baranda del palco, distraída. Lo que el Topo no sabe es que Eleodora está esperando que se acerque cuarenta y cinco centímetros más, para estar a la distancia justa en que pueda girar y estamparle los cuatro nudillos de su poderosa derecha en la frágil mandíbula del agente. Uno de sus golpes preferidos, con el cual en una ocasión dejó inconsciente al mismísimo Mariano Carrera.
El Topo necesita eliminar cualquier posibilidad de ser identificado, entonces se decide a avanzar sobre Eleodora, pero la puerta detrás de él se abre de un golpe y aparece encajado en el marco la figura enorme de Rinat Dasayev. Este se abalanza sobre el Topo, le toma la mano que lleva el cuchillo, le rompe cuatro dedos, con un lance de judo lo arroja al piso y luego lo orina, mientras le dice en un claro ruso, que Eleodora como buena políglota entiende -¡Jamás a una dama!-
Eleodora observa fijamente a Rinat, que no se vuelve hacia ella hasta haber subido el cierre de su pantalón. Entonces le pregunta si se encuentra bien. Eleodora sabe que hubiera podido ella sola con el Topo, pero algo le indica que lo mejor es fingir cierto temor y agradecer a Rinat el haberla salvado. Ambos se miran y se produce un silencio. Eleodora esgrime una mirada magnética y Rinat esta vez no puede evitar que sus pupilas se dilaten y su pulso se acelere.

Aristóbulo continúa corriendo por el pasillo interior intentando salvar la comida. Jadea y las piernas le pesan. Ve una puerta entreabierta e ingresa a la carrera. Se encuentra de repente con un individuo agachado y pensativo frente a un artefacto ¡Es Xiao! En medio de la carrera y abordado por la sorpresa su pie tropieza con el marco de la puerta y cae hacia adelante en un movimiento idéntico al Tarzán de Johnny Weissmuller cuando se zambullía en el río.
Desde la sala del Colón se ve caer del palco una lluvia de pochoclos y nachos. Xiao no grita solamente porque no tendría ni siquiera la absurda satisfacción de escuchar su propio grito.
Pero no hubo explosión.
Aristóbulo se encuentra tirado boca abajo sobre una butaca destrozada en la que unos segundos antes había una bomba. Se incorpora como puede. Junto con Xiao observan la masa explosiva transformada en una especie de pizza junto a un despertador Junghans completamente destrozado.
Xiao nunca imaginó que se podía desarmar una bomba destruyendo de esa manera el detonador. Se acerca a la masa, toma un trozo entre su pulgar e índice, la huele y murmura para sí en chino “Debí imaginarlo, es de la vieja escuela, usaron levadura”.

En el palco opuesto dos sombras se hace una, y un brazo como el cuello de un cisne deja caer una mano que se posa firmemente sobre una nalga masculina.


domingo, 15 de diciembre de 2013

Una noche en el Colón - Parte II

El grupo se dispersa

En la puerta del teatro uno de los botones asiste a los concurrentes a medida que van ingresando. Se trata de Elpidio López, un moreno bonachón con rasgos indígenas, de corta estatura pero tan robusto como cordial. Al ver llegar a Eleodora la saluda efusivamente, y luego extiende la bienvenida a sus acompañantes.
La amistad entre Eleodora y Elpidio se remonta a unos cinco años atrás, un día en que nuestra escritora se encontraba recorriendo Parque Chas en busca del único mercado de Buenos Aires en el que aún puede conseguirse Ferro-China Bisleri, una de sus bebidas preferidas.
Eleodora se hallaba perdida en los vericuetos de Parque Chas, donde los mapas, brújulas y teléfonos con GPS se vuelven completamente inútiles y donde abundan esos bromistas que gustan de dar malas indicaciones por el simple placer de la malevolencia. Parque Chas es una suerte de triángulo de las Bermudas, donde se dice que un portal a otra dimensión retiene en el limbo a una multitud de aventureros que se adentraron en sus calles y nunca regresaron. Aquellos que dejaron solas a sus mujeres son duramente acusados de abandono del hogar y se los suele imaginar inmersos en una vida libertina bajo una nueva identidad. Aunque creo firmemente que fueron tragados por el mismo Parque Chas, y se encuentran perdidos en algún fantasmagórico corredor sin tiempo.
Eleodora había aceptado el desafío de internarse en el barrio y enfrentar la aventura prescindiendo de toda ayuda y orientación. Y fue tanto lo que caminó que luego de varias horas se encontró recorriendo las calles de Barrio Obrero, en el interior del partido de Lanús. Nunca notó haber cruzado Puente Alsina, por lo que supone que algún agujero de gusano fue abierto en alguno de los extraños e imposibles ángulos que forman las esquinas, y que dicha apertura del espacio-tiempo la dejó directamente allí. Mientras perseveraba en su intento de orientarse vio a un fornido muchacho transpirando debajo de una pesada bolsa de cemento portland. Se trataba de Elpidio. Descargaba él solo un camión que llevaba al menos treinta bolsas más. Eleodora se ofreció a ayudarlo y lo que al principio fue incredulidad de parte de Elpidio se transformó en sorpresa cuando pudo comprobar con qué facilidad Eledora manipulaba las bolsas sobre su espalda. Eleodora maniobraba el peso del cemento como si se tratase de un gato pequeño. En su humildad y para no desmerecer a Elpidio, decidió no demostrar de qué manera solía equilibrar hasta tres bolsas sobre sus trapecios, mientras ejecutaba un fragmento de baile y zapateo de “Cantando bajo la lluvia”.
En retribución por su ayuda, Elpidio la guió hasta un local cerca de la estación Lanús donde podía conseguir cualquier tipo de bebida. Allí Eleodora se surtió de Ferro-china, y también de Hesperidina y Pineral. Ese fue el comienzo de una grata amistad.

Elpidio mira a Aristóbulo y le comenta que no van a permitirle ingresar tal como está vestido. Piensa unos segundos y dice conocer muy bien al vestuarista del teatro; quien quizás pueda conseguirle un atuendo más apropiado.
Sin embargo Aristóbulo parece distraído y lejano a la conversación. No deja de observar a un pequeño moreno y regordete, de lentes con marco redondo y oscuro, que acaba de ingresar.
-Un marroquí- se le escapa en voz alta. Eleodora lo mira con curiosidad. Aristóbulo sigue absorto en un mar de deducciones que va corroborando mentalmente a partir de una detenida observación. Se acerca algo preocupado a Eleodora y le dice al oído
-Eleo, seguite de cera a ese marroquí, se me hace que no viene a escuchar el concierto, no estoy seguro pero creo que va para quilombo
-¿Cómo sabés que es marroquí?
-Por el fez rojo en su cabeza
Eleodora duda. Aristóbulo tiene una habilidad sorprendente para las deducciones, pero suele fallar con demasiada frecuencia. Aún así lo toma muy en serio, además le debe varias apariciones salvadoras.
Aristóbulo se aleja con Elpidio en dirección del depósito, donde un anciano octogenario le busca un frac. Después de rebuscar por varios minutos, el anciano da con la prenda apropiada: Un frac elegante que fue usado en alguna ocasión nada más ni nada menos que por Pavarotti.
Eleodora no pierde de vista al marroquí, y le indica a Xiao que ingrese en busca de los lugares que tienen asignados. Xiao no la escucha, pero puede leer la orden en los labios, y sin mediar palabra se interna diligente en la sala.

Mientras Xiao avanzaba por uno de los pasillos, un oscuro personaje fija la vista en el chino. Se trata de Rinat Dasayev, un ex agente de la KGB. Rinat reconoce al instante el andar tan particular de Xiao, en el cual adivina imperceptibles resabios de la marcha característica que el servicio secreto chino ejecutaba en sus desfiles (el servicio secreto chino dejó de marchar en desfiles hace ya varios años, desde que cayeron en la cuenta de que la participación en estos eventos iba en detrimento del anonimato de sus agentes). Rinat se fija ahora en los dedos de Xiao y nota una decoloración característica producto de los explosivos a base de polvo de hornear; no necesita más para confirmar que Xiao es un camarada del servicio secreto. Rinat repasa en rápidamente en su mente cerca de tres mil fotografías de agentes aliados que memorizó durante el servicio y reconoce claramente la de Xiao. Memorizar imágenes es una práctica habitual en los agentes, pero con los orientales la dificultad crece considerablemente ya que distinguirlos no es tarea fácil. Sin embargo la agudeza de Rinat es implacable; una perspicacia reconocida dentro de las mismas filas de la KGB, donde despertaba gran admiración; una sagacidad envidiada por sus compañeros y superiores y temida por sus adversarios; una habilidad extraordinaria a la que sin embargo se le escapa un único detalle: que Xiao es completamente sordo.
Rinat sigue a Xiao por el pasillo, se le acerca por detrás y le susurra -Camarada, no se de vuelta- Xiao continúa sin notar absolutamente nada -No tengo tiempo para explicarle, notará por mi acento a qué servicio pertenezco; necesito su ayuda; esta noche habrá un atentado; buscamos al “Topo”; le pido que esté atento; ya le daré más información-
Xiao nota a alguien demasiado cerca sobre su espalda y un aliento tibio cerca de su oreja. Se siente acosado sexualmente, gira la cabeza levemente y nota a un hombre caucásico y de pelo castaño oscuro, ya mayor. Aunque no es de su gusto se siente halagado, sin embargo se apura a tomar distancia y llegar a su asiento. Rinat queda conforme y confiado en la ayuda de Xiao.

Rinat Dasayev fue forzado a jubilarse tempranamente en la KGB. Era un apasionado del fútbol y excelente arquero. La KGB aprovechó sus habilidades deportivas para infiltrarlo en la selección soviética que participó en el mundial de fútbol de Mëxico’86, donde tuvo un gran desempeño como portero titular. Su misión era establecer contacto con un agente que oficiaba como utilero de la selección belga, del cual debía recibir importantes datos sobre bases secretas de la OTAN en el centro de Europa, casas de empeño en Oriente medio y cantantes tiroleses.
Luego del partido de cuartos de final, en el cual La Unión soviética perdió frente a Bélgica por cuatro tantos contra tres, Rinat se encontró con el belga en uno de los pasillos que unen ambos vestuarios. Cuando Rinat Dasayev le extendió la mano a modo de saludo, el utilero inscribió en su cara una sonrisa socarrona y le marcó el número cuatro extendiendo los dedos de su mano derecha y ocultando el pulgar, haciendo alusión a los cuatro goles que había sufrido el ruso en su propia valla. Como si fuera poco, con la mano izquierda en forma de puño con el hueco del pulgar hacia el estómago, realizó un vaivén hacia adelante y atrás que hacía entender que los rusos habían sido objeto de una vejación sexual. Entonces Dasayev le tomó la mano derecha, le fracturó los cuatro dedos, luego le aplicó un lance de judo arrojándolo al piso, y por último lo orinó. Rinat se retiró indignado y sin la información convenida. La historia de la guerra fría quizás hubiera tomado un rumbo distinto si no hubiera mediado la pasión del ruso por el fútbol, y quizás los cantantes tiroleses hubieran escarmentado tras una justa persecución.
Luego del incidente Rinat fue dado de baja convirtiéndose en el jubilado más joven de toda la unión soviética. Para entonces tenía apenas veintinueve años. Pero decidió continuar trabajando por su cuenta y dedicó el resto de su vida a perseguir al “Topo”, un agente marroquí que durante la guerra fría trabajaba para la CIA. Nadie jamás había visto al Topo y algunos lo tomaban como una leyenda. La única confirmación real de su existencia fue dada por el inspector Squirrel, de la CIA, que oficiaba de contacto entre el Topo y la agencia. Se dice que el Topo marroquí y el inspector Squirrel trabajaron juntos en una gran cantidad de misiones, llegando a un nivel de eficacia temible dentro del mundo del espionaje. Finalizada la guerra fría, caído el muro de Berlín y tras el inicio de la primera emisión de Los Simpsons, el Topo abandonó todo contacto con la agencia y comenzó a trabajar por su cuenta como agente mercenario. Squirrel nunca accedió a brindar información de su antiguo contacto y nunca se supo qué aspecto tenía el Topo ni para quién podría estar trabajando, probablemente fuera para el mejor postor.

Aristóbulo deja el depósito haciendo gala de su frac. En el camino se cruza con algunas señoritas a las que les sonríe, mientras se escupe una mano para luego peinar sus escasos y largos cabellos. Xiao espera paciente en su butaca, y Eleodora se interna por un oscuro pasillo tras el marroquí. En una de las vueltas parece perderlo, pero nota que se escabulló por un hueco de ventilación en la pared. Eleodora, sin dudar, ingresa también en ese hueco, recorre apenas un par de metros a gatas y sale a un pasillo más grande en forma de cueva, mugroso y con agua hasta los tobillos.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Una noche en el Colón - Parte I

La llegada

Los relojes marcan las nueve y la luna llena brilla en un firmamento sin nubes. Un Valiant III color blanco se detiene frente a la entrada principal del teatro Colón. Los carteles anuncian una velada extraordinaria de música, con la orquesta nacional ejecutando la sinfonía número cuatro “Non ho sentito un corno” del prodigioso Giuseppe Bordón, para corno francés y orquesta. Giuseppe Bordón es considerado un maestro de los silencios. De hecho, lo más valorado de toda su prolífica producción son los largos intervalos sin notas, los cuales abundan en todas sus obras.
En la puerta del teatro, una pareja que se encuentra a punto de ingresar vuelve sobre sus pasos para observar, incrédulos, el carromato blanco que ronronea sobre la acera a escasos metros. El conductor del Valiant siente la presión de las miradas, recorre su cuerpo ese nerviocillo del artista que no quiere defraudar a su público, entonces bombea varias veces el pedal del acelerador y el motor dos veinticinco de seis cilindros ruge como un león. Satisfecho, el Valiant vuelve a regular con suavidad.

De los asientos traseros del auto blanco descienden Xiao Ming por la izquierda y Aristóbulo por la derecha. Ambos se aprestan a ubicarse frente a la puerta del acompañante a modo de escolta. Xiao observa suspicaz hacia los puntos estratégicos donde podría ubicarse un francotirador, no porque sospeche alguna amenaza sino por simples gajes del oficio. Entre tanto, Aristóbulo clava la mirada sobre un escote rojo carmín que se balancea a cuarenta metros y acercándose. Xiao viste de elegante frac y Aristóbulo lleva pantalón de cuero negro, zapatillas Champion al tono y camisa violeta al estilo Elvis con tachas plateadas en el cuello. Desde la entrada del teatro los curiosos dirigen la mirada sobre esa puerta del Valiant que aún no se ha abierto. Solamente se distingue un brazo femenino que descansa apoyado sobre el exterior de la carrocería, la muñeca plácida sobre el marco de la ventanilla y el codo cayendo por fuera lánguidamente, como el cuello de un cisne con modorra. Finalmente la puerta del auto se abre y se alcanza a escuchar el fragmento final del diálogo con el conductor: -... el Loco Di Palma corría en uno de estos; tenés que abrirle más nafta al carburador; te come la vida pero tira que da calambre; si no lo vas a pisar cambialo por una renoleta-. Del auto baja finalmente Eleodora, con vestido de gala, Xiao y Aristóbulo se ubican a su lado y avanzan juntos hacia la puerta del teatro.

Xiao Ming es sobrino de la servicial y perseverante anciana que vende los Carlos Luna de terracota en el barrio chino; la misma que siguiera a Eleodora hasta el Impenetrable chaqueño. Xiao llegó de China poco tiempo después de dejar el servicio secreto de su país. Recibió la baja debido a la pérdida total de la audición, la cual compensa a medias con una admirable habilidad para leer los labios. Con frecuencia nos suele recordar, mientras eleva sus ojos rasgados hacia el cielo, que su lectura preferida es Angelina Jolie.
Estando Xiao de servicio en Beijing, intentó desarmar un artefacto explosivo compuesto por una mezcla de clorato de potasio, azufre y polvo de hornear. Un error en la maniobra provocó la explosión de la que salió milagrosamente en una sola pieza, aunque le provocó la pérdida del cincuenta por ciento de la audición. Cuando se me ocurrió preguntarle a Xiao por qué usaban polvo de hornear en la mezcla explosiva éste contestó “es obvio, en reemplazo de la levadura”, luego de lo cual opté por no seguir preguntando.
Xiao perdió el resto de la capacidad auditiva frente a un altoparlante en un recital de The Offspring, banda que solía escuchar con fruición. Cuando quedó irremediablemente sordo tomó tal rencor a la banda que decidió con toda su firmeza china no volver a escucharla jamás.
Eleodora cree que Xiao perdió algo más que el oído. No quiso preguntarle por qué deseaba tanto ir a un concierto el cual no puede escuchar. Es que Xiao es una persona muy orgullosa y por lo general no admite su sordera.

Cuando Xiao dejó el servicio secreto cayó en una depresión que los médicos atribuyeron a la falta de adrenalina. Fue entonces cuando decidió ir en busca de aventuras. Mientras barajaba la posibilidad de viajar a Oriente Medio (al que en China llaman Occidente Medio), una carta de su tía donde contaba las vicisitudes de una extraña ciudad americana lo decidió a trasladarse allí. Y así fue que Buenos Aires lo recibió con su habitual calidez, notada por Xiao cuando bajó del avión, quien expresó en su lengua natal -¡Qué humedad de mierda! Esto es peor que Vietnam-
En casa de su tía conoció a Eleodora, a quién acompañó en distintas aventuras que le proporcionaron una nueva fuente de emoción. Se lo escuchó varias veces decir que “Pasear con Eleodora es más peligroso que perseguir a un agente del Mosad por Tel Aviv”. Al respecto, Xiao contaba que el servicio secreto chino jamás pudo infiltrar a sus agentes en Israel. A pesar de entrenarse aprendiendo cada detalle de la cultura israelí, de dominar a la perfección el hebreo y el yiddish y conocer cada palmo de la Torah y el Sidur, nunca lograron disimular sus ojos rasgados. Utilizar una personalidad suspicaz para disimular sus particulares facciones lograba demorar el descubrimiento algún tiempo, pero siempre quedaban en evidencia, perdiendo así una infinidad de agentes en dicha región.