Cuando le pregunté si podía escribir sus anécdotas permaneció en silencio por un instante, con la mirada hacia el suelo. Sus ojos apenas se movían como siguiendo alguna idea que flotaba sobre los mosaicos de la cocina. Luego levantó la vista, fijó sus ojos en mí y dijo -¡Tenés que pasarle un trapo a ese piso, hijo de puta!-
Volví a la carga con la idea de plasmar sus historias y dudó un poco. No fue hasta que le comenté que había varias personas siguiendo sus historias, que se asombró y luego me dio el visto bueno.
Eleodora y Charlie - Parte I - Huída de la mafia china
Todo comenzó en el barrio chino de Belgrano. Eleodora paseaba recorriendo los diminutos locales, repletos de extrañas chucherías en rojo y oro. Visitando uno de aquellos locales, se detuvo frente a una estatuilla pequeña, de terracota, que se parecía asombrosamente a Carlos “el chino” Luna, quien actualmente se encuentra convirtiendo para el equipo canalla. Pensó que sería un buen regalo para El Tolo, un amigo fanático de Tigre, equipo donde Luna se destacara como formidable artillero. La tomó entre sus dedos pero la pequeña estatuilla resbaló y cayó al piso partiéndose en tres pedazos. Lo mismo que demora un rayo de sol en atravesar la cima del Changtse y caer sobre el glaciar de Rongbuk, fue lo que tardó una anciana oriental en emerger detrás de un mostrador al grito de “rompe paga, rompe paga”. Dos corpulentos chinos, alarmados por la mujer, cerraron el paso en la puerta. Eleodora miró fijamente a la vieja y con un tono condescendiente le dijo -nuestras culturas no son tan distantes después de todo; en mi barrio, por las tardes de fútbol, podía escucharse a los niños gritar “rompe, pincha, cuelga, paga”, y en eso me fue siempre el honor- Entonces tomó dos de los pedazos más grandes del muñeco de terracota, aquellos que habían quedado a sus pies, pagó lo justo a la anciana y se dispuso a salir del local. Al llegar a la puerta, donde aún los guardias bloqueaban la salida, Eleodora les clavó una mirada torva que les hizo aflojar el estómago; entonces le abrieron paso y se retiró.
Apenas se había alejado del local unos cincuenta metros cuando percibió a sus espaldas algunos gritos en cantonés. Al girar sobre sus talones vió a los dos guardias y a la anciana gritando y corriendo hacia ella. No comprendía lo que sucedía ni lo que decían. De los chinos y japoneses sabía que eran expertos en inflingir dolor y en realizar figuras con papel, y la imagen de un ganso realizado con dobleces sobre una hoja le resultó insoportable.
Dudó entre hacerles frente, emprender un enfrentamiento a piedrazos o intentar salir de allí. Decidió seguir el consejo de su padre quien, el día que la llevó a un encuentro entre Ferro y Vélez, le dijera: “Cualquier cosa, primero corré y después preguntá”. Eleodora nunca olvidaría esa enseñanza, ya que ese día al estallar una gresca entre ambas hinchadas, su padre primero corrió y luego preguntó por su hija. Ese día el resultado fue de quince hinchas de Vélez heridos; once apaleados por la hinchada de Ferro y cuatro golpeados por una niña.
Eledora comenzó una fuga que extrañamente se prolongaría durante varios días, sin lograr dilucidar la causa de tal persecución. Al agotar los rincones de Buenos Aires decidió viajar unos días a Entre Ríos, aprovechando para ver por vez primera el carnaval de Gualeguaychú.
La primera noche en la festiva ciudad entrerriana se acercó al corsódromo para ver pasar las comparsas. Llegó cuando comenzaba a desfilar “Marí Marí”. Los primeros minutos disfrutó enormemente admirando la musculatura de los integrantes de la comisión de frente. Fornidos morenos de brazos hinchados y un abdomen bien formado donde se podría tranquilamente lavar ropa. Pero después de poco más de media hora de escuchar la misma música y ver tipos emplumados hasta el ojete; ya completamente harta y un poco bebida, tomó una botella de vodka que aún le quedaba casi llena, le introdujo por el pico un pañuelo que llevaba en su bolsillo y se disponía a cortarle el paso a la tercera carroza enfrentándola con la improvisada bomba molotov. Se acercó a la valla con intención de saltarla y ganar la pista, cuando de repente vio emerger en lo alto de las gradas una sombra conformada por tres figuras. Eran la china junto a sus dos guardias. Sorprendida, dejó de lado su idea de incendiar la carroza y huyó por una calle oscura. Esa misma noche decidió trasladarse a Santa Fe y luego al Chaco. Finalmente pensó que era más seguro escabullirse a través del Impenetrable chaqueño.
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