Eleodora y Charlie - Parte II - Un guía herido
Eleodora llegó al parque provincial “Loro hablador” a primera hora de la mañana de un lunes caluroso y sofocante. Los lugareños le habían advertido que intentar atravesar el Impenetrable sin un guía era una tarea suicida. Esto no la preocupaba, pero le inquietaba el hecho de no contar con un testigo en caso de que tuviera que cobrarse la vida de algún animal peligroso. Desde que le vaciara un Martini completo en la cabeza al secretario general de Greenpeace, Eleodora tomaba estas precauciones. Sabía de los juicios millonarios que podía sufrir quien atentara contra el equilibrio ecológico o contra el pelado de Greenpeace. Por esta razón contrató a don Hipólito Cunetero, un guía experto y hombre muy respetado por su comunidad debido a su valentía y honradez.
Eleodora había escuchado que los guías del Impenetrable invierten gran parte de su dinero en zapatos y papel higiénico, objetos absolutamente necesarios para la supervivencia en las rigurosas condiciones del gran bosque chaqueño. Luego de la aventura que Hipólito emprendió con Eleodora, la economía del explorador mejoró notablemente al extender la vida útil de sus zapatos.
Esa mañana una gran cantidad de carpinteros negros y charatas volaban espantados por las figuras de Eleodora e Hipólito emergiendo por entre quebrachos y algarrobos, o avanzando agazapados entre la maleza. Cuando lo creía seguro, Hipólito se ponía de pié y avanzaba revoleando un viejo pero afiladísimo machete con el cual se abría paso por la espesa vegetación, al tiempo que rebanaba los feroces mosquitos que se avalanzaban sobre ellos. Eleodora notó que estos insectos emitían dos zumbidos simultáneos, y se lo hizo notar a Hipólito, quien le explicó que allí los mosquitos estaban tan hambrientos que emitían dos sonidos: el característico de sus alas, y el ruido de sus pequeños e insatisfechos estómagos.
Al llegar a un claro Hipólito se detuvo expectante, se agachó y ordenó silencio cruzando sus labios con el dedo índice derecho, seña internacional del “chito”. Observó en derredor, luego tomó uno de sus zapatos y lo arrojó unos quince metros hacia el claro. Se escuchó una fuerte explosión que los hizo cerrar los ojos, y donde debía estar el zapato notaron una gran nube de polvo y terrones que caían como lluvia -¡Minas antipersonales!- exclamó Hipólito.
Después de unos minutos de estática observación Hipólito rompió el silencio y explicó a Eleodora que el ingenioso truco de usar los zapatos para detectar estas trampas se utilizaba en aquel bosque desde que un turista les permitiera ver en su computadora una película llamada “El cubo”, donde uno de los personajes utilizaba el mismo sistema para encontrar las trampas del macabro laberinto. Cuando Eleodora le preguntó por qué no utilizaban piedras o puñados de tierra húmeda y preservaba los zapatos, el guía le respondió con una mirada primero pensativa y luego algo torva.
Cuando comenzaron a cruzar el claro donde había explotado la mina, Eleodora vislumbró una sombra que se movía entre la maleza, observó con más atención y pudo distinguir a un hombre pequeño, de ojos rasgados, ataviado con ropa camuflada y portando lo que parecía un AK-47 Kalashikov. Antes de que el hombrecillo tuviera tiempo de levantar su arma, Eleodora tomó por los cordones el segundo zapato de Hipólito y lo revoleó con fuerza hacia la cara del oriental dándole un fuerte golpe sobre el maxilar superior, desprendiéndole dos incisivos. El hombre quedó aturdido unos segundos y luego se dio a la fuga.
-¿Quién era ese?- Preguntó Eleodora.
A lo que Hipólito respondió temblando -Charlie-
-¿Charlie?
-Victor Charlie
-¿Victor Charlie? ¿Un soldado del vietcong acá? ¡Es imposible! Se sabe que muchos se perdieron en sus propios túneles emergiendo años más tarde en Tailandia y China; pero es imposible que hayan llegado hasta el Chaco.
- No, no. Se llama Víctor Carlos Ubeda; detesta su primer nombre y se hace llamar Charlie. Es un campesino tucumano que vino al Chaco para trabajar en la zafra. Luego se hizo fundamentalista de la ecología y no deja que nadie ingrese al parque nacional. Planta minas antipersonales y dispara a cualquiera que ingrese. Está bancado por la Makonia Vierski, un grupo ecologista ruso que defiende los bosques de la tala indiscriminada y se financia con prostitución infantil y explotación de mano de obra latina mediante la venta de ropa interior de mala calidad.
-No. Con los pibes no. Dejá que vuelva a ver a ese Charlie. Le induzco un coma trompatológico y lo dejo como un helecho.
Eleodora e Hipólito continuaron el viaje a través de arboledas, pastizales y esteros; atravesaron cañadas, pantanos y un videoclub abandonado por culpa del advenimiento de internet.
Por la tarde tuvieron un segundo encuentro con Charlie, quien los emboscó arrojándose desde lo alto de un sauce. El tucumano los miraba fijo mientras les apuntaba con su AK-47 alternadamente. Pero Victor Carlos Ubeda no había advertido que detrás suyo se encontraba un yaguareté que lo observaba relamiéndose. En el instante en que el tucumano se disponía a disparar, el felino se avalanzó sobre él. Charlie fue mordido y rasguñado sin oponer resistencia alguna. Pero justo antes de que el yaguareté se lo llevara arrastrando por uno de los tobillos, alcanzó a tomar el fusil y disparó a Hipólito en la ingle, quien rápidamente cayó al piso tomándose la zona genital y aullando como un desquiciado.
El ecologista no se había defendido del felino porque el yaguareté se encuentra en peligro de extinción. Si lo hubiera dañado, aún en defensa propia, el destino que le esperaba en manos de la Makonia Vierski era mucho peor que el ser devorado por aquel animal.
Eleodora se ocupó inmediatamente de Hipólito. Con mucho esfuerzo comprobó que la herida en la ingle tenía orificio de salida por detrás. El esfuerzo se debió tanto al pudor de Hipólito, quien no quería dejarse quitar los pantalones, como luego por la confusión que provocaba entre tanta sangre saber cuál era el orificio de la bala y cual el ano de aquel hombre.
Eleodora decidió no correr riesgos y tapó con chicle todos los orificios que encontró. Así detuvo provisoriamente la hemorragia, a riesgo de producir una obstrucción intestinal. Luego cargó al guía casi desmayado en su espalda y emprendió una marcha adentrándose aún más en la espesura del bosque, esperando encontrar pronto la ayuda de los Wichis.
Acostumbrada a cargar cincuenta kilos de cemento portland en las noches de insomnio, por la avenida Rivadavia, poco le costó a Eleodora llevar a aquel pequeño hombre en su espalda a través del cada vez más oscuro Impenetrable.
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