Avanti, bersaglieri, che la vittoria é nostra!
lunes, 30 de septiembre de 2013
Ella se lo pierde
Pero bueno, ella no es una piba, dejala. Ella se lo pierde … Perdón que te pregunte esto, pero ¿Pensaste si a lo mejor es que no le gustás?
domingo, 29 de septiembre de 2013
Eleodora traductora
No todos los trabajos de Eleodora están relacionadas con la escritura. Algunos tienen que ver con actividades culturales o artesanales, como la construcción, la tornería mecánica o la fundición de metales. También las hay otras que rozan con el bajo mundo del delito, permaneciendo convenientemente en secreto.
Entre las características salientes de Eleodora se cuenta su habilidad para dominar con poco esfuerzo cualquier idioma; hecho que la convierte en una de las más brillantes políglotas que el mundo jamás haya conocido. Tuve la oportunidad de escucharla dominar idiomas tan extraños como el birmano, el malayo e incluso los dialectos de los pueblos más recónditos de Oceanía. Aunque, a decir verdad, no podría decir si los sonidos guturales de su demostración eran las palabras de un idioma primitivo, o simplemente un hueso de pollo atorado en su esófago. Sin embargo, jamás me atreví a dudar de su honestidad.
Eleodora dice que no hay idioma que se resista; e insiste en que basta con aprender los modismos de los adolescentes, quienes suelen reducir la riqueza de cualquier idioma a una veintena de palabras chotas, con las cuales se las arreglan para comunicar casi cualquier cosa; incluso, cualquier cosa.
Sin embargo, Eleodora posee claramente un don que le valió una importante participación en la Convención de las Naciones Unidas para la prohibición de armas químicas, que se desarrolló en septiembre de dos mil uno en La Haya.
Eleodora fue convocada para asistir al primer ministro de Bután, Samtse Chang, como traductora del idioma dzongkha.
Samtse llegó a la ONU sin traductor propio dado que la dura vida en Bután, la cual basa su economía en la emisión de raros sellos postales para coleccionistas, llevó a aquellos pocos que dominaban algún otro idioma a huir al extranjero. Entre los que escaparon de la austeridad de Bután se cuentan, incluso, cuatro ministros y un príncipe.
El paso de Eleodora por la ONU trajo algunas consecuencias internacionales que permanecieron en secreto durante más de diez años, las cuales hoy tengo el permiso de revelar.
Los hechos que voy a relatar se desarrollaron durante el segundo día de debates en Naciones Unidas.
Promediando el discurso de Mr Alan Muck, representante norteamericano, se produjo una discusión subida de todo que motivó una pausa con refrigerio alcohólico con el fin de calmar los ánimos. El señor Muck había acusado a Burundi de llevar a cabo un reciente ataque con armas químicas sobre las tropas norteamericanas en suelo burundés. Muck tuvo que admitir una incursión encubierta norteamericana, que pretendía destruir una fábrica de frazadas que competía deslealmente con la industria textil de EEUU; pero a la vez afirmaba que esto no daba licencia a Burundi para que su fuerza aérea utilizara armas químicas contra soldados norteamericanos.
El primer ministro de Burundi aclaró que lo que Muck llamaba fuerza aérea, era en realidad dos Grumman a hélice de 1968 que Burundi utiliza para fumigar sus campos; y que lo que llamaba armas químicas eran aguas servidas, con las cuales habían rociado a los invasores con el fin de disuadirlos, cosa que habían logrado con gran éxito. Entonces, el primer ministro de Burundi selló su descargo haciendo pasar reiteradas veces su dedo índice derecho por el centro de un círculo formado por índice y pulgar de la otra mano. Cuando la traducción del gesto llegó a los auriculares de Mr Muck, éste intentó arrojarse sobre el burundés y tuvo que ser reducido por los representantes de Brasil y Panamá, mientras el de Uruguay reía muy divertido y se cebaba un mate.
Durante la pausa forzada, y entre trago y trago, Eleodora acompañaba al primer ministro Samtse traduciendo todas sus conversaciones. Una hora más tarde Samtse ya estaba bastante ebrio y aburrido, y mediante una seña hizo que su guardia trajera a su esposa Jetsún para que Eleodora la conociera. El guardia de Samtse era un malayo que no hablaba una palabra de dzongkha, pero era gran aficionado a los sellos postales y era el único que había aceptado el pago en estampillas de Bután.
Jetsún apareció tomada fuertemente del brazo por el malayo. Era una hermosa joven de no más de dieciseis años, y se veía aterrada. Samtse hizo las presentaciones y luego comenzó a contar un chiste sobre un japonés, un alemán y un butanés que se tiraban de un avión, pero antes de llegar al remate empezó a reír a carcajadas hasta casi asfixiarse; entonces tosió y se volvió para escupir en una maceta que tenía a sus espaldas.
En el breve lapso en que Samtse dió la espalda al grupo, la joven Jetsún se acercó al oído de Eleodora y le susurró en dzongkha “Ayudame a escapar, me compró y es malo, me golpea demasiado”; una lágrima escapó de sus ojos y empezó a recorrer sus rosadas mejillas, pero la niña la enjugó con su mano justo antes de que Samtse la viera.
Eleodoro notó algunas quemaduras de cigarrillo en el brazo de Jetsún y estalló en ira, sin dejar de mostrarse imperturbable. El cerebro de Eleodora se activó en su capacidad plena, pensando y proyectando distintas acciones que se abrían como las ramas de un árbol infinito. Los afilados circuitos de Deep Blue pudieron haber vencido a Gari Kasparov, pero ante una Eleodora que exploraba incontables movimientos buscando una salida para Jetsún, hubiera quedado reducida a la caja registradora de una mercería.
Los minutos transcurrían y Eleodora no encontraba ningún plan que arrojara un final conveniente. Entonces decidió echar manos a la obra improvisando una ligera venganza.
La noche anterior había conocido a Mbutu, un gigantesco moreno que trabajaba como guardaespaldas del primer ministro de Togo. Mbutu tenía una entrada extra de dinero descolgando cocos de las palmeras, cosa que lograba a fuerza de cabezados sobre la base del tronco. Ambos habían conversado animadamente. Entre risas, Mbutu se había confesado adicto al sexo violento y sin restricción de género ni número. Eleodora incluso había notado que Mbutu llevaba siempre una linterna de minero en su bolsillo, o bien poseía un miembro de proporciones ciclópeas. Juzgó con acierto que esto último era lo más probable.
En ese preciso momento Mbutu se encontraba a escasos cinco pasos del grupo, y el primer ministro butanés en cualquier momento se vería en la necesidad de vaciar su vejiga después de semejante ingesta alcohólica.
Eleodora se alejó por un instante de la pareja butanesa y se acercó al moreno. Lo saludó cariñosamente y le dijo en perfecto idioma Kabiye: “El gordo aquel es mi jefe y me pidió que te hable. Le gustás y quiere que lo sigas al baño cuando él vaya; que le tapes la boca y le propines sexo violento; y que no te detengas a pesar de su resistencia. A él le gusta así. También me aseguró que si lo hacés bien, el gobierno de Bután va a favorecer a Togo en toda votación de Naciones Unidas mientras dure su mandato”.
El guardaespaldas esgrimió una sonrisa que dejaba ver dos hileras de dientes intimidantes, y se dispuso a seguir las instrucciones de Eleodora al pié de la letra.
Tal como Eleodora había calculado, dos minutos después Samtse se dirigía tambaleante en dirección al baño. Caminaba seguido de cerca por Mbutu. Cuando ambos entraron al baño Eleodora se apostó en la puerta haciendo guardia. Mientras estuvieron encerrados se acercó el canciller Suizo, caminando con el paso apretado y presionando con la mano su bragueta, pero Eleodora lo derivó hacia otro servicio.
Luego de quince minutos Samtse salió del baño pálido y aterrado. Eleodora estaba preparada para tergiversar en su traducción cualquier declaración del butanés apenas comenzara el escándalo. Sin embargo, el funcionario no emitió ni un sólo sonido; y como pudo y rengueando, se dirigió nuevamente al recinto de la convención donde permaneció con la mirada perdida y los ojos lacrimosos; siempre de pié. Eleodora lo siguió expectante y cuando la convención volvió a sesionar, ella prosiguió con su traducción al dzongkha como si nada hubiera pasado.
Eleodora estaba casi satisfecha con su venganza, pero además necesitaba liberar a Jetsún. Las elucubraciones comenzaron a centellear en su cabeza, mientras en simultáneo traducía al dzongkha cada uno de los discursos de los representantes que pasaban por el estrado.
El representante de Togo era el último conferencista para la región africana, y había comenzado con un reclamo acerca el abuso de las grandes potencias sobre los países periféricos. Entonces Eleodora decidió jugarse a todo o nada.
Adulteró su traducción del discurso del funcionario togolés para Samtse usando las siguientes palabras: “Sabemos que en Asia compran y violentan a las mujeres. Las naciones africanas no tenemos poder político ni militar como para terminar con ese tipo de abusos; pero nuestros hombres encontrarán la manera de atacar y vejar a todos y cada uno de los representantes asiáticos, uno por uno, violentándolos cuando menos lo esperen, reiteradamente y sin descanso, sin piedad, así como lo hemos hecho en otras oportunidades; hasta que dejen en paz a sus mujeres. Es el deber de una región que ha sido bendecida con el poder de sus miembros. Que África sea una y sus hijos logren vengar a las desdichadas esclavas del Asia”.
Junto con esta falsa traducción de Eleodora, el representante de Togo terminaba su discurso alentando a resistir a las grandes potencias, provocando que todos los diplomáticos africanos estallaran en aplausos, de pie y emitiendo enfervorizados gritos de guerra.
La cara del butanés estaba completamente pálida, sudaba a chorros y mostraba una mueca desencajada. Dejó el recinto casi corriendo. A los diez minutos el guardia malayo lo conducía hacia el aeropuerto. Huyó dejando la convención y a su esposa, y se volvió a Bután. Nadie supo explicar por qué se había retirado prematuramente sin su mujer. Tampoco hubo demasiadas preguntas. Jetsún quedó libre en La Haya donde consiguió asilo político.
A partir de entonces, Bután apoyó de manera sistemática a cada uno de los países africanos en toda convención internacional; costumbre que continuó incluso después de que Samtse dejó la vida política.
martes, 24 de septiembre de 2013
Putéen como corresponde
Imagino dos motivos.
El primero por una cuestión de decoro. Sin embargo “putear decorosamente” es, en el mejor de los casos, un bonito oxímoron. Llámenlo contradicción si prefieren una visión más negativa y real del asunto.
Cuando uno putea tiene el sagrado deber de hacerlo con la convicción del que arroja sus entrañas por la boca. La puteada es un agravio que no admite tibiezas. Putear es para los que tienen las verijas (o la cajeta, para ser pluralistas) bien insertas en el lugar que les es natural.
Si el insulto produce cierto prurito, entonces a ser consecuentes y asumir la actitud modosa con la dignidad de un “Tonto”, o a lo sumo ir a fondo con un “Imbécil”.
El segundo motivo que imagino es por simple pereza.
A esta altura ya admito un “k” en lugar de un “qué”, pero no admito un “RHDP” en lugar del digno “Reverendo hijo de puta”. El insulto no se abrevia; se vive letra a letra; como una patada a la ingle que se realiza utilizando todas las articulaciones y sin escatimar la expresión de odio.
La puteada es una expresión que nace del más profundo sentimiento, como la mejor de las historias de amor. Imaginen un “Se vieron, se dieron un beso y vivieron felices” ¡Eso es mierda destilada! Lo que se expresa con el alma debe tener tiempo y espacio, movimiento y pausa, estrépito y silencios. Me meo de risa ante un “HDP”, pero respeto a quien escriba “¡Hijo de un camión de putas sifilíticas!”. La bronca no se abrevia, se desata para que otro la dome, si es macho. Y se putea porque uno se banca lo que venga. No como esos gallináceos que putean desde el auto y cuando los invitás a bajarse quedan cacareando un rato hasta que desaparecen.
No hagan tampoco como esos jugadores de fútbol que tapan su boca para putear al árbitro. Tipos que en su mayoría vienen de la cantera de la humildad, donde el agravio se hace con y sin testigos, aceptando todas las consecuencias que la afronta conlleva. Esos tipos que simulan faltas a fuerza de complejas rutinas gimnásticas que incluyen volteretas y saltos mortales; que se acercan al rival mano en boca para mentar a la madre o a la hermana. Insultan con la previsión de una posible sanción. En todo caso más vale callar, que al menos es señal de entereza. Insultan con cuidado, no sea que los aperciban o que luego sean criticados por un periodista del orto. Y entonces quedan a medias tintas, puteando con miedo.
Jugadores afectados y cobardes, honren las raíces de esta tierra que supo abrigar la bravura de aquellos ranqueles que resistieron cuanto pudieron la invasión de aquel hijo de puta que fue Nicolás Levalle, a quien no le bastó con matar a los hermanos paraguayos en la infame guerra de la tripe alianza, ni ser amigo de ese otro hijo de puta que fue Roca, y tuvo que ir también a aniquilar a los habitantes originarios de esta tierra.
Entonces, al putear ni lerdos ni perezosos, sin tibiezas y hasta lo último. Con el corazón, como corresponde. Y si van a dejar un comentario en esta nota, que sea una buena puteada con todas las letras.
martes, 17 de septiembre de 2013
Eleodora y Aristóbulo - Parte III
En este punto vale la pena recordar a Casandra de Troya, quien negoció con Apolo el don de la profecía a cambio de entregar sus dones. Luego de que Apolo cumpliera su parte, Casandra negó al dios su intimidad; y éste, entonces, la escupió en la boca maldiciéndola, de tal forma que nadie nunca creería en sus profecías.
De manera similar, Aristóbulo, por obra del destino, era alguien capaz de agudísimas deducciones, pero junto con el don recibió la maldición de que sus conclusiones jamás resultaran ciertas.
La duda es si esta maldición es propia de Aristóbulo o surge por contraste, a partir de una humanidad que, a diferencia de nuestro amigo, no se preocupa en cuestionar lo que entiende, dejando todo parecer como cierto y rotundo.
Aristóbulo cree que su trastocado don es obra del dios destino. Asegura que el fallido intercambio se produjo en el baño del Club Italiano, donde recibió la agudeza con la que entendió que un agente siniestro, habiendo tomado la forma de un petiso pispeador de mingitorios, intentaba manosearlo. Aristóbulo rechazó al implacable con una patada en los tobillos. Días después volvió a toparse con el agente. Éste tomó venganza escupiéndole el saco, un lunes, en el colectivo 132 y a la altura de Tronador, provocando de esta manera la maldición de su infalible desacierto.
Mientras yo cavilo estas cuestiones y apuro el trago, Eleodora llega hasta nosotros perseguida por un insistente individuo que avanza zigzagueando, completamente beodo.
Eleodora se arrima a la barra para pedir un trago y el borracho la toma por el hombro, ensayando un murmullo que le sale en voz alta -Dale, bailemos, que te hacés, si estás regalada-
Las siete personas que escuchamos la frase quedamos asombrados, y esperando temerosos una reacción cuya onda expansiva podría llegar a borrar de la faz de la tierra todo objeto en un radio de diez metros. El moreno de la puerta y Aurelian Podolski miran entretenidos. Todos saben que si ellos intervienen no quedaría nada sólido en la persona del imbécil que molesta a nuestra amiga. Pero miran como quienes asisten a un espectáculo de acrobacias mortales, esperando con malicia ver como el acróbata se hace mierda. Conocen bien a nuestra heroína.
Eleodora sonríe, mira a Aristóbulo y le hace un leve guiño con el ojo derecho. Luego se da la vuelta, toma la mano del borracho, quien la sigue tambaleándose y juntos van hasta centro de la pista. La orquesta se detiene un segundo mientras las luces se posan en los bailarines. Aristóbulo me indica sin despegar los ojos de su prima -¡La gran Bélgica!-
Pregunto -¿Qué es “La gran Bélgica”?-
A lo que Aristóbulo pasa a explicarme:
-El embajador de los Países Bajos tiene mucho afecto por Eleodora y nos había invitado a un ágape en la embajada. Estábamos en la fiesta, lo más panchos, discutiendo sobre los problemas defensivos de Ferro, cuando se nos acercó el embajador de Bélgica-
La orquesta comienza a tocar “Tiempos viejos”. Eleodora y el borracho comienzan los primeros movimientos. Aristóbulo prosigue.
-El embajador de Bélgica, un pelado, bajito y con aliento a muerto, arrinconó a Eleodora contra una pared y la empezó a avanzar repitiendo “Dale, ¿Sabés quién soy?”. Ahí Eleodora se mandó la que llamé “La gran Bélgica”-
Eleodora y el borracho dieron apenas un par de vueltas por la pista de baile. Eleodora se detiene, se desprende del tipo y se vuelve caminando hacia la barra. El borracho intenta perseguirla pero al primer paso sus pantalones caen hasta los tobillos y tropieza, dando con la nariz en una mesa ratona sobre el borde de la pista. En seguida entran dos ursos y lo sacan, en calzoncillos, con los pantalones colgando, la cara bañada en sangre y gritando como un chancho.
Mientras Eleodora continúa caminando hacia la barra Aristóbulo termina el relato.
-El belga estaba tan ocupado en su acoso que no se había dado cuenta que Eleodora en dos segundos le había desprendido el cinturón y el botón del pantalón. Cuando Eleodora zafó por un costado, el embajador quiso seguirla pero ya estaba en calzoncillos en medio de los invitados. Entonces mi prima le dijo en voz alta mientras se alejaba “Sí, sé quién sos, un pelotudo en calzoncillos”-
Eleodora se queda en la barra bebiendo con nosotros sin referir una sola palabra sobre lo sucedido con el borracho. Habla de cualquier otra cosa con total naturalidad. Pero yo me quedo por un lado pensando cómo hizo Eleodora esa maniobra tan rápido y sin que nadie lo notara, y a la vez meditando algo que no me deja de dar vueltas en la cabeza. Entonces me decido y le comento a Aristóbulo:
-¿Te das cuenta que cuando dijiste que iba a hacer “La gran Bélgica” acertaste?-
Aristóbulo, algo pensativo, me contesta:
-Es cierto, pasa que a veces hasta las maldiciones necesitan un respiro-
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Eleodora y Aristóbulo - Parte II
Aristóbulo y yo seguimos a Eleodora hasta una puerta oscura de metal. Ella da tres golpes firmes. Se abre la mirilla y alguien desde adentro pregunta -¿Qué somos?- Eleodora responde -Tiburones- El metal cede en reconocimiento del salto y seña, y la puerta se abre. Un moreno de un poco más de dos metros se posiciona bloqueando la entrada, de manera que sus hombros se encajan a presión en ambos extremos del marco. En un acto de intimidación deliberada tensiona sus tríceps y la presión sobre el metal hace que éste ceda unos milímetros, desprendiendo además parte del revoque. Luego esgrime una mirada desafiante, iracunda, violenta, que nos empuja hacia atrás. Eleodora resiste los feroces ojos del moreno sin siquiera pestañear, aunque la hebilla que le sostiene el flequillo se parte emitiendo un crujido metálico. Los ojos del negro, inyectados en sangre, de repente se aflojan y una sonrisa se dibuja en su rostro. Eleodora entonces se le acerca y le dice -Bien. Bien. Te sale bien. La próxima te enseño la mirada que hace aflojar el vientre- El gigante sonríe, le da un abrazo que la cubre casi por completo y le dice -Pasá, Eleo, se te extraña por acá; y perdón por lo de la hebilla- Mientras entramos le hago notar a Aristóbulo que salir con Eleodora es como subir a una montaña rusa de bajo presupuesto. Me mira sin entender, mientras se hurga una oreja con el meñique derecho.
Luego de franquear la puerta, recorremos un pasillo e ingresamos a la parte más grande del local, cuyo centro alberga una pista con piso de madera donde varias parejas bailan tango al compás de un pequeño y talentoso cuarteto. Algunos bailarines visten a la moda de los años treinta, aunque en general se vislumbra una masa en la que se funde un cambalache de estilos. Eleodora nos hace una seña pidiendo que la dejemos sola. Entonces me dirijo tras Aristóbulo, que encaró sin titubear hacia la barra.
Aristóbulo y yo nos acomodamos en las banquetas del bar. El bartender nos saluda con un ademán, sin dejar de mirar a una pareja de septuagenarios que ganó el centro de la pista a fuerza de movimientos elegantes y apasionados. El hombre toma con vigor y delicadeza a la vez la cintura de la mujer, mientras dibujan figuras hipnóticas. Los pies ejecutan con precisión todas las variaciones, hasta que el reuma los obliga a sentarse un rato.
Giro la cabeza y busco curioso a Eleodora. La encuentro dirigiéndose a un reservado donde un rubio de pinta eslava la observa acercarse. El blondo viste una camisa clara, con mangas dobladas hasta los codos que dejan ver sus intimidantes antebrazos de acero cubiertos de tatuajes oscuros. Desde donde estoy creo leer un par de inscripciones en trazos negros. Uno de ellos dice “Bóg i ojczyzna” y el otro “Honor jest cisza”. Claramente polaco. Es el tipo de tatuajes que suelen llevar los grupos criminales de Europa del Este. Me preocupo. Miro a Aristóbulo, pero él parece demasiado ocupado en vigilar que no escatimen en la Hesperidina que le están sirviendo. El polaco me da mala espina, pero Aristóbulo no me presta atención y juega con el contenido del vaso, mientras se dedica a realizar un inventario de la concurrencia femenina.
Vuelvo a mirar a Eleodora y la sorprendo pasando disimuladamente un pequeño papel doblado hacia la mano del polaco ¿Qué es? ¿Cocaína? No es posible (la canción de JJ Cale resuena en mi memoria). El polaco guarda el papel en el bolsillo del pantalón y con la otra mano le pasa un billete. Luego le besa la frente ¿Y eso? ¿Qué significa? ¿Será el sello de un negocio, o acaso el clásico beso de la muerte de los bajos círculos de Varsovia?
Entre indignado y sorprendido tironeo a Aristóbulo de una manga, como si fuera un niño asustado llamando la atención de los mayores. Esta vez me mira y me dice -Sí, ya sé, está haciendo una entrega. Es una de las actividades con las que mantiene su economía-
-¿Desde cuándo Eleodora pasa coca?
Aristóbulo arranca con una carcajada estertórea que termina en ataque de tos. Cuando logra componerse me explica -El rubio se llama Aurelian Podolski y le va la poesía. Eleodora lo ayuda con correcciones. Aurelian le pidió que le corrigiera un poema que compuso para su novia y le acaba de pasar esas mismas correcciones en un papel.
-¿Por qué no pasa las correcciones por mail?
-¿Y perderse esto? Eleo dice que prefiere ver y escuchar a la gente, y leerla sólo cuando ya espicharon.
-¿Y los tatuajes?
-Me parece que son las marcas de pertenencia a un club literario de Varsovia. Pagás una cuota y te mandan todos los meses dos libros a elección de un catálogo. La condición es que te hagas los tatuajes, que vienen bonificados el primer mes. A estos clubes literarios de Europa del este muchos los consideran grupos criminales de los más peligrosos.
-Hubiera jurado que realmente era un criminal
-Las cosas no siempre son lo que parecen. Por ejemplo ¿Ves el tipo que está a mi izquierda, justo al lado? Bueno, le hace planchar la camisa a la jermu antes de salir de trampa. La mina lo sabe, y sufre, y a este hijo de puta le chupa un huevo.
-¿Cómo sabés?
-Un clásico. La diferencia de color en la piel del dedo anular izquierdo forma la marca de un anillo, que se sacó. Además tiene una marca de presión en ese mismo lugar. Eso es porque se sacó el anillo hace menos de una hora. La camisa está impecable como si la hubiera planchado un japonés con insomnio, pero el tipo tiene las uñas que parecen cortadas a cuchillo. Si así se cuida las uñas ni en pedo te plancha una camisa con tanta gana. Se la planchó otra persona. Si te fijás en la espalda tiene la parte baja hecha un bollo. Un planchado de tintorería no te deja la camisa sin terminar de planchar. Se la planchó un conocido. El orden del planchado de alguien que sabe es empezando por el cuello, después hombros, puños, mangas, pechera y por último la espalda. Alguien empezó a planchar y paró justo antes de terminar. En medio de la espalda, entre las arrugas tiene una mancha; una mezcla de un líquido algo turbio con un residuo sólido de color negro. El tono y forma es el que deja una lágrima teñida con rimel y delineador de ojos. La mancha es redonda y no hay otras salpicaduras. Cayó perpendicular y de cerca, de alguien que estaba sobre la espalda de la camisa en posición horizontal. Tiene que haber sido mientras la planchaba. Las arrugas a la derecha de la mancha tienen cinco puntos donde convergen, según el tamaño y posición, los dedos de una mano femenina en forma de garra. Eso es de una mina hinchada las pelotas. Así que juntamos todo y tenemos que la esposa planchaba; se puso a llorar sobre la camisa; después se calentó, agarró la camisa con fuerza y dejó de planchar. Porque el tipo le hace planchar la camisa antes de salir de trampa ¿Entendés? Y encima ella lo sabe, o por lo menos lo sospecha. Y sufre como una condenada por culpa de este pedazo de hijo de puta.
Pasa más de un minuto hasta que puedo articular la primera frase y no es precisamente algo brillante, sino un simple “¡A la mierda!”
Jamás había pensado que Aristóbulo podía tener tal poder de percepción y deducción. Lo siguiente que le pregunto es por qué no utiliza ese talento, a lo que responde -Por lo que te dije: no todo es lo que parece. Este tipo puede ser el hijo de puta que te canté, así de convincente como suena la historia que armé. Pero eso pasa en la tele nada más. Por ahí la mujer del tipo se acaba de ir a la mierda con su socio. En medio de la depresión salió a visitar a un amigo para distraerse un rato. Mientras esperaba la cena en lo de su amigo se arrodilló para jugar a los autitos con uno de los pibes; vino otro para mostrarle unas acuarelas de mierda y le dejó caer una gota de negro aguachento en la espalda. Cuando se levantó para darle bola, el otro no quería perder la atención y lo agarró de la camisa a la altura de la espalda, un poco fuerte y se la arrugó toda. Cuando terminó de cenar decidió salir un rato más a otro lado donde por ahí se pueda divertir, y se animó por un rato a sacarse el anillo para ver si podía encontrar un oasis así de chiquito en medio de un desierto de angustia. El Estudio en escarlata está buenísimo, pero es nada más que un entretenimiento. Y lo que realmente importa en la vida viene a ser mucho más complicado, y no te lo descifra ni Sherlok, eso te lo puedo asegurar.
sábado, 7 de septiembre de 2013
Eleodora y Aristóbulo - Parte I
Treinta minutos después camino por una calle oscura. Un falcon en llantas descansa su sueño último contra el cordón de la vereda, recordando tiempos que ya no volverán. Golpeo el número 221 y espero. Se abre la puerta y bajo la luz mortecina de un único poste de alumbrado se asoma Aristóbulo, en calzoncillos azules con motivos de veleros rojos y blancos; piernas morrudas que descienden afinándose al llegar a los tobillos; los pies cobijados por medias de toalla blancas y ojotas de goma celestes cuya tira se introduce entre pulgar e índice formando un pié de Condorito. Su musculosa blanca deja escapar una mota de pelos pectorales con características íngleas dado el grosor y ondulación; una mancha de tuco sobre la tetilla izquierda marca el lugar donde debería descansar la medalla al mal gusto. El aire escapa desde el interior de la casa y trae a mis narices una mezcla de olor a humedad y perfume Old Spice.
Aristóbulo sonríe mientras se rasca una axila con la misma mano que luego me extiende. La luz verdosa del farol se mezcla con el brillo de su canino de oro y emite un fulgor extraño que me obnubila y no me deja apreciar claramente su sonrisa.
Aristóbulo es el tipo con el peor gusto que conozco; sin embargo, comparte con su prima una voluntad inquebrantable y una lealtad que sólo puede encontrarse en la Bratva, la legendaria mafia rusa. Puedo dar fe de su valor y nobleza desde aquella vez en que Eleodora, llevada por su temperamento, se encontró en los fondos oscuros de un club nocturno rodeada por cinco furiosos proxenetas, todos ellos amenazantes y munidos de arma blanca. El aire olía a humedad, cigarrillo y tragedia. Aristóbulo, advertido del peligro que corría su prima, corrió y saltó sobre los malandras, justo en medio del tumulto, con la mala suerte de caer pisando un vaso de plástico que lo hizo resbalar e ir de nuca al piso. Se levantó tan rápido como pudo e introdujo su mano en el bolsillo del pantalón, llevando el índice hacia adelante en un intento de simular una inexistente arma de fuego. La parte trasera de su pantalón se había rasgado en la caída y esta amenaza desde el bolsillo delantero dejaba al descubierto un calzoncillo amarillo con motivos de batman. A esa altura los cinco malandras se encontraban con tal ataque de risa, que Aristóbulo tuvo el tiempo suficiente de tomar a su prima de un brazo y sacarla de allí. Llevarse a Eleodora no le fue fácil, ya que ella se tomaba el estómago con ambas manos y también se encontraba paralizada por la risa.
Permanezco parado frente al 221, miro a Aristóbulo aún con la mano extendida. En lugar de la mano que acaba de rascar una axila, veo la calidez de un valiente que me otorga su confianza y estrecho esa diestra con fuerza.
Eleodora espera en el comedor, emperifollada y dibujando el perfil de Sigmund Freud con migas de pan sobre el mantel de hule, mientras entona con una voz de contralto la canción “Cocaine”, de JJ Cale. Se interrumpe, me mira y me dice -Por fin ¿Te arreglaste, linda?- Después se dirige a Aristóbulo y le dice -Ponete algo y salgamos de una vez, que nos esperan-
Destino, San Telmo. Con no poco esfuerzo convenzo a Eleodora, primero de tomar un taxi, y luego de que no tome el volante ante la torpeza del taxista, al que trata de “Invertebrado acéfalo con impericia crónica y gran maestre pajero”.
Llegamos. Baja primero Aristóbulo inflando el pecho bajo una camisa púrpura de cuello ancho, adornada con una cadena de eslabones gruesos y dorados descansando sobre el pecho; bigotes a lo pancho Villa; calva prominente coronada por un pelo negro, fino y largo y lentes a dos tonos, grandes. Luego baja Eleodora, que recomienda al taxista manejar un mateo por Palermo si tiene ganas de pasear a la gente; y por último yo, mientras ella cierra el saludo al chofer con un “pelotudo”.