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martes, 17 de septiembre de 2013

Eleodora y Aristóbulo - Parte III

Finalmente comprendo el motivo por el cual Aristóbulo insistía al no confiar en su increíble habilidad para observar y deducir.
En este punto vale la pena recordar a Casandra de Troya, quien negoció con Apolo el don de la profecía a cambio de entregar sus dones. Luego de que Apolo cumpliera su parte, Casandra negó al dios su intimidad; y éste, entonces, la escupió en la boca maldiciéndola, de tal forma que nadie nunca creería en sus profecías.
De manera similar, Aristóbulo, por obra del destino, era alguien capaz de agudísimas deducciones, pero junto con el don recibió la maldición de que sus conclusiones jamás resultaran ciertas.
La duda es si esta maldición es propia de Aristóbulo o surge por contraste, a partir de una humanidad que, a diferencia de nuestro amigo, no se preocupa en cuestionar lo que entiende, dejando todo parecer como cierto y rotundo.
Aristóbulo cree que su trastocado don es obra del dios destino. Asegura que el fallido intercambio se produjo en el baño del Club Italiano, donde recibió la agudeza con la que entendió que un agente siniestro, habiendo tomado la forma de un petiso pispeador de mingitorios, intentaba manosearlo. Aristóbulo rechazó al implacable con una patada en los tobillos. Días después volvió a toparse con el agente. Éste tomó venganza escupiéndole el saco, un lunes, en el colectivo 132 y a la altura de Tronador, provocando de esta manera la maldición de su infalible desacierto.

Mientras yo cavilo estas cuestiones y apuro el trago, Eleodora llega hasta nosotros perseguida por un insistente individuo que avanza zigzagueando, completamente beodo.
Eleodora se arrima a la barra para pedir un trago y el borracho la toma por el hombro, ensayando un murmullo que le sale en voz alta -Dale, bailemos, que te hacés, si estás regalada-
Las siete personas que escuchamos la frase quedamos asombrados, y esperando temerosos una reacción cuya onda expansiva podría llegar a borrar de la faz de la tierra todo objeto en un radio de diez metros. El moreno de la puerta y Aurelian Podolski miran entretenidos. Todos saben que si ellos intervienen no quedaría nada sólido en la persona del imbécil que molesta a nuestra amiga. Pero miran como quienes asisten a un espectáculo de acrobacias mortales, esperando con malicia ver como el acróbata se hace mierda. Conocen bien a nuestra heroína.
Eleodora sonríe, mira a Aristóbulo y le hace un leve guiño con el ojo derecho. Luego se da la vuelta, toma la mano del borracho, quien la sigue tambaleándose y juntos van hasta centro de la pista. La orquesta se detiene un segundo mientras las luces se posan en los bailarines. Aristóbulo me indica sin despegar los ojos de su prima -¡La gran Bélgica!-
Pregunto -¿Qué es “La gran Bélgica”?-
A lo que Aristóbulo pasa a explicarme:

-El embajador de los Países Bajos tiene mucho afecto por Eleodora y nos había invitado a un ágape en la embajada. Estábamos en la fiesta, lo más panchos, discutiendo sobre los problemas defensivos de Ferro, cuando se nos acercó el embajador de Bélgica-

La orquesta comienza a tocar “Tiempos viejos”. Eleodora y el borracho comienzan los primeros movimientos. Aristóbulo prosigue.

-El embajador de Bélgica, un pelado, bajito y con aliento a muerto, arrinconó a Eleodora contra una pared y la empezó a avanzar repitiendo “Dale, ¿Sabés quién soy?”. Ahí Eleodora se mandó la que llamé “La gran Bélgica”-

Eleodora y el borracho dieron apenas un par de vueltas por la pista de baile. Eleodora se detiene, se desprende del tipo y se vuelve caminando hacia la barra. El borracho intenta perseguirla pero al primer paso sus pantalones caen hasta los tobillos y tropieza, dando con la nariz en una mesa ratona sobre el borde de la pista. En seguida entran dos ursos y lo sacan, en calzoncillos, con los pantalones colgando, la cara bañada en sangre y gritando como un chancho.
Mientras Eleodora continúa caminando hacia la barra Aristóbulo termina el relato.

-El belga estaba tan ocupado en su acoso que no se había dado cuenta que Eleodora en dos segundos le había desprendido el cinturón y el botón del pantalón. Cuando Eleodora zafó por un costado, el embajador quiso seguirla pero ya estaba en calzoncillos en medio de los invitados. Entonces mi prima le dijo en voz alta mientras se alejaba “Sí, sé quién sos, un pelotudo en calzoncillos”-

Eleodora se queda en la barra bebiendo con nosotros sin referir una sola palabra sobre lo sucedido con el borracho. Habla de cualquier otra cosa con total naturalidad. Pero yo me quedo por un lado pensando cómo hizo Eleodora esa maniobra tan rápido y sin que nadie lo notara, y a la vez meditando algo que no me deja de dar vueltas en la cabeza. Entonces me decido y le comento a Aristóbulo:
-¿Te das cuenta que cuando dijiste que iba a hacer “La gran Bélgica” acertaste?-
Aristóbulo, algo pensativo, me contesta:
-Es cierto, pasa que a veces hasta las maldiciones necesitan un respiro-

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