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domingo, 29 de septiembre de 2013

Eleodora traductora

Eleodora se gana la vida con distintas actividades ocasionales. Entre ellas citamos una suplencia como redactora y un trabajo como correctora de cartas amorosas. Lo cierto es que vive de distintas changas.
No todos los trabajos de Eleodora están relacionadas con la escritura. Algunos tienen que ver con actividades culturales o artesanales, como la construcción, la tornería mecánica o la fundición de metales. También las hay otras que rozan con el bajo mundo del delito, permaneciendo convenientemente en secreto.
Entre las características salientes de Eleodora se cuenta su habilidad para dominar con poco esfuerzo cualquier idioma; hecho que la convierte en una de las más brillantes políglotas que el mundo jamás haya conocido. Tuve la oportunidad de escucharla dominar idiomas tan extraños como el birmano, el malayo e incluso los dialectos de los pueblos más recónditos de Oceanía. Aunque, a decir verdad, no podría decir si los sonidos guturales de su demostración eran las palabras de un idioma primitivo, o simplemente un hueso de pollo atorado en su esófago. Sin embargo, jamás me atreví a dudar de su honestidad.
Eleodora dice que no hay idioma que se resista; e insiste en que basta con aprender los modismos de los adolescentes, quienes suelen reducir la riqueza de cualquier idioma a una veintena de palabras chotas, con las cuales se las arreglan para comunicar casi cualquier cosa; incluso, cualquier cosa.
Sin embargo, Eleodora posee claramente un don que le valió una importante participación en la Convención de las Naciones Unidas para la prohibición de armas químicas, que se desarrolló en septiembre de dos mil uno en La Haya.
Eleodora fue convocada para asistir al primer ministro de Bután, Samtse Chang, como traductora del idioma dzongkha.
Samtse llegó a la ONU sin traductor propio dado que la dura vida en Bután, la cual basa su economía en la emisión de raros sellos postales para coleccionistas, llevó a aquellos pocos que dominaban algún otro idioma a huir al extranjero. Entre los que escaparon de la austeridad de Bután se cuentan, incluso, cuatro ministros y un príncipe.
El paso de Eleodora por la ONU trajo algunas consecuencias internacionales que permanecieron en secreto durante más de diez años, las cuales hoy tengo el permiso de revelar.
Los hechos que voy a relatar se desarrollaron durante el segundo día de debates en Naciones Unidas.
Promediando el discurso de Mr Alan Muck, representante norteamericano, se produjo una discusión subida de todo que motivó una pausa con refrigerio alcohólico con el fin de calmar los ánimos. El señor Muck había acusado a Burundi de llevar a cabo un reciente ataque con armas químicas sobre las tropas norteamericanas en suelo burundés. Muck tuvo que admitir una incursión encubierta norteamericana, que pretendía destruir una fábrica de frazadas que competía deslealmente con la industria textil de EEUU; pero a la vez afirmaba que esto no daba licencia a Burundi para que su fuerza aérea utilizara armas químicas contra soldados norteamericanos.
El primer ministro de Burundi aclaró que lo que Muck llamaba fuerza aérea, era en realidad dos Grumman a hélice de 1968 que Burundi utiliza para fumigar sus campos; y que lo que llamaba armas químicas eran aguas servidas, con las cuales habían rociado a los invasores con el fin de disuadirlos, cosa que habían logrado con gran éxito. Entonces, el primer ministro de Burundi selló su descargo haciendo pasar reiteradas veces su dedo índice derecho por el centro de un círculo formado por índice y pulgar de la otra mano. Cuando la traducción del gesto llegó a los auriculares de Mr Muck, éste intentó arrojarse sobre el burundés y tuvo que ser reducido por los representantes de Brasil y Panamá, mientras el de Uruguay reía muy divertido y se cebaba un mate.
Durante la pausa forzada, y entre trago y trago, Eleodora acompañaba al primer ministro Samtse traduciendo todas sus conversaciones. Una hora más tarde Samtse ya estaba bastante ebrio y aburrido, y mediante una seña hizo que su guardia trajera a su esposa Jetsún para que Eleodora la conociera. El guardia de Samtse era un malayo que no hablaba una palabra de dzongkha, pero era gran aficionado a los sellos postales y era el único que había aceptado el pago en estampillas de Bután.
Jetsún apareció tomada fuertemente del brazo por el malayo. Era una hermosa joven de no más de dieciseis años, y se veía aterrada. Samtse hizo las presentaciones y luego comenzó a contar un chiste sobre un japonés, un alemán y un butanés que se tiraban de un avión, pero antes de llegar al remate empezó a reír a carcajadas hasta casi asfixiarse; entonces tosió y se volvió para escupir en una maceta que tenía a sus espaldas.
En el breve lapso en que Samtse dió la espalda al grupo, la joven Jetsún se acercó al oído de Eleodora y le susurró en dzongkha “Ayudame a escapar, me compró y es malo, me golpea demasiado”; una lágrima escapó de sus ojos y empezó a recorrer sus rosadas mejillas, pero la niña la enjugó con su mano justo antes de que Samtse la viera.
Eleodoro notó algunas quemaduras de cigarrillo en el brazo de Jetsún y estalló en ira, sin dejar de mostrarse imperturbable. El cerebro de Eleodora se activó en su capacidad plena, pensando y proyectando distintas acciones que se abrían como las ramas de un árbol infinito. Los afilados circuitos de Deep Blue pudieron haber vencido a Gari Kasparov, pero ante una Eleodora que exploraba incontables movimientos buscando una salida para Jetsún, hubiera quedado reducida a la caja registradora de una mercería.
Los minutos transcurrían y Eleodora no encontraba ningún plan que arrojara un final conveniente. Entonces decidió echar manos a la obra improvisando una ligera venganza.
La noche anterior había conocido a Mbutu, un gigantesco moreno que trabajaba como guardaespaldas del primer ministro de Togo. Mbutu tenía una entrada extra de dinero descolgando cocos de las palmeras, cosa que lograba a fuerza de cabezados sobre la base del tronco. Ambos habían conversado animadamente. Entre risas, Mbutu se había confesado adicto al sexo violento y sin restricción de género ni número. Eleodora incluso había notado que Mbutu llevaba siempre una linterna de minero en su bolsillo, o bien poseía un miembro de proporciones ciclópeas. Juzgó con acierto que esto último era lo más probable.
En ese preciso momento Mbutu se encontraba a escasos cinco pasos del grupo, y el primer ministro butanés en cualquier momento se vería en la necesidad de vaciar su vejiga después de semejante ingesta alcohólica.
Eleodora se alejó por un instante de la pareja butanesa y se acercó al moreno. Lo saludó cariñosamente y le dijo en perfecto idioma Kabiye: “El gordo aquel es mi jefe y me pidió que te hable. Le gustás y quiere que lo sigas al baño cuando él vaya; que le tapes la boca y le propines sexo violento; y que no te detengas a pesar de su resistencia. A él le gusta así. También me aseguró que si lo hacés bien, el gobierno de Bután va a favorecer a Togo en toda votación de Naciones Unidas mientras dure su mandato”.
El guardaespaldas esgrimió una sonrisa que dejaba ver dos hileras de dientes intimidantes, y se dispuso a seguir las instrucciones de Eleodora al pié de la letra.
Tal como Eleodora había calculado, dos minutos después Samtse se dirigía tambaleante en dirección al baño. Caminaba seguido de cerca por Mbutu. Cuando ambos entraron al baño Eleodora se apostó en la puerta haciendo guardia. Mientras estuvieron encerrados se acercó el canciller Suizo, caminando con el paso apretado y presionando con la mano su bragueta, pero Eleodora lo derivó hacia otro servicio.
Luego de quince minutos Samtse salió del baño pálido y aterrado. Eleodora estaba preparada para tergiversar en su traducción cualquier declaración del butanés apenas comenzara el escándalo. Sin embargo, el funcionario no emitió ni un sólo sonido; y como pudo y rengueando, se dirigió nuevamente al recinto de la convención donde permaneció con la mirada perdida y los ojos lacrimosos; siempre de pié. Eleodora lo siguió expectante y cuando la convención volvió a sesionar, ella prosiguió con su traducción al dzongkha como si nada hubiera pasado.
Eleodora estaba casi satisfecha con su venganza, pero además necesitaba liberar a Jetsún. Las elucubraciones comenzaron a centellear en su cabeza, mientras en simultáneo traducía al dzongkha cada uno de los discursos de los representantes que pasaban por el estrado.
El representante de Togo era el último conferencista para la región africana, y había comenzado con un reclamo acerca el abuso de las grandes potencias sobre los países periféricos. Entonces Eleodora decidió jugarse a todo o nada.
Adulteró su traducción del discurso del funcionario togolés para Samtse usando las siguientes palabras: “Sabemos que en Asia compran y violentan a las mujeres. Las naciones africanas no tenemos poder político ni militar como para terminar con ese tipo de abusos; pero nuestros hombres encontrarán la manera de atacar y vejar a todos y cada uno de los representantes asiáticos, uno por uno, violentándolos cuando menos lo esperen, reiteradamente y sin descanso, sin piedad, así como lo hemos hecho en otras oportunidades; hasta que dejen en paz a sus mujeres. Es el deber de una región que ha sido bendecida con el poder de sus miembros. Que África sea una y sus hijos logren vengar a las desdichadas esclavas del Asia”.
Junto con esta falsa traducción de Eleodora, el representante de Togo terminaba su discurso alentando a resistir a las grandes potencias, provocando que todos los diplomáticos africanos estallaran en aplausos, de pie y emitiendo enfervorizados gritos de guerra.
La cara del butanés estaba completamente pálida, sudaba a chorros y mostraba una mueca desencajada. Dejó el recinto casi corriendo. A los diez minutos el guardia malayo lo conducía hacia el aeropuerto. Huyó dejando la convención y a su esposa, y se volvió a Bután. Nadie supo explicar por qué se había retirado prematuramente sin su mujer. Tampoco hubo demasiadas preguntas. Jetsún quedó libre en La Haya donde consiguió asilo político.
A partir de entonces, Bután apoyó de manera sistemática a cada uno de los países africanos en toda convención internacional; costumbre que continuó incluso después de que Samtse dejó la vida política.

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