Avanti, bersaglieri, che la vittoria é nostra!

sábado, 7 de septiembre de 2013

Eleodora y Aristóbulo - Parte I

Sábado aciago, algo hay que hacer. Le envío un mensaje a Eleodora y al minuto me llama desde su celular, un Nokia 1100, y me dice -Estoy en lo de mi primo Aristóbulo, estábamos por salir a hacer una entrega, si estás al pedo venite y vamos los tres. Y no me mandes más mensajes, pelotudo, llamá-

Treinta minutos después camino por una calle oscura. Un falcon en llantas descansa su sueño último contra el cordón de la vereda, recordando tiempos que ya no volverán. Golpeo el número 221 y espero. Se abre la puerta y bajo la luz mortecina de un único poste de alumbrado se asoma Aristóbulo, en calzoncillos azules con motivos de veleros rojos y blancos; piernas morrudas que descienden afinándose al llegar a los tobillos; los pies cobijados por medias de toalla blancas y ojotas de goma celestes cuya tira se introduce entre pulgar e índice formando un pié de Condorito. Su musculosa blanca deja escapar una mota de pelos pectorales con características íngleas dado el grosor y ondulación; una mancha de tuco sobre la tetilla izquierda marca el lugar donde debería descansar la medalla al mal gusto. El aire escapa desde el interior de la casa y trae a mis narices una mezcla de olor a humedad y perfume Old Spice.
Aristóbulo sonríe mientras se rasca una axila con la misma mano que luego me extiende. La luz verdosa del farol se mezcla con el brillo de su canino de oro y emite un fulgor extraño que me obnubila y no me deja apreciar claramente su sonrisa.
Aristóbulo es el tipo con el peor gusto que conozco; sin embargo, comparte con su prima una voluntad inquebrantable y una lealtad que sólo puede encontrarse en la Bratva, la legendaria mafia rusa. Puedo dar fe de su valor y nobleza desde aquella vez en que Eleodora, llevada por su temperamento, se encontró en los fondos oscuros de un club nocturno rodeada por cinco furiosos proxenetas, todos ellos amenazantes y munidos de arma blanca. El aire olía a humedad, cigarrillo y tragedia. Aristóbulo, advertido del peligro que corría su prima, corrió y saltó sobre los malandras, justo en medio del tumulto, con la mala suerte de caer pisando un vaso de plástico que lo hizo resbalar e ir de nuca al piso. Se levantó tan rápido como pudo e introdujo su mano en el bolsillo del pantalón, llevando el índice hacia adelante en un intento de simular una inexistente arma de fuego. La parte trasera de su pantalón se había rasgado en la caída y esta amenaza desde el bolsillo delantero dejaba al descubierto un calzoncillo amarillo con motivos de batman. A esa altura los cinco malandras se encontraban con tal ataque de risa, que Aristóbulo tuvo el tiempo suficiente de tomar a su prima de un brazo y sacarla de allí. Llevarse a Eleodora no le fue fácil, ya que ella se tomaba el estómago con ambas manos y también se encontraba paralizada por la risa.
Permanezco parado frente al 221, miro a Aristóbulo aún con la mano extendida. En lugar de la mano que acaba de rascar una axila, veo la calidez de un valiente que me otorga su confianza y estrecho esa diestra con fuerza.
Eleodora espera en el comedor, emperifollada y dibujando el perfil de Sigmund Freud con migas de pan sobre el mantel de hule, mientras entona con una voz de contralto la canción “Cocaine”, de JJ Cale. Se interrumpe, me mira y me dice -Por fin ¿Te arreglaste, linda?- Después se dirige a Aristóbulo y le dice -Ponete algo y salgamos de una vez, que nos esperan-

Destino, San Telmo. Con no poco esfuerzo convenzo a Eleodora, primero de tomar un taxi, y luego de que no tome el volante ante la torpeza del taxista, al que trata de “Invertebrado acéfalo con impericia crónica y gran maestre pajero”.
Llegamos. Baja primero Aristóbulo inflando el pecho bajo una camisa púrpura de cuello ancho, adornada con una cadena de eslabones gruesos y dorados descansando sobre el pecho; bigotes a lo pancho Villa; calva prominente coronada por un pelo negro, fino y largo y lentes a dos tonos, grandes. Luego baja Eleodora, que recomienda al taxista manejar un mateo por Palermo si tiene ganas de pasear a la gente; y por último yo, mientras ella cierra el saludo al chofer con un “pelotudo”.

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