Avanti, bersaglieri, che la vittoria é nostra!

domingo, 28 de abril de 2013

No sos vos, tampoco yo, es el otro que fui


Si el río es el caudal que avanza hacia el mar, entonces nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Si en cada circunstancia nos construimos y cambiamos, entonces no somos la persona que fuimos hace un tiempo atrás. Es un buen argumento para decirle a una señorita “Perdón, me confunde con otro que fuí”, justo antes del segundo beso y justo después de la primera decepción.

Para colmo el ánimo va y viene como una pelotita blanca aporreada por dos chinos en un partido de ping pong. Y Dios pancho, sacó platea. El optimismo te hace creer que no te para ni la hinchada de Chicago viniendo de perder el clásico, y al segundo te muestra que levantarse a la mañana puede ser tan difícil como escalar el Kilimanjaro, en ojotas y para atrás.

De un instante a otro creemos y dudamos; afirmamos, negamos y vuelta a afirmar; amamos, odiamos y hasta la indiferencia aparece para jugar un rato al desconfío; vamos, venimos y vuelta a ir ¡Basta! ¿Cuántas veces tenemos que morir y nacer?
Cada segundo somos una nueva persona, y lo único que une al niño que fui con lo que soy es la memoria ...
... bueno, y el sabor agridulce de algunos buenos recuerdos y el dolor de otros no tan buenos ...
...
... y las frustraciones ...
... y los defectos ...
... y las decepciones, y la vergüenza, las cicatrices, los dolores, las limitaciones, el remordimiento, los vicios, los sueños, la mueca torcida ... ... ...
¡Las bolas! Al final soy siempre el mismo pelotudo, y encima igual de contradictorio.

sábado, 27 de abril de 2013

Kafka para jóvenes


"Kafka para jóvenes" es un proyecto que estoy desarrollando. La idea es acercar los grandes escritores a los jóvenes haciéndoles su lectura más familiar. Comencé por una adaptación de “La Metamorfósis” que empieza así:

"Kuand Grgorio Samsa s desperto u manana desps d u suenio intranklo s enkntro sobre s kama konvertdo n u monstrso insekto"

viernes, 19 de abril de 2013

Decisiones


¿Que elijo?

Otro tema íntimamente ligado a la libertad.

¿Cuántas veces nos quedamos duros como cogote de yesero ante una encrucijada fundamental?
No hablo de la cara de pavo con la boca entreabierta, pecho sobre el mostrador y mirando el cartel de gustos en una heladería mientras entramos en un interminable ”¿frutal o de crema?”.
No señor, yo hablo de esas decisiones que implican cambios fundamentales, en el sentido de que “fundan” nuevas realidades.
¿Por qué cuestan tanto esas decisiones? ¿Por terror a equivocarnos?
“¡Ho, ho, ho, pequeños amos!” (a ver quién se acuerda del camello Kaboobie)
No es el miedo al error sino el impulso de no querer soltar nada. Nos quedamos paralizados como un chico que llena sus brazos con todos los juguetes que puede y no se decide a jugar con uno por no soltar los demás.

¡Ese es el punto! ¡No queremos soltar ninguno! ¡Somos mezquinos!

No decidir también es una decisión, pero es la peor de todas porque es la menos libre. No queremos decidir y nos encadenamos solitos a todas las posibilidades sin ver que son ataduras que paralizan nuestras manos. Quedamos presos en nuestra mezquindad, prefiriendo no disfrutar con tal de no perder nada. Y ahí es cuando más nos perdemos, porque creyendo no dejar nada es que no tomamos nada tampoco.

Es jodido, y a veces bien jodido. Algunas decisiones implican soltar un cacho de alma y otras incluso perderlo todo. Y soltar algo que es parte de uno es como morirse un poco ¡¿Quién mierda quiere morirse de a pedazos?! Y así es que algunas decisiones cuestan días oscuros de una melancolía que no parece que fuera a soltar, y donde lo elegido no parece que valiera tanto dolor. Pero también hay otros momentos donde el dolor amaina y un pensamiento más lúcido nos palmea la espalda.

¿Y cómo se hace para decidir?
Hay que ser capaz de soltar todo, incluso la propia vida ¡Mirá lo que te digo!
Cuando uno sabe que siempre puede seguir de alguna manera y reconstruirse a partir del mínimo hilo de pensamiento, sin nada, de cero, y lo elige como realidad fundante, entonces se encuentra preparado para tomar decisiones con total libertad. Y ahí sí, ganamos todo lo que es realmente importante: Ser artistas de nuestra propia vida.

Ahí, señores, viene la segunda parte de la cuestión. Ahí se ve de qué madera está hecho uno. Cuando podemos elegir sin titubear cualquiera de las realidades posibles y bancarnos el dolor de cualquier pérdida, entonces somos realmente en nuestra esencia, y lo mostramos en la calidad de nuestras decisiones.

Para ser grande primero hay que ser libre.

martes, 16 de abril de 2013

La libertad psicológica


Este tema lo propuso un amigo.
¿Qué es la libertad psicológica?

Eso fue lo que le pregunté, y mi amigo amplió comentándome de esas situaciones en las que una idea se instala profundamente en el pensamiento y no deja lugar a otra cosa, volviéndose una obsesión. Ahí es donde uno pierde la libertad de aplicar su atención y energía a otras cuestiones.
Espero haber entendido el concepto, si no es así, espero amigo que sepas disculparme.

Este tema que me plantearon se convirtió en un problema desde el momento en que comencé a tratar de encontrarle una respuesta. Primero fueron cinco horas de darle vueltas sin descanso y la respuesta no apareció ¡La libertad psicológica! ¿Qué podía decir al respecto?
Luego de esas primeras horas siguieron catorce más donde una especie de furia seguía a cada una de las veces que me repetía la pregunta... ¿Qué puedo escribir sobre esto? El tema parecía no tener solución y la furia comenzó a transformarse en desesperación, y la ira dio lugar a la angustia.
Ocho días después dejé de salir de casa, no me interesaba otra cosa más que encontrar la manera de desarrollar este tema que me torturaba. A los quince días dejé de levantarme de la cama. Mucho después me enteré que una tormenta produjo inundaciones y que la luz se cortó por tres días, pero ni siquiera lo noté.
Por falta de pago me cortaron los demás servicios pero ¿qué me podía importar con tamaño acertijo entre manos?
Algunas personas intentaron visitarme pero los rechacé a todos, tenía que continuar pensando y no podía darme el lujo de responder a su súplicas. Creí escuchar sobre la muerte de un pariente, pero ya pediré detalles cuando termine con esto.
Las ratas se comieron mi ropa pero no me importó. Ni siquiera sus hocicos fríos en mis pies desnudos llamaban mi atención.
La cosa se complicó cuando dejé de comer, y es que el hambre que roía mi estómago como una manada de ardillas era más soportable que la necesidad de escribir algo, lo que fuera, sobre la maldita libertad psicológica.
Mi hermana, que es médica, me explicó que el cuerpo ante situaciones extremas se adapta maravillosamente. Esto debe haber sido lo que sucedió cuando por falta de nutrientes mi cuerpo comenzó a deshacerse de algunas funciones reasignándolas más cerca del estómago. Mi cerebro se apagó y el hígado empezó a desarrollar las funciones racionales. No tuve tanta suerte con el olfato, el cual se mudó a la axila. Empecé sentir sabores cerca del ombligo y descubrí que la pelusa sabe a jabón para la ropa. Algo similar sucedió con mis ojos, ya que repentinamente empecé a ver un par de glúteos inamovibles.


Sinceramente no sé como darle un final a esta historia, lo pensé un buen rato pero decidí dejarla así por temor a obsesionarme y terminar viendo por el culo.

lunes, 15 de abril de 2013

Madurar (fe de ratas)

El post anterior sobre "Madurar" lo basé en un mail que envié como saludo de año nuevo.
Una gran amiga, que conoce dicho mail, expresó su indignación por haber malogrado el texto original con el post sobre la madurez. Bah, yo interpeté esto basándome en la expresión de su cara, mientras decía "¿Qué carajo hiciste? lo arruinaste", o algo así.
Me parecen similares, y quizás el original tienen la ventaja de ser más corto. Es decir, por suerte se termina pronto.
En fin, decidí incluir un nuevo post con el texto original por dos razones simples. La primera y más importante es la admiración y cariño que tengo por esta amiga, y la segunda es por la fe de ratas que tengo en mi criterio con estas cosas... ¿que se yo, qué tanta explicación?


Uno se convierte en una persona madura, entre otras cosas, cuando opera esa bisagra que deja atrás la alegría convulsiva y sin motivo dando pie a un deseo irrefrenable de tranquilidad.
Las largas y jocosas borracheras en las noches de juerga se convierten en un recuerdo de penosas resacas mientras el resto queda en el olvido, y persiste un único deseo de paz, un anhelo que repite desde las entrañas un persistente “no me rompan las bolas”.

Por un lado, es una buena noticia que la inquietud existencial que da movimiento a la vida deje de apaciguarse mediante el simple aturdimiento de la sensibilidad; dejando de lado los estímulos que aturden los sentidos y evitan momentáneamente la percepción de la inquietud última: la existencia. En otras palabras, dejando de ser un juerguista alcoholizado al que le chupa todo un huevo.
Es una muy buena noticia cuando eso da lugar a otros goces, como el artístico o el del amor, que en lugar de evitar el problema último y definitivo intentan una comunión con la realidad trágica y buscan un sentido; intentando un halo de luz en medio de la mierda, pero adentrándose en la mismísima mierda en lugar de evitándola.

Mala noticia cuando el aturdimiento químico da lugar a uno de otra índole: la seguridad y la comodidad. Sentarse en un sillón cómodo a ver un programa cómodo, que nos permita ver lo peligroso que es el mundo y lo afortunados que somos al estar seguros en nuestras casa, con nuestros trabajos seguros, con nuestra mujer segura, con la cuenta del banco, las tarjetas, los electrodomésticos, la aspiración al último juguete tecnológico, el barrio cerrado o la puerta con tres cerraduras; rezando porque nada cambie y que nadie venga a rompernos las bolas.
Mala noticia cuando la maravilla ante lo desconocido, la adrenalina ante una nueva y atrevida idea, la fascinación ante el peligro de no saber lo que vendrá, la lucha diaria por el amor, el ascenso en el goce artístico, las equivocaciones y el arrepentimiento, la amistad donde ir a depositar nuestras cavilaciones existenciales, se cambian por los amigos de anécdotas repetidas, la desidia, la satisfacción propia y el mero consumismo.

Para este nuevo 2013 les deseo un feliz y peligroso año. Es muy respetable rechazar la oferta, y en ese entonces al menos lo deseo para mí.

domingo, 14 de abril de 2013

Madurar



¿Qué es madurar?

Uno madura cuando opera la bisagra que lo aleja de la alegría convulsiva para dar lugar a un deseo irrefrenable de tranquilidad, en el peor de los casos.

Qué se yo, está bueno dejar un poco de lado el recurso de ahogar en alcohol los problemas existenciales. Aunque hay que admitir que en la adolescencia no se presentan diciendo “hola, soy tu nueva inquietud trascendental ¿cómo pensás enfrentar el problema de la finitud de la vida?”.
Ni en pedo. La existencia aparece como una sensación de vacío, como si hubiéramos perdido el páncreas en una abducción extraterrestre la cual no recordamos. A primera vista, este vacío parece poder ser llenado con una grande de muzzarella, una niña en patines y una buena ingesta de cerveza, con preferencia de que la cerveza se la haya tomado la niña en patines, en cuyo caso podemos prescindir de la grande de muzzarella y hasta del páncreas.

Otra mejor es cuando ese vacío existencial lo podemos llenar con otros goces, como el artístico o el del amor. En lugar de sentarnos a embotar los sentidos quemando un churro, podemos intentar mirar aunque sea una foto del David de Miguel Angel por más de un minuto. Lo más probable es que después de un rato surja una exclamación de asombro: “¡Michelangelo Buonarroti y la reputa madre que te parió! ¿Cómo mierda hiciste esto? Encima, el muy hijo de puta decía que agarró una piedra y sacó lo que sobraba ¡Y yo que me puse contento cuando pude tapar un agujero de mierda con enduído y quedó más o menos parejo!”. De repente y sin saber bien por qué, hasta por ahí se te pianta un lagrimón. Por ese lado, quizás se te abre un mundo por el cual vale la pena la mismísima pena de vivir.
Y si el arte no te sucede, como si fuera poco todavía tenés el amor. Creo que no hace falta decir nada al respecto (“de amor, ni hablar”) ¡La inmortalidad en un puñado de minutos! (ojo, que un puñado de segundos no cuenta como inmortalidad, y menos para la decepcionada compañía)

La verdadera mierda es cuando en lugar de recurrir al arte o al amor, creemos que madurar es abdicar a la vida y nos rendimos ante un sillón cómodo, frente a un programa de tele que nos permita ver lo afortunados que somos mientras el mundo explota, seguros detrás de cuatro cerraduras, rezando para que nada cambie, con una mujer segura, una cuenta de banco, tarjetas, electrodomésticos, y el último telefonito que nos permite ver en Youtube una operación de hemorroides en vivo mientras le damos un “me gusta” a una minita pensando que con eso ganamos seguro.

La mierda es cuando la maravilla que encierra lo desconocido, la adrenalina ante la idea atrevida, la fascinación ante el peligro de no saber lo que vendrá, la lucha diaria por el amor, el ascenso en el goce artístico, los errores, la amistad donde antes depositábamos nuestras cavilaciones existenciales, se cambian por amigos de anécdotas repetidas; por la desidia, la satisfacción propia, el consumismo y la vida a distancia.

Nos preocupamos tanto por extender la expectativa de vida que nos olvidamos de cómo queremos vivir ¿Vivir el mayor tiempo posible? Eso lo hace también una ameba y no la aplaudo. La vida hay que sentirla, con toda la intensidad de que seamos capaces.

Un tipo decía que si uno no puede creer en la vida más allá de la muerte, todavía le queda vivir de tal manera que eso sea injusto. Uno va a morir irremediablemente y quizás la conciencia se apague de una vez para siempre, es inevitable. Pero uno siempre puede hacer que eso sea injusto.

La muerte avanza y tarde o temprano nos vamos, pero pienso hacer todo lo posible para hacerla quedar mal. Porque madurar es hacer quedar mal a la muerte.


miércoles, 3 de abril de 2013

Mala suerte


Segunda pregunta: “¿Por qué no tengo suerte?”

¿Suerte? No jodas. No te va bien porque hiciste las cosas como el orto, o quizás porque te paraste con todos tus bártulos en un pleno y salieron los huevos (el doble cero, para los que no andan en la timba), pero vos te pusiste ahí solito. La mala suerte es la excusa de los desertores de la testosterona.

Que no te haya ido bien no es la gran cosa. La justa es el paquete en que te envolvés.
Sí. Te fue como el culo ¿y qué? Decís que por mala suerte, y esa no es una forma de conservar el mérito, como muchos creen. Al contrario, es la forma en que un canalla afirma que es un cero a la izquierda, que no pincha ni corta ni en su propia vida. Es expulsarse de uno mismo como si fuera una cosa, y ahí está bien merecido el que te señalen y digan “ahí va el coso ese, que mala suerte tiene ¿no te conté?”. La mishiadura no es vergüenza, pero echarle la culpa a la suerte es patético.

Vos que andás en la pomada, agarrá la manija de tu vida y decí “Sí, me fue como el culo porque me torearon y embestí; porque me jodieron y me planté; porque me gustaba y le aposté; me fue mal porque me anoté en una ruleta rusa en la última vuelta y lo sabía pero fui igual, porque se me cantó”.
Tenés que gritar “Me fue mal porque me equivoqué, y está bien que haya terminado en el último charco donde arrojan la basura del más terrible de los prostíbulos para fenómenos de circo... porque esa era una posibilidad y yo lo sabía... pero tengo resto”. Sí, decilo así de canchero que yo te aplaudo.

Pasó porque era posible. Y mejor si sabías que era una posibilidad; de esta vida bien al final solo te vas a llevar dos medallas: tus huevos. Cuán grandes será tu decisión. Entonces dejá la suerte de lado, hinchá el pecho y afirmá con determinación, que el entendido entenderá: “No señor, no tuve mala suerte. Me fue mal por pelotudo”.

martes, 2 de abril de 2013

La Libertad


Primera pregunta: ¿Qué es la libertad?
Nos pusimos un poco filosóficos, pero no vamos a durar mucho ahí, seduce más lo pragmático.

“La libertad de uno termina donde empieza la de los demás”.
No, no, no. Eso funciona para un chico de primaria que tiene que compartir el banco, y deja de funcionar cuando éste chico le incrusta una regla de madera en la cabeza a su diplomático compañerito.

La libertad es uno de los grandes problemas filosóficos de todos los tiempos: ¿Somos libres o estamos determinados?... No jodamos, el problema pasa muy lejos de esa pregunta, es más práctico. Cuando uno se pregunta por la libertad se refiere a lo cotidiano: la interacción con otros seres humanos o incluso con la pareja.
La libertad, en estos términos, se reduce a la capacidad de seguir siendo uno mismo en la mayor medida posible, de ser fiel a los deseos, de respetar las ganas y de concretar los impulsos.

Te pueden repetir hasta el cansancio que los límites de la propia libertad se los pone uno.
Nada está más lejos de la realidad. Es muy fácil decirle a un amigo “no le des bola y hacé lo que tenés tantas ganas de hacer”... Claro, el que después se tiene que fumar la tonelada de recriminaciones durante año y medio es este individuo al que a partir de ahora llamaremos “el libre infeliz” (libero la marca para que la utilicen en una cadena de empanadas).

(Antes de seguir, aclaro a las señoras y señoritas que esta prosa es de aplicación unisex. Es decir, lo escribo para todos y todas, sólo que en masculino ya que tengo la desgracia de serlo)

El libre infeliz tarde o temprano reconoce que debe ceder su libertad.
No se trata de ser bueno ni generoso, tampoco cobarde, sino de la más antigua de las ecuaciones: la relación costo/beneficio.
Casi absolutamente nada pesa tanto como una reiterada recriminación sostenida durante un lapso de tiempo suficiente.
El que cede no lo hace por pusilánime, sino porque se quemó con leche y se peló hasta los huevos (“hasta la cajeta”, para las señoras y señoritas puntillosas del género). Se quemó con una lava láctea y no lloró porque se descompensó y se desmayó de dolor antes de alcanzar a llorar.
¡¿Quién en su sano juicio volvería a soportar algo así por una salida a tomar algo con unos amigos, una simple borrachera y anécdotas que intentan ser divertidas ad nauseam?!
Claro, algunos dicen que hay que sostener el “derecho” (¿por qué no me sostienen el izquierdo también?) El “derecho” es una cuestión teórica, no jodamos, y la rotura de bolas es concreta. Y los que nos reímos de los filósofos sabemos que “lo concreto” se la da a “lo teórico”.

Cuando salís con tus amigos en los términos mencionados no te reís de los chistes, porque cuando te estás por reir te acordás de la leche hirviendo y te acordás también de la vaca, y no te da ganas de reirte para nada. Pensás “¿para qué mierda vine?” y te agarrás la cabeza imaginariamente mientras fingís una risita que sale débil, amarga y pelotuda, y no querés volver a tu casa no porque la estés pasando bien, sino porque sabés lo que te espera.
Y te maldecís con alcance a cuatro generaciones incluyendo el recurso del camión de putas porque no lográs ni siquiera divertirte como para justificar un décimo de la condena que se avecina. Por eso es peor: ¡Porque fue al pedo!
Cualquier situación divertida nace empañada por el recuerdo de lo que vendrá, que se presenta tan claro como si ya hubiera sucedido. Y toda joda es un pájaro que apenas alzado el vuelo es alcanzado por el escopetazo de la recriminación futura. Cualquier goce deja lugar instantáneamente a “la que se viene” y se torna imposible.
Tesis: A la mierda las salidas (LQQD)

La libertad, la libertad ¿Cuál es el límite de su pérdida?
Uno va perdiendo las salidas, los amigos, la cocina, el placard, la opinión, el control remoto y la sonrisa. Va perdiendo poco a poco todo lo que tiene de humano, pero hay que ser optimista: todo tiene un límite.

Uno cede su libertad y se va achicando en su humanidad. Uno va transitando el camino que une la esencia humana con la figura de una cucaracha mal pisada. Pero existe un límite último, una frontera inquebrantable que hay que defender con la última gota de sangre.
Uno puede replegarse solamente hasta la puerta del baño ¡Ese es el límite último! ¡El baño!
El ser humano puede perder todo, pero debe defender a toda costa la última dignidad, el último rincón donde todavía es libre: el baño.
Si intentan entrar cuando uno está dentro debe sacar de su interior todo el instinto primitivo y gritar cepillo de dientes en mano “¡¡¡¡NO PASARÁN!!!!... ocupadooo”

Mientras uno pueda cerrar la puerta y disfrutar de una buena lectura o una ducha tranquilo, sabiendo que esa puerta no va a ser traspasada por nadie, aún puede sentir que le queda algo de humano, que todavía le queda un lugar sagrado donde puede ser quién es en total plenitud, y que siempre va a poder contar con esa, su última libertad.

Y claro, por supuesto que siguiendo las enseñanzas de Sartre, uno también puede mandar todo a la recalcada concha de su madre.