¿Qué es madurar?
Uno madura cuando opera la bisagra que lo aleja de la alegría convulsiva para dar lugar a un deseo irrefrenable de tranquilidad, en el peor de los casos.
Qué se yo, está bueno dejar un poco de lado el recurso de ahogar en alcohol los problemas existenciales. Aunque hay que admitir que en la adolescencia no se presentan diciendo “hola, soy tu nueva inquietud trascendental ¿cómo pensás enfrentar el problema de la finitud de la vida?”.
Ni en pedo. La existencia aparece como una sensación de vacío, como si hubiéramos perdido el páncreas en una abducción extraterrestre la cual no recordamos. A primera vista, este vacío parece poder ser llenado con una grande de muzzarella, una niña en patines y una buena ingesta de cerveza, con preferencia de que la cerveza se la haya tomado la niña en patines, en cuyo caso podemos prescindir de la grande de muzzarella y hasta del páncreas.
Otra mejor es cuando ese vacío existencial lo podemos llenar con otros goces, como el artístico o el del amor. En lugar de sentarnos a embotar los sentidos quemando un churro, podemos intentar mirar aunque sea una foto del David de Miguel Angel por más de un minuto. Lo más probable es que después de un rato surja una exclamación de asombro: “¡Michelangelo Buonarroti y la reputa madre que te parió! ¿Cómo mierda hiciste esto? Encima, el muy hijo de puta decía que agarró una piedra y sacó lo que sobraba ¡Y yo que me puse contento cuando pude tapar un agujero de mierda con enduído y quedó más o menos parejo!”. De repente y sin saber bien por qué, hasta por ahí se te pianta un lagrimón. Por ese lado, quizás se te abre un mundo por el cual vale la pena la mismísima pena de vivir.
Y si el arte no te sucede, como si fuera poco todavía tenés el amor. Creo que no hace falta decir nada al respecto (“de amor, ni hablar”) ¡La inmortalidad en un puñado de minutos! (ojo, que un puñado de segundos no cuenta como inmortalidad, y menos para la decepcionada compañía)
La verdadera mierda es cuando en lugar de recurrir al arte o al amor, creemos que madurar es abdicar a la vida y nos rendimos ante un sillón cómodo, frente a un programa de tele que nos permita ver lo afortunados que somos mientras el mundo explota, seguros detrás de cuatro cerraduras, rezando para que nada cambie, con una mujer segura, una cuenta de banco, tarjetas, electrodomésticos, y el último telefonito que nos permite ver en Youtube una operación de hemorroides en vivo mientras le damos un “me gusta” a una minita pensando que con eso ganamos seguro.
La mierda es cuando la maravilla que encierra lo desconocido, la adrenalina ante la idea atrevida, la fascinación ante el peligro de no saber lo que vendrá, la lucha diaria por el amor, el ascenso en el goce artístico, los errores, la amistad donde antes depositábamos nuestras cavilaciones existenciales, se cambian por amigos de anécdotas repetidas; por la desidia, la satisfacción propia, el consumismo y la vida a distancia.
Nos preocupamos tanto por extender la expectativa de vida que nos olvidamos de cómo queremos vivir ¿Vivir el mayor tiempo posible? Eso lo hace también una ameba y no la aplaudo. La vida hay que sentirla, con toda la intensidad de que seamos capaces.
Un tipo decía que si uno no puede creer en la vida más allá de la muerte, todavía le queda vivir de tal manera que eso sea injusto. Uno va a morir irremediablemente y quizás la conciencia se apague de una vez para siempre, es inevitable. Pero uno siempre puede hacer que eso sea injusto.
La muerte avanza y tarde o temprano nos vamos, pero pienso hacer todo lo posible para hacerla quedar mal. Porque madurar es hacer quedar mal a la muerte.
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