Avanti, bersaglieri, che la vittoria é nostra!

domingo, 26 de mayo de 2013

Otra, otra

En una habitación cuatro hombres juegan a las cartas. Por la única puerta del lugar ingresa un ser que se presenta como el Demonio. Uno de los jugadores, llamado "A", le dice que ya son cuatro y no tienen intenciones de aceptar a un quinto jugador. El demonio les explica que no quiere jugar con ellos, que el destino no es un juego y que lo que está en juego es el destino de los cuatro jugadores.
"A" le replica que su discurso es demasiado confuso para provenir del mismísimo Demonio. Que si realmente fuera Satanás no tendría necesidad de andarse con vueltas. El demonio les pide que le crean, y les explica que él es él mismo. Les dice "Yo soy yo mismo".
El jugador "C" indica que lo que acaba de decir es una tautología, y que sólo alcanza para probar que es coherente, pero que realmente no agrega ninguna información ("C" es un lógico). El jugador "D" interrumpe diciendo que no cree en la existencia del demonio, por lo que existen dos posibilidades: El intruso es un farsante, o redondamente no existe ("D" es ateo). El Demonio empieza a sulfurarse y les pregunta -¿Ustedes me están cargando?
-No- Explica rápidamente "A" -Hablamos en serio- ("A" es serio en serio).
El Demonio les concede la posibilidad de una demostración, o al menos es lo que se entiende cuando les dice "Les concedo la posibilidad de una demostración", y luego agrega "¿Qué necesitan para convencerse de que soy el Demonio?"
"C" le dice que si mata al Demonio quedarían convencidos, es decir, que se mate a sí mismo, eso probaría que existe, dado que aquello que no existe no puede morir. El Demonio piensa un instante y en seguida descubre la trampa, entonces sin mediar una palabra más señala a "C" con el dedo y éste, "C", muere; es decir "éste se muere".
"A", "B" y "D" exclaman -¡"C" murió. Esto significa que "C" era el Demonio! Ahora creemos en "C" ¡Qué diablillo!-
El Demonio, al borde de la desesperación grita -¡No! ¡Soy yo, imbéciles!
El jugador "B" le dice -¡Ah! Entonces tú eres "C"- ("B" no entendió nada desde el comienzo, al igual que quien escribe). El demonio exclama "¡Con un demonio!", entonces desiste y afirma claramente vencido -Si, yo soy "C"- entonces se sienta en el lugar de "C" y continúa el juego.
Quién ganó la siguiente ronda es un misterio, sin embargo nadie cree que haya sido "C" ni el demonio, que ese día no tuvo gran suerte.
Repentinamente "E" abre la puerta, mira a los cuatro y exclama "Este juego se acabó". Las luces se apagan y baja el telón. Se escuchan aplausos. Se enciende una única luz cenital sobre "E", a quien también llaman "Dios", y éste se inclina ante un público del cual duda (Dios es agnóstico).

jueves, 23 de mayo de 2013

Homenaje


“A la dictadura de los adultos sólo pueden soportarla los chicos porque a sus padres los consideran dioses. A la crueldad, a la violencia, a las humillaciones los chicos la toman como algo natural... Yo me crié en la Unión Soviética de la casa de mi padre.”

Alberto Laiseca se da licencia para hablar así de su padre. Quizás es un buen momento de decir otro tanto sobre el mío.

Mi padre era normalmente iracundo y propenso a descargar su mano, por cierto pesada, sobre mí si algo le hacía pensar que tenía algún motivo. Pero los golpes eran relativamente fáciles de evitar; era cuestión de eliminar de mi vocabulario palabras y frases tales como “no”, “no quiero”, “no me gusta” o incluso “me parece”. En casa de mi padre no existía el “yo pienso”, y mucho menos el “yo quiero”. En casa de mi padre lo más seguro era callarse y mirar el piso, y por ningún motivo y bajo ningún punto de vista, contradecirlo. Siguiendo esas reglas uno podía sentirse relativamente a salvo de la violencia física. Y digo que era relativo porque la bebida le hacía ver sediciosos donde no los había, y todos en casa sabíamos qué pasaba con los sediciosos en ese proceso de reorganización que era mi casa. Encima el viejo tomaba. Tomaba mucho pero no se le notaba; nunca parecía borracho.

Lo que en casa no se podía evitar eran las humillaciones. Para esas no había fórmulas. Todo intento de hacerle brotar algún asomo de orgullo por alguien fue inútil; parece que el orgullo era algo que él sólo podía sentir consigo mismo. Al menos eso parecía cada vez que comparaba sus proezas con nuestros torpes intentos. Y así, día tras día, las humillaciones llegaban envueltas en papeles de distintos colores, de diversas formas y tamaños y bajo cualquier excusa. El insulto liso y llano era su deporte favorito y, si echo mano de las estadísticas, su palabra preferida debe haber sido “tarado”, y quizás “estúpido” en segundo lugar, muy cerca.
Mi padre parecía sufrir de una manera bastante particular. Al parecer, le molestaba profundamente el hecho de que su moral y su inteligencia tuvieran que lidiar con una familia de vagos infradotados, o “tarados”, como parece que le gustaba más decir; y también parece que esa era la principal ofensa por la cual estábamos obligados a pagar a diario.
En casa, mi padre imponía absolutamente todo, incluso el clima. Si él no tenía frío no había estufas para nadie. No teníamos la libertad ni de sentir frío.

Sí, mi padre era un hijo de puta. Y digo era, porque aunque aún vive se quedó sin familia a la cual golpear ni humillar. Y me pregunto si sigue siendo un hijo de puta de la misma manera que me pregunto si hace ruido un árbol que cae en un bosque solitario.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Actitudes



-1-

El tipo se levanta a las cinco de la mañana. En la radio leen una nota donde hablan de lo difícil que es la vida de una modelo: sesiones de fotos interminables; horas esperando a los maquilladores y fotógrafos; dietas de hambre. El tipo se toma el último mate con la yerba de ayer, para estirar ¿vio? y sale para la estación.
El frío se le mete en el pecho pasando por entre la lana gastada. Se olvidó de ponerse el papel de diario debajo del pullover. Camina y piensa en la pobre modelo. El tren viene lleno, como todos los días, entonces se cuelga y queda parado en la escalera, medio cuerpo afuera, tomado de una de las barandas.
El viento le roza la cara como cuchillos (¡Pobre la modelo!, piensa). Mira al costado y le devuelven una mirada vacía. El tipo ahí sentado probablemente es obrero de la construcción, porque lleva algo de cal en el pelo ¿cal de ayer? ¡Y esa mirada tan vacía! (¿Cómo será una sesión de fotos?) ¡Que mirada más vacía!
Lleva media hora colgado del tren y la espalda le empieza a doler ¡Y cómo va a doler cuando empiece a hombrear las bolsas en el puerto! ¿Y todo para qué? Lo mismo día tras día. Y la espalda duele menos que las preguntas, y duele menos que saber cómo será cada día de su vida, y mucho menos que saber cómo va a terminar: en una cama, con dolor, como su padre, que cuando murió no dijo nada. El tipo se pregunta por qué cuando el viejo murió no le pudo dejar ni siquiera una palabra.
Por un momento se tienta a soltar esa mano de la baranda y terminar todo ahí. Pero no. Sus hijos tienen que comer (peor la deben pasar las modelos ¿qué se yo?), pero lo cierto es que sus hijos tienen que comer. Entonces se agarra más fuerte.

...

-2-

Trabaja y vive todos los días. Sabe lo que es esforzarse haya o no haya ganas, como solamente lo puede saber una madre. Termina su día tarde y aunque está cansada y sabe que en pocas horas hay que volver a empezar, se toma un rato para ella, aunque sea unos minutos. Quizás no tuvo el mejor día y quizás todavía también piensa de vez en cuando en algunos errores, en algunas pérdidas y hasta quizás revive algunos dolores. Pero se sienta un rato, y aunque está cansada imagina, y ríe, y su sonrisa brilla. Y para estar tan contenta ni siquiera necesita saber cuánta belleza hay en su forma de empezar, caminar y terminar cada día.



-3-

Sentime esta situación. Juego de truco. Te sentás a la mesa a jugar contra el destino. El hijo de puta arranca la partida con veintinueve porotos a su favor y te canta falta envido con treinta y tres, y de mano.

¿Qué hacés?

Podés quejarte. Que no es justo; que así no hay forma de encarar la vida; que no sé qué mierda. Podés llorar que la vida es una porquería. También podés patalear un buen rato y así, luego del desahogo, irte al mazo refunfuñando y vencido. Y de paso, ya que estás, podés lamentar haber nacido con tan mala suerte.

O podés pararte, meter una de esas sonrisas torcidas que meten miedo, y decirle al destino con voz firme y altanera, en plena cara "¡Treinta y cuatro son mejores!". Y ahí clavarle una mirada de esas de "cuidadito con lo que decís, que te bajo los dientes".

Sinceramente no sé qué pasaría, pero en mi historia el destino reconoce frente a sí a un valiente, y dice "sí, tenés razón, tus treinta y cuatro son mejores" y deja sus cartas sobre el mazo.

...

Historias y más historias. Se pueden acumular por cientos. El destino puede ser incierto, injusto y decepcionante. Pero la actitud es nuestra carta de presentación cuando se juzgue una existencia bella. En eso no hay ningún secreto. Sencillito.

Cuando una mujer ríe...

Cuando una mujer ríe, la ira de Dios se queda sin público.

jueves, 16 de mayo de 2013

¡Una belleza!


Las causas nobles son muy buena cosa, pero no hay que olvidarse de vivir.
Un dilema: ¿El bigotudo de Nietzche o el barbudo de Nazareth?
Me gusta imaginar que ambos se llevaran bien, y que si así no fuera, cayera Hegel para amigarlos en una síntesis superadora. Esto sería, invitarlos a dejar los temas serios de lado e ir por vino y contar chistes de egipcios y alemanes.

Imagino a Friedrich llevándose la copa a los labios y Jesús advirtiendo “Ojo, que es mi sangre”, provocando el asombro de un Nietzche petrificado, seguido de los tres personajes muertos de risa. A lo cual Friedrich agregaría “Sos un guacho” (en un doble sentido aludiendo al “Dios ha muerto”). Más risas. Y Jesús evitando seguir con un “pero a tu vieja sí y a la mía no”, sospechando que eso ya no sería gracioso para el bigotudo... Tacto

Tengo fe en que a los hombres los une más la inteligencia que las ideas.
Claro que siempre se pueden encontrar ejemplos extremos en que esto no aplica, si, si, si, no agarre por ahí, por favor. Salgamos un poco de la posición confrontativa y de buscar los extremos, que el debate continuo desgasta.

Y si va a replicar, tenga en cuenta que prefiero que me bajen de un hondazo inteligente a que me adulen por diplomacia. Si me insulta con ingenio tenga por seguro, que por ofensivo que sea, me reiré con usted y lo apreciaré como si fuera un amigo.

Me gustaría que la gente se diera la oportunidad de apreciar el ingenio antes de alinearse tras un uniforme. Si empezamos a considerar las consecuencias últimas de cada pensamiento, entonces tengamos en cuenta que no se salva nadie, y entonces directamente bajemos la cortina y vayámonos todos a la mierda.
Dejemos la calificación extrema para la acción extrema y no para cada palabra y acción diaria. Relajémonos un poco y no hagamos como el perro del hortelano.
Donde haga falta, ahí sí patada al pecho; pero con el resto a tomar lo bueno, que es poco y grande, y no vale la pena dejarlo pasar.

La razón es una puta a la que siempre usaron para justificar cualquier idea. El único que quiso someterse genuinamente a la razón no pudo salir del “cogito ergo sum”, y luego se dio cuenta que para ser hombre había que soltarla e ir más allá.

Hay que hacerse cargo de que nadie tiene razón de manera absoluta. Nadie puede justificar hasta las últimas consecuencias sus ideas. Todos adaptamos la razón a nuestros impulsos previos y no al revés, nadie arma sus principios en base a la razón, sino lo contrario, por eso se llaman “principios”.

¿Por qué hacer las cosas bien? No por razón ni verdad, sino por una cuestión estética. No somos buenos razonadores, pero somos capaces de apreciar la belleza. Realizar proezas, un buen trabajo o una acción noble ¿Para qué? Para luego sentarnos a disfrutar del goce que produce la belleza que eso representa ¿Salir adelante en las peores situaciones? Sí ¿Por qué? Porque es una actitud bella; por el mero goce estético.
¿Cómo se justifica la virtud? No se rompan la cabeza buscando explicaciones razonables, que se justifica sencillito: ¡¡Porque es lindo!!
Y bueno, del amor, ni hablar... ¡Cuánto nos perdemos por esperar siempre más! ¡Cuánto dejamos de disfrutar si nos quedamos mirando lo que falta, o buscando el borde que no encaja! ¡O peor! Buscando la duda razonable.

Brindo por sentarse más a disfrutar de la belleza y a dejar de buscar motivos para enojarnos. En lugar de eso, dediquémonos a situaciones acordes a nuestra inteligencia en lugar de aunar similares ideologías a lo pavote. Dejémonos tentar un poco por la belleza; dejémonos arrastrar sin significados hacia los brazos de Afrodita.
Y dejemos a Nietzche, Jesús y Hegel tomar vino y cagarse de risa tranquilos. Que a esta altura deben estar podridos de que los citen.

sábado, 11 de mayo de 2013

El sentido de la vida


Hace unos días me hicieron la siguiente pregunta, de la cual hago casi una transcripción:

“¿Para qué estamos en la vida? ¿Para trabajar 10 hs por día, viajar 4, trabajar todo el año... ? … ¿y así sucesivamente hasta que morimos? .... ¿hay algo más?
¿Por qué cuando tenemos todo lo que pensamos que queremos aún nos sentimos vacíos?”

Aclaración...
No podían tirarme una pregunta más complicada (¿Me tienen demasiada fe o me están tirando al bombo?). Pensaba evadir el pedido ¿Cómo se da una respuesta a la cuestión más complicada y más pensada de la historia de la humanidad? Una pregunta que pensaron tantos cráneos. Y sí, justo yo voy a poder agregar algo ¡Qué esperanza!

Pero nobleza obliga. Además las cuestiones imposibles me tientan, y si hay algo a lo que no puedo resistirme es a las tentaciones.
En fin. Lo mejor que puedo hacer es hablar exclusivamente por mí. Tengan en cuenta que en esta cuestión estamos todos en bolas y a los gritos.

Primero, me pongo un poco serio y encaro la necesidad de sentido.
Todo lo que uno paga con sufrimiento se acepta si tiene una vuelta de rosca que te deja algo bueno a cambio. Ese sería el sentido que te hace aceptar algún tipo de dolor. El peor sufrimiento es el que carece de sentido.
La posibilidad de extinción de la conciencia es uno de los peores sufrimientos del hombre y existe justamente porque existe la vida y la conciencia, y porque toda vida implica muerte, y lo más importante: el hombre lo sabe. Entonces, ¿qué cosa puede tener una necesidad de sentido más suprema que la vida, para poder aceptar así la muerte que implica?
El problema es que no nos basta simplemente con vivir unos cuantos años como compensación de la muerte. Necesitamos algo más, un sentido que justifique una trama tan trágica.

¿Y entonces?

No hay un sentido implícito, objetivo, más allá de uno mismo.
Cada uno tiene que ver cómo carajo encuentra una justificación al asunto, a su manera, totalmente individual, personal. Claro que el tema se puede evadir de distintas formas, pero el vacío siempre nos recuerda que la cuestión está ahí, inexorable.
Vacío, soledad, ese gustito amargo al final de cada trago, es la cuestión última levantando la mano y diciendo “presente”. Y al no haber una respuesta unánime, al estar solos cada uno con su propia búsqueda, al no haber una respuesta que sirva a más de uno, quedamos solos frente a la cuestión. Por acompañados que estemos, esta inquietud nos deja solos y desamparados.

Según The Hitchhiker's Guide to the Galaxy, un grupo de exploradores de una raza de seres pandimensionales e hiperinteligentes construyen Pensamiento Profundo, la segunda mejor computadora de todos los tiempos, para obtener la respuesta al sentido de la vida, el universo y todo lo demás. Después de siete millones y medio de años meditando la pregunta, Pensamiento Profundo declara que la respuesta es cuarenta y dos, razonando que la pregunta fue mal planteada y debe ser formulada correctamente para entender la respuesta.

Ese es el punto, la pregunta está mal planteada y la respuesta “cuarenta y dos” me parece hasta pedagógica. Y es que no hay “el sentido” de la vida. Cada uno debe encontrar el suyo y personal.

El motor de ese sentido se forma de pequeños y fugaces momentos de extrema felicidad; de caer exhaustos y beodos excedidos por la belleza. Son esos momentos en que el alma es más grande que el cuerpo que la contiene y se extiende y escapa abarcando habitaciones enteras. Son esos instantes fugaces en que sos Dios en su infinito amor. Esos momentos breves en que decís “podría morirme aquí, en este momento; esto garpa todo lo malo que haya pasado en toda mi vida, y no necesito más”

Pero uno también necesita un sentido en forma de dirección, un hilo conductor de estos instantes sublimes. Y se puede transitar toda una vida sin encontrarle ese rumbo..
Yo tuve la suerte de encontrarlo. Sí, aunque no lo crean, este nabo encontró el sentido último de su vida. Sé para qué viví. Y quizás la razón de mi propia vida duró relativamente poco, pero una razón de este tipo no es temporal sino definitiva. Mi vida ya garpó, y lo que queda es de yapa. Hasta esa suerte tengo.
De todos modos, y ya sin un rumbo, los momentos sublimes siguen llegando (esa y no otra es la yapa). Y aunque encontrar alguna vez un rumbo en forma de sentido es raro, todavía puedo salir a ver si me tropiezo de nuevo con otro ¿qué forma tendrá? ¿quién lo sabe? Yo creo que cuarenta y dos.

sábado, 4 de mayo de 2013

Hipocresía


Hipócrita es quien finge cualidades o sentimientos contrarios a los que realmente tiene. Simplificando, un hipócrita es un mentiroso.
Y si nos ponemos platónicos podemos decir que la mentira es lo falso y lo falso es lo malo, al contrario de lo bueno y verdadero, que es lo deseable entre los hombres. Y si metemos segunda con Platón hasta podemos inventar un diálogo entre Sócrates, Gilón, Nabón y Boludón, todos un poco pasados de vino hablando algo por el estilo de “y si esto es cierto, porque nadie de buena voluntad puede decir lo contrario ¿No?, entonces lo otro también y lo de más allá no te das una idea”...
A todo esto, la mina hace rato se fue a buscar un trago y nunca volvió ¿Ella estará buscando el trago ideal, o simplemente se decidió más allá por una charla amena que la lleve a una caverna y la deje viendo las estrellas fijas sin tanta dilación?

(A ver, fanáticas defensoras del género. No fue un comentario sexista que pone a la mujer en una posición de menoscabo intelectual, sino una mera descripción de lo que yo hubiera hecho en lugar de la mencionada señorita. Y esto es, ir a buscar el trago ideal)

(A ver, fanáticos de la literatura platónica. No fue un comentario que denigre el pensamiento. Pero convengamos que la filosofía en un bailongo no va. Y si a ustedes les va, así les va)

(Sin menospreciar razones, a veces me pregunto si la gente se indigna genuinamente o si ya viene indignada desde la casa, buscando el primer cristiano que le dé pie para la perorata. De la misma manera, en mi caso y sin quitarme mérito, a veces sospecho que las mujeres ya venían con ganas de despreciar a alguien)

Pero no nos vayamos por las ramas, que la que estábamos quemando no estaba tan mal.

Un hipócrita es un mentiroso bastante particular. Es un tipo que conoce el mérito y en lugar de buscarlo de manera genuina lo finge. Peca de pereza, y pretendiendo más premios de los que está dispuesto a esforzarse en ganar, miente para obtenerlos. No disfruta de la virtud, sino que se convierte en un parásito de la consideración que los demás tienen de ella. No quiere grandeza sino aplausos, ganados de la manera más sencilla posible y sin dudar de echar mano a la mentira.
Es un concepto un tanto complejo, al menos para mí, por eso me sirve mucho la simplificación:
"Hipócrita ... ¡caca!"

Lo cierto es que hay mentirosos más dañinos que los hipócritas, pero ninguno me resulta más repulsivo a la vista.

Pero entre las clases de hipócrita hay una que representa una extraordinaria excepción. Creo que existe un caso en el cual se puede encontrar oro entre la mierda. Así que voy a dejar a un lado lo escatológico, que ya fue suficientemente vapuleado (¡qué imagen espantosa!) y voy a dedicar unos minutos a un metal noble: el amor.

La siguiente idea no es mía, pero le encuentro un valor especial, muy a pesar de las controversias que a menudo despierta.

El enamorado, en su afán por seducir busca mostrarse mejor de lo que realmente es. Oculta sus defectos, ensalza sus escasas virtudes y construye un modelo mucho más deseable que lo que encuentra cada día cuando se levanta y visita el espejo (a veces hasta con cierto asco, hay que admitir).
El objetivo de esta mentira ya no es el aplauso, la ventaja o la gloria, sino que se avanza disfrazado de Superman, movido solamente por ese vacío en el pecho que dejó una susodicha y que necesita ser llenado (el vacío, no la susodicha, aunque...).
En un principio se podría hablar de hipocresía. Pero es porque lo maravilloso del asunto todavía no llegó, viene marchando, como los santos.

El asunto es ¿Qué pasa cuando la mina dice “Sí”?
¡¡Ahí te quiero ver!! ¿Cómo sostenés lo que mostraste? Ojo, que estoy hablando de la mina que te importa; la que hace que te disfraces de hombre cuando sos un ratón, tan sólo para darle algo mejor que ver que tu ruin existencia ¿Qué pasa cuando te dice “Sí”? ¿Qué hacés con el traje? ¿Te lo tatuás? ¿Cómo sostenés todo lo que le dijiste?
Hay un camino. Finito, pero camino al fin: repitiendo el esfuerzo de mostrarte mejor día tras día y sin descanso; sin dejar el mínimo hueco para que se cuele la duda; ocultando constantemente tus más oscuras miserias.
¿Y sabés qué pasa ahí? Por ahí pasa que de tanto actuar te transformás un poco en eso que mostrabas. En una de esas terminás siendo mejor hombre de lo que eras. La actuación se te va amalgamando con tu carácter y quizás se combina un poco con tus venenos y los diluye.

Hay ingenieros que empezaron mintiendo un título y luego tuvieron que estudiar y recibirse en secreto solamente para sostener lo que dijeron en un principio ¡Cuántos médicos, abogados, pintores, escultores, músicos, empezaron con una mentira que tuvieron que sostener en el tiempo! Pocos lo saben, pero Neil Armstrong le dijo una vez a una mina que era astronauta. Se la levantó con esa mentira. Y ahí lo vieron al poco tiempo pisando la Luna.

Y es así, muchas veces el amor hace mejores a los hombres, aunque haya empezado con un poquito de hipocresía, y quizás, hasta por eso mismo.

jueves, 2 de mayo de 2013

Walking dead


“El que se murió y no se dio cuenta”. Breve, conciso y sin ambigüedades, como una patada directa a los huevos. Y sin embargo hay algo que no me suena bien...
¿Qué es ser un muerto en vida? ¿Batista en la selección campeona del mundo? ¿Emanuel Ortega en el video “Se fue el amor”?
No lo creo. El primero salió campeón del mundo a pesar de sus capacidades especiales, y el otro se hizo famoso a pesar de lo mismo.
Se puede decir mucho en contra de Emanuel Ortega. El arte suele tener ese atributo catártico de despertar en el espectador sentimientos. Y el video de “Se fue el amor” me inspira imagenes tristes del estilo “un kilo de helado con mucho de quinotos al whisky y muy poco de dulce de leche granizado” ¿? Hay que reconocer que Funes Mori es mucho más efectivo a la hora de evocar tristeza, sin embargo, Emanuel dista mucho de parecerme un muerto.

Hay otros personajes que van mucho más bajo y, por ejemplo, prefieren ahondar en la vida de los demás antes que en la propia. Disfrutan de pasar el día mirando como duermen o como se rascan el culo un grupo de giles sin talento a los que muestran en tiempo real por la tele. Si hay algo parecido a no tener vida es eso. Pero no sé, la idea de andar por ahí señalando gente al grito de “I see dead people” me parece simpática, pero no por eso real. Después de todo, la necesidad de evitar el espejo no es estar muerto.

La gente tiene un paso efímero por la vida, y cada uno lo resuelve como puede. Algunos la evaden, otros se la pasan chocando a la turba con paso de murga y los de más allá se lamentan desde que se levantan hasta que se acuestan. Pero al menos todos juegan un papel.
Dios nos puso a bailar en una habitación con una silla de menos, y cuando cortó la música corrimos a ver qué actitud podíamos agarrar para enfrentar la vida. Algunos corrieron hacia la silla más cercana, necesitaban asegurarse un lugar sin importar cuál; otros corrieron más lejos, tanto más arriesgados como pretenciosos.
¿Qué silla buscaste? ¿Con cuál te quedaste? ¿Con la segura o con la difícil de la otra punta? No se puede andar señalando cuando lo que apremia es la vida. Todos buscamos una silla en el baile y cada cual agarra la que puede.
¿Muertos vivos? No, simples mortales, repasando el álbum de fotos que seamos capaces de soportar.

Hace unos meses hubiera dicho que los muertos vivos son aquellos que eligen la silla cerquita, hace unas semanas me hubiera preguntado de qué sirve elegir la de la otra punta. Y ahora digo que, en fin, no hay muertos vivos, no se puede subestimar así a la gente. Después de todo, elegir, de la manera que sea, es estar vivo.

Así que, amigo que me tiraste el tema, sé que esperabas un ditirambo hacia los que viven intensamente; y que quizás esperabas que hundiera con imágenes ridículas a los que vuelan bajito. La vida es demasiado difícil como para agarrárselas con gente que la lleva de la mejor manera que puede. Prefiero reservarme para ir contra las personas de mala voluntad, esos que sí se merecen la patada en el pecho.
No será lo que esperabas que dijera, pero... no le voy a mentir.