-1-
El tipo se levanta a las cinco de la mañana. En la radio leen una nota donde hablan de lo difícil que es la vida de una modelo: sesiones de fotos interminables; horas esperando a los maquilladores y fotógrafos; dietas de hambre. El tipo se toma el último mate con la yerba de ayer, para estirar ¿vio? y sale para la estación.
El frío se le mete en el pecho pasando por entre la lana gastada. Se olvidó de ponerse el papel de diario debajo del pullover. Camina y piensa en la pobre modelo. El tren viene lleno, como todos los días, entonces se cuelga y queda parado en la escalera, medio cuerpo afuera, tomado de una de las barandas.
El viento le roza la cara como cuchillos (¡Pobre la modelo!, piensa). Mira al costado y le devuelven una mirada vacía. El tipo ahí sentado probablemente es obrero de la construcción, porque lleva algo de cal en el pelo ¿cal de ayer? ¡Y esa mirada tan vacía! (¿Cómo será una sesión de fotos?) ¡Que mirada más vacía!
Lleva media hora colgado del tren y la espalda le empieza a doler ¡Y cómo va a doler cuando empiece a hombrear las bolsas en el puerto! ¿Y todo para qué? Lo mismo día tras día. Y la espalda duele menos que las preguntas, y duele menos que saber cómo será cada día de su vida, y mucho menos que saber cómo va a terminar: en una cama, con dolor, como su padre, que cuando murió no dijo nada. El tipo se pregunta por qué cuando el viejo murió no le pudo dejar ni siquiera una palabra.
Por un momento se tienta a soltar esa mano de la baranda y terminar todo ahí. Pero no. Sus hijos tienen que comer (peor la deben pasar las modelos ¿qué se yo?), pero lo cierto es que sus hijos tienen que comer. Entonces se agarra más fuerte.
...
-2-
Trabaja y vive todos los días. Sabe lo que es esforzarse haya o no haya ganas, como solamente lo puede saber una madre. Termina su día tarde y aunque está cansada y sabe que en pocas horas hay que volver a empezar, se toma un rato para ella, aunque sea unos minutos. Quizás no tuvo el mejor día y quizás todavía también piensa de vez en cuando en algunos errores, en algunas pérdidas y hasta quizás revive algunos dolores. Pero se sienta un rato, y aunque está cansada imagina, y ríe, y su sonrisa brilla. Y para estar tan contenta ni siquiera necesita saber cuánta belleza hay en su forma de empezar, caminar y terminar cada día.
…
-3-
Sentime esta situación. Juego de truco. Te sentás a la mesa a jugar contra el destino. El hijo de puta arranca la partida con veintinueve porotos a su favor y te canta falta envido con treinta y tres, y de mano.
¿Qué hacés?
Podés quejarte. Que no es justo; que así no hay forma de encarar la vida; que no sé qué mierda. Podés llorar que la vida es una porquería. También podés patalear un buen rato y así, luego del desahogo, irte al mazo refunfuñando y vencido. Y de paso, ya que estás, podés lamentar haber nacido con tan mala suerte.
O podés pararte, meter una de esas sonrisas torcidas que meten miedo, y decirle al destino con voz firme y altanera, en plena cara "¡Treinta y cuatro son mejores!". Y ahí clavarle una mirada de esas de "cuidadito con lo que decís, que te bajo los dientes".
Sinceramente no sé qué pasaría, pero en mi historia el destino reconoce frente a sí a un valiente, y dice "sí, tenés razón, tus treinta y cuatro son mejores" y deja sus cartas sobre el mazo.
...
Historias y más historias. Se pueden acumular por cientos. El destino puede ser incierto, injusto y decepcionante. Pero la actitud es nuestra carta de presentación cuando se juzgue una existencia bella. En eso no hay ningún secreto. Sencillito.
La primera está basada en una idea breve de Dolina, que escuché hace muchos años en "La venganza será terrible". En la sección en la que lee notas de revistas tomó la nota a una modelo, y se indignó...
ResponderEliminarEl explicao'
ResponderEliminarEn el juego del truco, "las treinta y tres" es la puntuación máxima del envido, donde ante empate gana la mano. A los veintinueve puntos significa ganar el partido.