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jueves, 13 de junio de 2013

No me atrevo

El primer escrito de Eleodora Brunilda Sansón fue encontrado en la cabecera de su cama.
Literalmente allí.
La inspiración la sorprendió con la cabeza sobre su almohada; y al no contar con otros elementos a mano, se dispuso a grabar un poema con sus uñas sobre el cabezal de madera. Luego de desaparecer perseguida por la mafia china, un equipo de mudanzas se percató de la obra y dio aviso a sus conocidos, lo cual permitió su transcripción.
Esta obra fue inspirada por uno de sus primeros amores: Manuel. Fue una relación hija de la casualidad, un día en que Eleodora amaneció algo atrevida y Manuel era el único habitante de la parada del 132 que ella frecuentaba a diario. No fue amor a primera vista, pero hacía frío. Esta relación no duró más de dos semanas, y aún así dejó en la vida de Eleodora una huella profunda.
Luego de estos encuentros, la mencionada parada del 132 no volvió a albergar otros pacientes pasajeros, recibiendo la visita única y solitaria de Eleodora.
Del contenido de esta obra, anterior a su huída, también se deduce que Eleodora visitaba el impenetrable con asiduidad.

Este poema no respeta métricas ni rimas, tal como gustaba a Eleodora, que opinaba que la poesía clásica era “Para maricones que se la comían con miel” (mostrando en esta frase todo su poder metafórico). Pero también aquí muestra su escritura ecléctica, que combina poesía con narrativa; recurso que introducía cuando se sacaba de sus casillas, cosa que sucedía con más frecuencia cuando estaba beoda.


No me atrevo

No me atrevo a profanar ese rincón de la cama;
ese paraje donde antes habitara tu existencia.

Al partir me obsequiaste con un vacío inalterable;
sobre el cual mi cuerpo dormido se niega a avanzar.

La cama yace dividida por un meridiano inexpugnable,
al cual no me atrevo yo, ni aún apurada por el trago.

Yo, que me atreví al impenetrable chaqueño
donde los wichis por cientos de mis manos huían;

No me atrevo a ingresar a esa zona de desastre
donde perdura imborrable tu olor nauseabundo.

Lugar habitado por fantasmas de suspiros,
y también por migas de pan y galletas, hijo de puta.

Tu ausencia duele en los confines del recuerdo,
pero aún más duele el olor acre en el colchón, indeleble.

Recuerdo aquella mañana en que aún dormías y mis dedos recorrieron tu espalda por vez primera. Bajo el sol del amanecer, el paso de mis yemas comprobaron que el caoba de tu piel no era más que una débil película que ocultaba una dermis blanquecina. Y aún recuerdo la sorpresa en tu rostro cuando luego, al mediodía, notaste frente al espejo una inscripción en tu espalda que rezaba “lavame sucio”.

En tu lado de la cama no hay paraíso sino simple selva,
donde creció el musgo y evolucionó el invertebrado.

No me atrevo a profanar ese rincón de la cama;
ese paraje donde antes habitara tu existencia.

De tu lado no me animo; ni en pedo me atrevo.


Eleodora Brunilda Sansón

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